Una conversación
Una hora antes de la acordada para salir, lo repasa todo por última vez. Llevo las medicinas, sí; la crema con protección, sí; los dos bañadores nuevos, sí; los crucigramas para el autobús, sí; la labor por si me aburro, sí... No se atreve a preguntarse si en su equipaje está también la certeza de no haberse equivocado, y para ahorrarse la respuesta, le da una vuelta a la casa, la tercera en lo que va de mañana. He apagado el calentador, sí; he cortado la llave de paso del gas, sí; la del agua, sí; he colgado antipolillas de las barras de todos los armarios, sí... El gato se lo llevó ayer su nieta, con un collar antiparásitos nuevo, porque no se fía, y el comedero, y el pienso, y un par de latas de esas que el veterinario dice que no le convienen, pero que le gustan tanto, para que no lo pase mal al principio. Ella no es tonta, sabe que el gato no lo va a pasar mal, y sin embargo, mientras se preocupe por él, no tendrá que preocuparse por sí misma, así que vuelve a llamar y nadie le coge el teléfono. ¡Qué raro!, se dice, pero no es raro y lo sabe, porque a estas horas su hijo estará trabajando, su nuera también, y los niños se habrán ido a la piscina, así que vuelve a empezar. Llevo las medicinas, sí; la crema con protección, sí; los dos bañadores... Y ha cerrado la llave de paso del gas, y la del agua, y ha puesto antipolillas en todos los armarios, claro que sí. Ella es muy ordenada, disciplinada, meticulosa, y está acostumbrada a hacer bien esa clase de cosas. De otras no está tan segura. Por eso, y porque ya no tiene nada más que hacer, nada que vigilar, comprobar, repasar, empaquetar, guardar, ni siquiera nada de lo que dudar, se sienta al lado del balcón y piensa en lo que le espera.
Manolo la mira desde el aparador, con su cara, su cuerpo de 1955, un hombre joven, fuerte, guapo. Sus amigas decían que no, pero a ella siempre se lo pareció, y ya es lo suficientemente vieja como para saber que los únicos hombres guapos que hay son los que le gustan a una, y no a los directores de cine. En 1955, Manolo tenía... veintiocho años, tenía seis más que ella, sí, los que le sacó siempre hasta hace cinco, cuando se murió a los dos meses escasos de haberse jubilado. ¡Qué mala suerte!, piensa ella ahora, ¡qué faena tan gorda! Cinco, diez, quince años antes habían empezado a hacer planes, arreglar la casa del pueblo, sembrar una huerta pequeña, ir a la playa en mayo o en septiembre, viajar a París, y a Londres, y a Moscú... Manolo siempre quiso ir a Moscú, y no llegó a salir de España más que una vez, aquel verano que fueron a Portugal con los niños y compraron tantas toallas... ¡Qué asco de vida, la verdad!
Manolo está muerto, sí; lleva muerto cinco años, sí; es lógico que le eche de menos, sí. Hasta ahí, la psicóloga del centro de día y ella están de acuerdo. Pero luego, la chica, Laura se llama, treinta y pocos años, ni marido ni ganas, intenta llevarla por un camino que ella no ve nada claro. Y no es que Anselmo le caiga mal, porque no, no es eso. Es simpático, caballeroso, educado, y no aparenta la edad que tiene, dos años menos de los setenta que Manolo habría cumplido hace dos semanas y tres días, de las horas no está muy segura, porque... No puedes seguir así, le dice la psicóloga cada vez que intenta recordar con tanta precisión la edad de Manolo; pues claro que puedo; no, en serio, tienes que pasar página; pues no me da la gana, te estás equivocando; no, eres tú la que te equivocas... A veces acaban peleadas y todo, y ella lo siente, porque la chica le cae bien, pero no la entiende. ¿De qué le sirve ser psicóloga, si no la entiende? Y ahora la ha liado para que se vaya de vacaciones, ahora, justo ahora, después de cinco años, con Anselmo y sin Manolo, y ella... Ella sabe que la conviene, que se divertirá, que le sentará bien el mar, la brisa, cambiar de aires. No ganará nada renunciando a eso, pero quizá? Quizá pierda algo que ni siquiera sabría explicarse a sí misma.
Entonces vuelve a mirar el reloj y le asombra que el tiempo corra tan despacio, porque lo ha repasado todo varias veces, hasta a sí misma se ha repasado, y todavía faltan cincuenta minutos para salir. Cincuenta minutos para los que van a salir. Cincuenta minutos para todos los hombres y todas las mujeres del centro de día que no están abriendo ahora mismo la maleta para sacar las medicinas, la crema protectora, los dos bañadores nuevos...
Y ya ves, Manolo, qué tontería. El dineral que me gasté, y total, para no usarlos, claro, que ya que los tengo, puedo irme con los nietos a la piscina, ¿o no? Ya, ya sé que tú no puedes venir, pero no te creas que te vas a perder gran cosa, y además, yo te lo cuento todo luego, ya lo sabes...
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