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Reportaje:DVD | QUÉ PEQUEÑO ES EL CINE

Negros malos, blancos malísimos

Patricia Gosálvez

E l mito del buen salvaje ya no cuela. Está anticuado, es paternalista, atufa. "Vale", parece que ha dicho el oráculo de la corrección política. "Podéis volver a hacer westerns con indios cochiches que arrancan cabelleras. Acepto indio malo, pero me ponéis al lado un blanco que sea más bruto. O al menos, más culpable".

Esta semana se han estrenado tres películas en DVD que han escuchado al oráculo y hablan sobre el mal salvaje. Lo hacen con complejidad, culpa y resultados más entretenidos que morales. Diamante de sangre, El último rey de Escocia y Apocalypto son tres ejercicios del mundo occidental por acercarse al "otro", y de paso, hacer un bonito y emocionante espectáculo con él.

- 'Diamante de sangre' (Edward Zwick, 2006). La periodista estadounidense quiere sacar información sobre los diamantes ilegales al contrabandista afrikáner. Éste quiere la enorme piedra rosa que escondió un pescador nativo, que a su vez sólo desea salvar a su hijo, convertido en niño soldado. Para ello, el trío de héroes (dos blancos interesados y un negro idealista, honrado y valiente) atraviesa una Sierra Leona devastada por la guerra.

Los negros malos dan fusiles Kaláshnikov a los niños y cortan manos a machete, pero los malos de verdad son los señores trajeados que cortan diamantes en pulcras oficinas del hemisferio norte. También son malas las parejas que se prometen con un anillo y los raperos. "Bling bling aquí es bang bang", dice el personaje de Di Caprio. Bling significa en jerga hip-hop "ostentación", el gusto por los medallones con pedrusco.

La periodista (Jennifer Connelly, tan naturalmente guapa) explica que está harta de reportajes sobre las pobres víctimas. Quiere hundir a los villanos que van de Armani. La película también, pero tampoco. Al final queda en un batiburrillo de acción con denuncia, cargo de conciencia con toque romántico y niños soldado de fondo. Las buenas intenciones triunfaron en taquilla, pero de las cinco candidaturas, ni un oscar. A Di Caprio, con gracioso acento surafricano, se lo arrebató Forest Whitaker.

- 'El último rey de Escocia' (Kevin Macdonald, 2006) está hecha a medida para ganar el Oscar al mejor actor. La maravillosa y agotadora interpretación que Whitaker hace del dictador ugandés Idi Amin sustenta el filme, a medio camino entre la ficción y la realidad. El director es el documentalista de la estupenda Tocando el vacío (sobre una expedición a los Andes). Para mayor verosimilitud, el equipo rodó en Uganda, donde Occidente no había filmado desde La Reina de África, en 1950.

La ficción llega con el personaje del médico personal de Amin, un joven escocés en busca de aventuras que se da de bruces con lo peor de África. El médico inventado sirve para guiar el pasmo del espectador ante Amin, que pasa de lo risueño a lo feroz sin pestañear.

Los culpables de la situación son los "ingleses" (el director es escocés) por poner al dictador en el poder, pero todos los personajes se mueven en una escala moral de grises. El Amin de Whitaker es mucho más que el supervillano de pantomima que se vendió en Occidente, aquel que se ofrecía como el último rey de Escocia. Un absurdo, el cargo pertenece a Braveheart.

- 'Apocalypto' (Mel Gibson, 2006). Opinión 1: Mel Gibson es odioso. Es ultracatólico (del plan, nadie fuera de la Iglesia será salvado), homófobo, antisemita y vota republicano. Opinión 2: Apocalypto es una buena película.

Narra la huida de un indígena raptado para servir de sacrificio humano maya. En México la criticaron por hacer un retrato brutal de sus ancestros, un director la acusó de plagio y su ultraviolencia levantó ampollas. También dicen que Gibson usa el declive maya preconquista como metáfora reaccionaria de la amenaza islamista (el filme arranca con la cita: "Una gran civilización no es conquistada desde fuera hasta que no se ha destruido a sí misma desde dentro"). Puede.

De lo que no hay duda es de que la guionista es primeriza, el reparto no profesional y el diálogo está en yacateca, y aun así, Apocalypto atrapa de la primera a la última escena. Y al contrario que las otras dos, no se justifica, no para a dar explicaciones; simplemente, se precipita en su propio delirio selvático. Hay algo de Herzog ahí, algo de Riefenstahl, algo terrible y poderoso.

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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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