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Reportaje:El conflicto de Oriente Próximo

El espejismo de Cisjordania

Israel, EE UU y Europa cifran sus esperanzas de paz en un territorio atomizado y con un Gobierno palestino muy débil

La carretera 60 transcurre entre colinas pardas y pedregosas, salpicadas por bancales de olivos. A la derecha, en lo alto, los asentamientos israelíes de Shilo y Eli despuntan como pequeñas fortalezas, con sus casas unifamiliares de tejados a dos aguas. A la izquierda, en la llanura, se extiende la aldea palestina de Sawiya, con sus edificios grises y las azoteas cuajadas de tanques de agua. Los vehículos palestinos no pueden circular sin un permiso. Los de los colonos israelíes lo hacen con ventanillas laterales de plástico para minimizar el impacto de las pedradas. Bienvenidos a Cisjordania.

Este territorio del tamaño de Alicante acaba de convertirse en el laboratorio del enésimo ensayo para un acercamiento israelo-palestino. Tras la sangrienta toma de Gaza por los islamistas de Hamás, Cisjordania ha quedado bajo control del presidente, Mahmud Abbas, y un nuevo gabinete de tecnócratas respetables. Oportunidad de oro, dicen Israel, EE UU y la UE, para reforzar a un interlocutor moderado y desembarazarse de unos radicales que no reconocen al Estado judío ni renuncian a la violencia. Una buena inyección de fondos aliviará las condiciones de vida de la población y facilitará un nuevo diálogo. Cisjordania florecerá gracias a su pragmatismo, mientras Hamás se hundirá en una Gaza aislada y miserable. ¿Serán felices y comerán perdices?

En Nablus, las banderas verdes de Hamás ondean en los semáforos
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En Nablus, la gran ciudad del norte cisjordano, las banderas verdes de Hamás ondean en los semáforos. En las elecciones legislativas de 2006, el movimiento islamista obtuvo aquí siete de los ocho escaños en juego, barriendo a Al Fatah, el partido fundado por Yasir Arafat. "La mayoría votamos a Hamás no por su programa, sino para no votar a Al Fatah. Estábamos hartos de una década de corrupción y prepotencia". Mohamed tiene 26 años y es arquitecto. Pese a lo ocurrido en Gaza, respaldaría de nuevo a los islamistas. Y es que aquellos a quienes la comunidad internacional considera "los buenos", para los palestinos no lo son tanto. "Si Abbas no limpia Al Fatah, estaremos igual".

Nablus trepa desangelada por el monte Gerizim, flanqueada por dos bases militares. Para entrar y salir hay que cruzar a pie el control de Huwara. Decenas de taxis y buses esperan a ambos lados. "El año pasado trabajé en Ramala. Iba y venía a diario", cuenta Mohamed. "Al ser menor de 30 años, no me dejaban cruzar Huwara para ir por la carretera 60, y tenía que tomar carreteras secundarias y pasar cinco controles. Tardaba tres horas en hacer un recorrido de 45 minutos. Estoy en mi país y es como si viviera en una prisión".

Cisjordania, en la margen occidental del río Jordán, es para unos los Territorios Palestinos Ocupados, y para otros, los israelíes, las bíblicas Samaria y Judea. Antigua región del mandato británico, Israel se la arrebató a Jordania en 1967, durante la Guerra de los Seis Días, junto a Gaza y Jerusalén Este. Los palestinos reclaman estos territorios como base de un futuro Estado. Con los Acuerdos de Oslo de 1993, la recién constituida Autoridad Nacional Palestina (ANP) asumió el control de Gaza y de siete municipios cisjordanos (entre ellos Ramala y Nablus), mientras Israel mantuvo la potestad sobre Jerusalén Este, los asentamientos y las zonas militares, en espera de la negociación de "el estatus final".

Esta compartimentación se ha complicado con una barrera israelí de 720 kilómetros que, en lugar de seguir la llamada Línea Verde (la frontera de facto), invade territorio cisjordano para proteger las colonias judías. Los 525 kilómetros ya construidos han encajonado a 50.000 palestinos entre la Línea Verde y el muro. Frente a la condena internacional, Israel esgrime el derecho a la autodefensa. Más de 1.000 israelíes han muerto en atentados desde 2001 y la mayoría de los terroristas suicidas procedía de Cisjordania, sin que las autoridades palestinas movieran un dedo. Al año de empezar la barrera, añade el Gobierno, los ataques se habían reducido a la mitad.

El memorial de agravios palestino se repite como una letanía: la expansión de los asentamientos, la barrera y los 500 controles militares impiden el acceso a tierras y a recursos hídricos, destruyen las relaciones laborales y comerciales y asfixian a la población. El embargo internacional tras el triunfo de Hamás y la formación de un Gobierno islamista, en 2006, agudizó la crisis. Sobre todo si se tiene en cuenta que la ANP ha generado un sistema corrupto y clientelar, financiado por la ayuda exterior (casi 750 millones de euros en 2004). "Estupendo que se descongelen los fondos, pero si la situación humanitaria continúa como está, no avanzaremos", comenta un trabajador de una agencia de la ONU. "El problema de fondo es la ocupación".

"Es la ocupación israelí o Hamastán. No hay otra opción". Yitzhak Klein llegó de Nueva York en 1988, es profesor de Economía Política y vive en el asentamiento de Maale Adumin, que se extiende entre Jericó y Jerusalén Este. "La única razón por la que en Samaria todavía no ha ocurrido lo mismo que en Gaza es por la presencia de Israel. Nuestra retirada no solucionaría nada. Es más, esa posibilidad debería aterrorizar a Mahmud Abbas, que ahora tiene en el Ejército israelí su mejor apoyo".

Klein es otro escéptico frente al optimismo general. "Nos enfrentamos a grupos vinculados al terror, decididos a hacerse con el poder en la región. No sé si Hamás obedece a Irán, pero basta mirar lo que pasa en Gaza y Líbano para saber que, detrás de todo, hay una estrategia y dinero. Nosotros somos el cortafuego".

Asomado al desierto rojizo de Judea, Maale Adumin se fundó en 1976 y es el mayor asentamiento de Cisjordania. Tiene 33.000 habitantes y sigue creciendo, dividido en elegantes barrios de piedra amarilla, jalonados de parques.

Pese a que Israel evacuó a los 9.000 colonos de Gaza en 2005, los asentamientos no han parado de expandirse en la región cisjordana, hasta alcanzar el medio millón de personas (los palestinos suman 2,5 millones). El Consejo de Comunidades Judías en Judea, Samaria y Gaza esgrime la experiencia para oponerse a cualquier retirada. "¿Qué pasó en Gaza? Sacrificamos 25 asentamientos y Hamás se lo adjudicó como un triunfo y ganó las elecciones. ¿Y con la retirada de Líbano en 2000? Que seis años más tarde estábamos bajo ataque de Hezbolá", dice Israel Harel, que presidió el Consejo durante 15 años. "Abbas podrá ser un buen tipo, pero resulta que los palestinos votaron por Hamás".

Yossi Alpher, asesor israelí en Camp David, recuerda que el primer ministro, Ehud Olmert, tiene en su programa el desmantelamiento de los asentamientos ilegales en Cisjordania. "Lo que no sé es si tendrá el empuje para cumplirlo. Después de la nefasta experiencia de Líbano y Gaza, necesitamos un Gobierno capaz de mantener el orden. Y no creo que Abbas sea un socio fiable".

La crisis de liderazgos es, quizá, el único punto de consenso entre las partes. El analista palestino Abdul-Hadi Mahdi cree que Olmert será pronto sobrepasado por "halcones como el ministro de Defensa, Ehud Barak, o Benjamín Netanyahu", que miran a las próximas elecciones. En cuanto a Abbas, "la agenda pasa por desmarcarse del eje Irán-Hezbolá-Hamás, superar el motín de Gaza, reforzar la unidad y no aceptar el Estado temporal que propondrá Israel en Cisjordania. Para eso hace falta un héroe. Y no lo tenemos".

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