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Columna
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Europa nuestra

Ahora que la Unión Europea se la juega en el Consejo de Bruselas de los días 21 y 22 de junio conviene reparar en cuánto nos va en ese envite. Recordemos que nuestra llegada a la Comunidad Económica Europea, como entonces se denominaba, se produjo después de una dura y prolongada negociación que se inició el 28 de marzo de 1977 y no culminó hasta el 30 de marzo de 1985, es decir, que se extendió durante ocho años. Firmamos el acuerdo de adhesión en el Palacio Real el 12 de junio de 1985, un día que ETA ensangrentó con muertes. Hubo que prescindir de celebraciones populares y fuegos de artificio. Está bien que prosigamos en la línea de la que se ha dado en llamar "democracia conmemorativa", a cuyo amparo acabamos de celebrar el 30 aniversario de nuestras primeras elecciones generales libres, pero sepamos que nada fue fácil, aunque el papel sepia tienda a colorearse de rosa.

Entonces la agricultura española se consideraba competitiva y nuestros camiones con frutas y verduras ardían en las carreteras francesas. Aunque acabábamos de salir de una dictadura con sobresaltos del tamaño del 23 de febrero de 1981, nadie se anduvo con contemplaciones ni nos acortaba los plazos para ayudarnos en el anclaje de la democracia naciente. Otra cosa es que España desplegara desde el primer momento de su ingreso el 1 de enero de 1986 un admirable fervor europeísta. El presidente Felipe González tenía una cierta idea según la cual los intereses españoles podían defenderse mejor con soluciones de conjunto para toda Europa. En esa línea se inscribieron sus propuestas sobre la ciudadanía o sobre los fondos de cohesión que tanto beneficiaron a nuestro país y que sólo merecieron del entonces líder de la oposición, José María Aznar, la descalificación del presidente, al que pasó a etiquetar de "pedigüeño".

España jugaba esos años en primera línea y González era considerado un peso pesado junto al canciller Kohl y al presidente Mitterrand. Luego vino el relevo de José María Aznar, decidido a sacarnos del rincón de la historia para convertirnos en cipayos del presidente americano George W. Bush. Se hizo una revisión acelerada de nuestros últimos 200 años y Francia fue declarada culpable como lo había sido Rusia por Ramón Serrano Suñer en 1940. Se rompieron todos los consensos en política internacional y de defensa para dar el cante de las Azores y fracturar a Europa. Todavía estamos en esa fractura que ahora se reaviva con el inútil escudo antimisiles, último capricho de Estados Unidos, cuyo despliegue en Polonia y República Checa, carente de sentido defensivo alguno, sólo significa una mayor visibilidad del vasallaje que con tanta ansiedad compiten en ofrecer a Washington los países salidos de la órbita de la antigua URSS.

El caso es que José Luis Rodríguez Zapatero, al frente del Partido Socialista, ganó las elecciones generales el 14 de marzo de 2004, es decir, que lleva más de tres años en el Gobierno. Ahora su nombre se ha convertido en un icono muy disputado en cuantas elecciones se celebran en los países de nuestro entorno. Así sucedió en las elecciones parlamentarias de Italia y de modo más reciente en las presidenciales de Francia. Daba gusto escuchar en los debates y mítines a los dos candidatos de la segunda vuelta -Nicolas Sarkozy y Ségolène Royal- arguyendo cada uno como un tanto a su favor la cercanía con Zapatero. Pero sucede que la política internacional, y en particular la europea, va más de liderazgos sobre el terreno que de iconos virtuales. Y conviene saber que la convocatoria del Consejo Europeo de Bruselas para los días 21 y 22 de junio se ha convertido en una cita decisiva para el porvenir de la UE, al que tan ligados están los intereses nacionales españoles.

Por eso, debe advertirse que una vez recuperada nuestra posición sobre el eje franco-alemán nadie debe dar por descontado nuestro alineamiento automático, ni el dinámico presidente francés, ni la tozuda canciller germana. Ya se sabe que los altavoces mediáticos muchas veces se utilizan para lanzar falsos señuelos y que la discreción es el camino preferido por la diplomacia, pero tal vez en algún momento deberemos pronunciarnos por ejemplo sobre la candidatura de Blair para la presidencia de la UE y sobre los despropósitos de los gemelos polacos.

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