_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Cuando se pare el péndulo

Javier Cercas

No sé si existe en España una cultura de izquierdas, pero si existe, entonces es un hecho que vive desde hace unos años saturada de memoria. Memoria es ahora mismo la palabra de moda: la reivindican los políticos, los cineastas, los escritores, los periodistas; incluso los pedagogos, que hasta hace poco parecían considerar la memoria como una rémora de la educación franquista, la están defendiendo de nuevo. La ley del péndulo es inexorable y, tras varias décadas pasándonos por el forro la memoria personal y colectiva -porque entonces tocaba ser muy modernos y olvidar cuanto antes nuestro tremendo pasado de cabreros-, esto tenía que ocurrir. Sobra decir que está muy bien que ocurra: al fin y al cabo, la memoria es la materia de la que estamos hechos; al fin y al cabo, sin memoria no hay conocimiento, ni lenguaje, ni identidad personal, ni posibilidad de una vida plena, ni prácticamente nada de nada. Está muy bien que ocurra, pero ¿y el olvido? ¿Nos hemos olvidado del olvido? ¿Es sólo el malo de la película y no contiene ni la más ínfima partícula de bondad? ¿Hay algún valiente que se atreva a reivindicarlo?

¿Hay alguien por ahí?

Sí: con todos ustedes, Rogelio Moreno. Moreno fue un profesor de filosofía que poco antes de morir, joven y de forma repentina, terminó el único libro que escribió: La farmacia del olvido. Se trata de un libro singular: pese a su título, es cualquier cosa menos un manual de autoayuda -esos libros de filosofía de los que se ha extirpado cualquier rastro de filosofía-; yo supongo que lo más cómodo sería decir que es un ensayo filosófico, aunque, tanto por su contenido militantemente asistemático como por su forma demorada, fragmentaria y digresiva, está más cerca de ciertos libros inclasificables de Antonio Machado y de Sánchez Ferlosio -por mencionar dos nombres próximos- que de cualquier ensayo al uso; es, en todo caso, un libro sabio y jovial, de lectura gratísima, fruto de quince años de trabajo y de toda una vida de lectura y reflexión, que propone un paseo por un frondoso repertorio de asuntos -desde el cine hasta la tragedia griega, pasando por la literatura, los mitos y el fútbol- que guardan alguna relación con el olvido. Moreno, sin embargo, no formula exactamente una tesis: formula más bien una paradoja; no afirma que sin memoria pueda existir conocimiento, lenguaje, identidad personal o posibilidad de una vida plena: afirma que nada de ello puede existir sin que exista también una cierta dosis de olvido, o que no es menos imposible vivir sin memoria que vivir sin olvido. Borges imaginó con precisión a un muchachito argentino que poseía más recuerdos de los que han tenido los hombres desde que el mundo es mundo y cuya memoria vertiginosa no sólo le impedía dormir -porque "dormir es distraerse del mundo"-, sino también pensar, porque, igual que generalizar es la mejor manera de equivocarse, pero también la única de entenderse, pensar "es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer", de modo que una memoria perfecta equivale casi a una perfecta idiotez. En cierto modo, La farmacia del olvido propone extender esta verdad a todos o casi todos los ámbitos de la experiencia: Moreno argumenta que no hay cultura ni goce estético ni posibilidad de generosidad o compasión o coraje sin alguna forma venial de olvido; tampoco hay amor -que antes que cualquier otra cosa consiste en el olvido de uno mismo para vivir en el otro-, ni sobre todo capacidad de vivir una vida plena, puesto que el olvido es un antídoto infalible contra la fosilización personal: necesitamos olvidar parcialmente para dejar de ser nosotros mismos, para ser de nuevo o para ser otros, para emanciparnos de la esclavitud del yo y conquistar la felicidad de ser otro sin dejar de ser uno mismo, que es quizá la única forma concebible o sensata de felicidad. "La felicidad es el olvido", escribe Nietzsche. "Quien no sabe instalarse en el umbral del instante, olvidando todo lo pasado, no sabrá jamás en qué consiste la felicidad; peor aún: nunca hará nada que haga felices a los demás".

El libro de Moreno se ha publicado este año; el año pasado, su viuda, Imma Monsó, publicó otro libro singular. Se titula Un hombre de palabra y no es una novela ni unas memorias, pero a su modo participa de ambas cosas y es alguna más: ante todo, una arrebatada y lúcida y feroz e hilarante declaración de amor absoluto al marido muerto y un arrebatado y lúcido y feroz e hilarante alarido de dolor por el marido muerto, pero también una forma de duelo y una reflexión acerca del modo en que los muertos perduran en los vivos y un exorcismo que sólo concluye cuando el muerto se convierte en la segunda piel del vivo, en "un recuerdo que, si bien lo miras, se parece mucho al olvido". No sin alguna perplejidad, hacia el final de su libro Monsó constata que La farmacia del olvido es lo más vivo que le ha legado el muerto; esto también es singular: un libro escrito para vindicar el olvido acaba convertido en un arma póstuma e involuntaria contra el olvido. O quizá no es tan singular. Quizá es sólo una más de las paradojas del olvido: recordamos para no olvidar, pero sólo el olvido nos permite el recuerdo. Me pregunto si lo anterior, que vale para la memoria personal, vale también para la colectiva. Mucho me temo que sólo lo sabremos cuando se pare el péndulo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_