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Reportaje:

Un Erasmus de cine en Londres

Guillermo Abril

Juan Carlos Fresnadillo. Llega a las pantallas españolas uno de los taquillazos del verano, '28 semanas después'. El realizador español dirige y escribe esta secuela, rodada al 100% en la capital inglesa. Allí se ha pasado los últimos 13 meses. Un paseo por sus rincones y los que ha filmado.

La película empieza desde lo alto. A vista de pájaro, con una sucesión de imágenes de Londres vacío, sin gente, inmóvil, tomadas desde un helicóptero. Nos sitúa 28 semanas después -así se llama- de que un virus de la rabia haya cruzado la barrera de los primates a los humanos, arrasando la población de Gran Bretaña. Los edificios humeantes, el asfalto abandonado, el Támesis sin barcos. Calma apocalíptica, presagio de lo peor.

El resto del metraje se convierte en un alucinado descenso a los infiernos, rodado con pulso de epiléptico, directo hacia los laberintos oscuros del tube, al estrés traumático de un rebrote del virus. Ojos inyectados, hombres devoradores de hombres y mucho vómito sanguinolento sobre la ciudad. Londres es la verdadera protagonista de esta secuela, un taquillazo que ha llegado a pisarle los talones a Spiderman 3 en el box office estadounidense. Sólo allí ha recaudado cerca de 25 millones de dólares en tres semanas. En España se estrena el 29 de junio.

A su director le gustan las alturas para los comienzos. Juan Carlos Fresnadillo: 39 años, un canario en Inglaterra, el primer cortometrajista español que consiguió una candidatura al Oscar, con Esposados, en 1997; el también realizador de Intacto, su ópera prima, que llegó al festival de Sundance. Ha elegido Primrose Hill como punto de partida para este extraño viaje, dispuesto a desnudar Londres, su Londres y el de su película. Porque en un día claro como éste se tiene una panorámica de la ciudad desde la colina, pero sin ajetreos de hélices. "Es que he rodado con sangre, sudor y vómito", bromea, dando a entender que ha dejado más de un desayuno sobre los tejados londinenses. Sol a ratos, 26 grados, humedad considerable. Nada que ver con los tópicos. Algunos ociosos se recuestan en el césped de la ladera de Primrose a leer, otros pasean a sus perros, charlan o almuerzan, en estricto murmullo británico. Es tan tranquila que H. G. Wells la eligió como sede para los asentamientos de sus marcianos chupasangre en La guerra de los mundos. El contrapunto a una ciudad frenética casi a cualquier hora.

"Este parque es mi rincón. Aquí vengo a relajarme, a leer y a pasear. Ahora quiero empezar a correr un poco". Acaba de mudarse al lado sosegado, a este barrio por el que también se pasean Jude Law y Sienna Miller. Tomó la decisión después de un año en el Soho, en "el lado salvaje de la ciudad", dice él. Allí no estuvo solo. Se pasó el año entero compartiendo apartamento con su media naranja del cine, Enrique López Lavigne, productor y coguionista de la película junto a Fresnadillo.

El tándem español llegó con poco inglés y muchas ideas. A tan gran empresa les había guiado un cúmulo de casualidades, como que López Lavigne tuviera una amiga trabajando en DNA, la productora del británico Danny Boyle, director de 28 días después, la primera parte. Por este contacto se enteraron de que existía el proyecto de una secuela. López Lavigne les comentó que estaban interesados en rodarlo (el dúo se declara fan absoluto de 28 días después). Y resultó que Boyle era, a la inversa, fan de Intacto y que, según les dijeron, quizá un equipo español podría encontrar un enfoque distinto de Londres. Este punto era innegociable. La ciudad tenía que ser a la fuerza uno de los personajes clave. Los españoles mandaron un borrador de guión a Inglaterra. De allí cruzó el charco a los estudios de la Twentieth Century Fox, en Los Ángeles. Quienes firmaban los cheques se entusiasmaron con la propuesta. "No hay más que hablar. Os venís a Londres", les invitaron.

Y aceptaron el reto, porque por muy devaluado que estuviese lo de rodar secuelas, "es un signo de los tiempos", se justificará más adelante Fresnadillo en un taxi, mientras hace de guía por la ciudad. "No hay más que ver cómo a Scorsese le dieron el Oscar por un remake". La pareja hizo las maletas. Y llegamos a marzo de 2006, al Soho. A la búsqueda de inspiración para hablar de un Londres tenebroso, pero de otra manera. El listón que había dejado Boyle con su primera película era complicado de salvar. Él ya mostraba la ciudad vacía, como nunca se había visto antes: Trafalgar Square sin gente, Tower Bridge desértico...

Hasta que los españoles encontraron un enfoque propio: el Londres aéreo. Crearon al personaje del piloto de helicóptero y al francotirador, Doyle, encaramado en las azoteas, para darle una tercera dimensión a la historia, desde arriba, más lejana y nihilista que la de Boyle. Así que volvamos a la altura de Primrose. Desde allí se ven el zoo y Regent's Park a los pies, el skyline de la City a lo lejos, con el fálico edificio Gherkin, de Norman Foster; la cúpula de Saint Paul's Cathedral, el aguijón del BT Tower, el London Eye... Uno a uno, los va señalando el canario, al que se le ha ido limando el acento desde que abandonó Tenerife para ir a estudiar sociología en Madrid. Después alarga algo más el brazo y añade: "Allá al fondo, donde el rascacielos acabado en forma de pirámide [el One Canada Square]; eso es la zona de Canary Wharf, allí empieza la película".

El guión, explica, aparte de altura, necesitaba un punto de partida: la reconstrucción después de la catástrofe del virus. Había que buscar un lugar en el que meter a los 15.000 supervivientes del brote de rabia que ha devastado el país, junto con los soldados estadounidenses que han llegado a protegerles y echar una mano, con sus códigos rojos y francotiradores.

Fresnadillo es un tipo de símbolos, un "hilador de casualidades", según él. Los ve por todas partes, conectando entre sí dos hechos aparentemente aislados. Hablará de varios a lo largo del viaje. Aquí llega el primero: Canary Wharf, o sea, los muelles canarios; la zona pertenece a una pequeña península formada por un meandro pronunciado del Támesis, al este de la ciudad. La península se llama Isle of Dogs (la isla de los canes, como las Canarias). Normal que se empeñase en rodar allí. Estaba como en casa. Su nombre, cuenta Fresnadillo, viene del próspero comercio marítimo con el archipiélago español durante los siglos XIX y XX.

En el XXI, un panel luminoso cruza de lado a lado el edificio de la agencia de prensa Reuters. En rojo sobre fondo negro, la montaña rusa de las cotizaciones bursátiles. Non stop, servicio de información de valores 24 horas. Canary Wharf se transformó a lo largo de los noventa en el corazón financiero de Londres. No se echa en falta ninguno de los grandes bancos: Credit Suisse, HSBC, Citigroup, Bank of America y Barclays. Aquí tienen sus cimientos tres de los edificios más altos de Londres y hay empleadas casi 100.000 personas, la mayoría ejecutivos que a las cinco comienzan su desfile desde el cielo hacia las tripas londinenses. La imponente boca de metro diseñada por sir Norman Foster va engullendo las hordas de trajeados, porque allí sólo hay oficinas. No vive nadie. "Y esto es justo lo que me interesaba", apunta el canario. "La idea de volver a un Londres impersonal, sin identidad, con aire de globalización, tipo South Manhattan. Y que te llame a querer escaparte". Más de un crítico estadounidense ha calificado la película de "sátira" y "alegoría" del 11-S y la invasión de Irak.

El director prefiere hablar de otro tipo de referentes. Suyos, más personales y que guarda desde niño. "Me obsesiona el tema de la supervivencia, de superar la tragedia". Hay que imaginarse a Fresnadillo con nueve años, un domingo, 27 de marzo de 1977. Iba en coche con su familia a comer al Puerto de la Cruz. Pasaron junto al aeropuerto de Los Rodeos. Allí vio, inmenso, un jumbo de la aerolínea holandesa KLM. Se le encienden los ojos cuando habla del lío de ambulancias y guardias civiles que se fueron cruzando minutos después en la carretera. Un agente les explicó que un avión de KLM acababa de chocar con otro de la Pan Am, provocando el accidente más grave de la historia de la aviación civil, con 583 muertos y 61 heridos.

El instinto de supervivencia aparece con todas sus consecuencias en 28 días después. Don, el personaje que interpreta el escocés Robert Carlyle, se ve obligado a optar entre salvarse o salvar a los demás. Su decisión siembra la semilla para la fatalidad del resto de la película. "Me interesaba indagar en los síntomas de la enfermedad, en los paralelismos con nuestro mundo. Esa rabia que todos tenemos, mezcla de un sentimiento de dolor y venganza". Desde el principio se nos presenta una familia rota y el sentimiento de culpa de un hombre, Carlyle, que abandona a su mujer a la suerte del virus. Él sobrevive. Gana Darwin.

Un poco como ocurre en esta ciudad de ocho millones de habitantes venidos de los rincones más insospechados del globo a buscarse la vida. Haga la prueba: en el segundo piso de un autobús, a cualquier hora, se pueden contar, fácil, siete lenguas distintas. El gran retablo social en el que se iban inspirando Fresnadillo y López Lavigne.

Ellos lo sufrieron en sus carnes, con la barrera del idioma. Si por algo se conoce a los españoles en el extranjero, es por su dificultad para pronunciar haches y erres inglesas. En este caso, Darwin se puso de su lado. "Cuando te ves en un rodaje teniendo que luchar por tu idea, sale el inglés como sea", zanja Fresnadillo, y añade: "Londres te obliga a sobrevivir. Es la ciudad más cara del planeta. Ultracapitalista y ultracompetitiva, llena de gente venida de todas partes que quiere comerse el mundo. Por eso todos van a su bola. Aquí te haces insensible a las historias de los demás".

El cuasi sociólogo (le siguen quedando dos asignaturas para acabar la licenciatura) cuenta que todo esto se acentúa en el Soho, ese gran hormiguero de apenas tres kilómetros cuadrados en el que coexisten ricos y pobres, extranjeros, nativos, policías y prostitutas, negros, blancos, amarillos, bohemios, borrachos, gays o lesbianas. Y cineastas. La zona concentra gran parte de la industria británica del celuloide.

La calle Old Compton es "el gran escaparate" del hormiguero. Para ver y ser visto. Las personas, apoyadas en las paredes o tras los ventanales de los cafés observan con interés el río de gente. "En esta zona también están las chicas más impresionantes de la ciudad". Es casi verano, y con los 26 grados de los que habla la BBC, las faldas y tirantes han ido encogiendo.

"Mira", señala en Firth Street. "Po-cos se fijan en esa placa". En esta perpendicular a Old Compton, según el letrero, vivió, estudió y compuso Mozart de niño. "Curioso, ¿verdad? Justo enfrente del Ronnie Scott's". Aparece de nuevo el hilador de casualidades: el pequeño club Ronnie Scott's es uno de los templos mundiales del jazz.

Lo que no cuenta aquí y sí hará casi al final del viaje, es que él también estuvo en Londres, de adolescente. Y que fue entonces cuando rodó su primera película. Se acordará al final, sobre el Millenium Bridge -otra vez, Foster-, donde rodó una de sus escenas favoritas, cuando los dos niños protagonistas se dan la mano. "Tenía 15 años y vine completamente solo. Era la primera vez que salía de Canarias. Le pedí la cámara de vídeo a mi padre y estuve rodando por la ciudad con el teleobjetivo puesto todo el rato. Me salió todo movido y distorsionado". Cuando regresó a casa, recuerda, su padre le dijo: "¿Te dejo la cámara y me haces esto?".

'28 semanas después' se estrenará en España el 29 de junio. www.28semanasdespues.es.

Las tribulaciones de un canario en la ciudad sin ley

Para nostálgicos. Todo español que ha catado la comida londinense suele hablar pestes de la gastronomía de esta ciudad. "En el Soho existe un oasis", cuenta Fresnadillo. La cocinera, según dice, es gallega. Y brujulea por las calles de este barrio hasta dar con el restaurante Birra Fina, en Frith Street. "Tapas españolas", anuncia el letrero. Su carta lo corrobora: jamón de jabugo, tortilla de patatas, pulpo a la gallega, gambas al ajillo, chuletillas de cordero? El pan hay que pedirlo.

Una pinta. En Greek Street con Old Compton Street hace esquina uno de sus pubs favoritos, Coach & Horses, entre cuyos asiduos se han contado Francis Bacon y Dylan Thomas. Dentro, tomando una pinta, uno de los clientes carraspea con estrépito. Fresnadillo se queda blanco por un instante. "¡Joder! Si parece un infectado de la película". En este pub, de estilo tradicional, se ha discutido la mitad de 28 semanas después con cerveza abundante de por medio.

Un café. El Trojka Russian Tea Room, en Regent's Park Road. Esta tranquila calle residencial une Candem Town con Primrose Hill. "Un rincón para gente de Londres que ya ha probado su lado intenso y salvaje". Él llegó desde el Soho.

De cine. El Empire, en Leicester Square, "el de mejor calidad de proyección de todo Londres", asegura el director. Aquí se comprobaron muchas de las imágenes de la película "tal y como se verían en el cine". El encargado de efectos especiales, por ejemplo, se dio cuenta de que se les había colado un espontáneo en una escena rodada, a las cinco de la mañana de un domingo, en una Shaftesbury Avenue teóricamente vacía.

Desconexión. "En Soho Square". Parece una broma. En esta pequeña plazoleta cubierta de césped y ensombrecida por viejos plátanos, lo que sobra es gente. Pero tiene un secreto: "Nadie hace caso a nadie, si te fijas". Y se sienta en un banco entre dos personas que ni levantan la vista de sus sudokus.

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Sobre la firma

Guillermo Abril
Es corresponsal en Pekín. Previamente ha estado destinado en Bruselas, donde ha seguido la actualidad europea, y ha escrito durante más de una década reportajes de gran formato en ‘El País Semanal’, lo que le ha llevado a viajar por numerosos países y zonas de conflicto, como Siria y Libia. Es autor, entre otros, del ensayo ‘Los irrelevantes’.

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