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Columna
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Petróleo y paranoia

¿Qué tienen en común Vladímir Putin, Hugo Chávez y Mahmud Ahmadineyad? Petróleo y con él una paranoia que les hace buscar enemigos exteriores para encubrir sus fracasos domésticos y justificar la gradual reducción, cuando no la eliminación total de libertades en sus respectivos países. Los métodos pueden parecer distintos. Dependen de la situación geográfica y de los sistemas políticos vigentes. Pero todos persiguen el mismo fin. Silenciar a la disidencia interna y concentrar todo el poder del Estado en una sola mano, la suya. Todos cuentan con parlamentos y tribunales serviles y todos acosan incesantemente a los elementos de la sociedad civil, estudiantes, académicos, sindicalistas y periodistas, que todavía se atreven a cuestionar su deriva hacia el totalitarismo. Los cierres de medios de comunicación molestos se llevan a cabo sin pudor y con la amenaza, en el caso venezolano, de acusar a los pocos países que se han atrevido a condenar el atropello del cierre de Radio Caracas TV de interferir en los asuntos internos de Venezuela. El presidente iraní afirma que ha comenzado "la cuenta atrás" para la eliminación física de Israel al tiempo que insiste en que su programa nuclear sólo persigue fines pacíficos.

En cuanto a Putin, se empeña en amargar la cumbre del G-8 -una reunión originalmente concebida, como acaba de explicar su promotor el ex presidente Valéry Giscard d'Estaing, para una discusión informal entre los dirigentes mundiales sobre temas de futuro- con una imaginaria conspiración americana y occidental contra Rusia a cuenta de la instalación de una estación de radar en la República Checa y de 10 baterías antimisiles en Polonia, destinadas no a coaccionar a Rusia, sino a proteger a Europa de eventuales amenazas balísticas procedentes de Estados no fiables, como Irán o Corea del Norte. Realmente resulta un sarcasmo que Putin se atreva a hablar de pretendidas amenazas occidentales contra su país cuando, en el último año, su Gobierno ha tratado de amedrentar a Polonia (con un embargo a las exportaciones de carne polaca) y a sus vecinos bálticos: ha expropiado compañías petroleras occidentales, ha vendido sistemas de defensa aérea a Irán, caza-reactores a Siria y una central nuclear a la dictadura militar de la antigua Birmania.

Ha llovido mucho desde hace siete años, cuando, poco después de ser elegido, Putin hablaba de "los valores comunes" que unían a Rusia y a Occidente, declaraba que su país se sentía totalmente europeo e incluso no rechazaba un futuro ingreso ruso en la OTAN. Eran los tiempos en que su actual empleado, el ex canciller alemán Gerhard Schröder, lo calificaba de "demócrata impecable" y el propio Bush, con su habitual miopía, se refería a él como "un hombre de fiar". No habían ocurrido todavía, entre otras cosas, las atrocidades de la segunda guerra de Chechenia, ni la tragedia de Beslam, ni la desaparición de periodistas, ni el descarado viraje hacia el autoritarismo de los últimos tiempos. En realidad, las sorpresas comenzaron hace unos meses durante la conferencia de seguridad de Múnich, para seguir en la cumbre del pasado mes UE-Rusia y alcanzar su punto culminante el pasado fin de semana, cuando Putin, en un lenguaje propio de la guerra fría, amenazó con volver a dirigir a Europa los misiles estratégicos y de crucero rusos si EE UU seguía adelante con sus planes para instalar en Polonia y la República Checa el mini-escudo antimisiles que contempla. Conviene recordar que cuando el proyectado escudo antimisiles esté operativo dentro de cuatro años podrá destruir, si es que sus sistemas no fallan, un máximo de 10 proyectiles y que, en la actualidad, Rusia cuenta con cerca de 2.000 misiles nucleares. Y digo si no fallan porque, como recordaba en un editorial reciente el Boston Globe, el sistema que se pretende instalar ha sido incapaz hasta la fecha de diferenciar entre misiles propiamente dichos y los utilizados como señuelos.

En realidad, toda la agresividad retórica reciente de Putin encierra una tremenda decepción por el fracaso en sus intentos de dividir primero a Europa y luego de abrir una brecha en la solidaridad transatlántica. Putin ha comprobado que Angela Merkel no es Schröder y pronto comprobará la diferencia entre Jacques Chirac y Nicolas Sarkozy. Y sin la complicidad de Alemania y Francia sus intentos divisorios están condenados al fracaso.

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