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Cumbre del G-8
Columna
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La feria del poder

Lluís Bassets

África, el cambio climático o el escudo antimisiles son la excusa. Estas reuniones tratan de otra cosa, quizás la única importante. Es el poder. El negocio que llevan entre manos los máximos dirigentes del planeta que se reúnen una vez al año de forma tan escandalosa no es otro que la exhibición y la demostración del poder de cada uno. Un poder que se mantiene oculto no sirve, es sólo potencial, virtual o hipotético. El poder necesita exhibirse para ser. De ahí que esas reuniones internacionales aparentemente sin sustancia, sin conclusiones vinculantes ni decisiones, sean tan importantes. No se juega en ellas nada tangible para la humanidad. Nada se juegan juntos los asistentes. Pero se juega el poder de cada uno de ellos, la capacidad de persuadir al resto del mundo sobre el poder de cada uno, incluyendo incluso a las organizaciones y a los manifestantes altermundistas que les asedian con sus pancartas.

Desde los extremos políticos a veces hay una cierta tendencia a tratar estas reuniones como si fueran la maquiavélica manifestación del gobierno del mundo, esa conspiración de los ricos y poderosos para conducir a su gusto y a espaldas de todos a la humanidad entera. Pero la realidad es que el G-8 no es ni ha sido nunca un consejo de ministros mundial, visible al fin ante los ciudadanos perplejos. Cada año que pasa, en cambio, esta reunión anual ofrece mayores atractivos como blanco de atención. La fórmula inicial de un encuentro de los jefes de Estado y de Gobierno de lo que primero eran los Siete grandes, convertidos en los Ocho con la incorporación de Rusia, ha ido complicándose gracias a los temas a discutir, que también han ido ampliándose a partir de las iniciales cumbres económicas. Este año a los miembros del G-8 se añadirán las cinco economías emergentes del mundo (China, India, Brasil, México y Suráfrica), para discutir principalmente de cambio climático, y seis países africanos (Egipto, Nigeria, Etiopía, Argelia, Ghana y Suráfrica), para discutir sobre la ayuda a su continente. En 48 horas se producirá una de las mayores concentraciones de dirigentes políticos de la historia de la humanidad, con todo lo que significa de acumulación de riesgos y de dificultades para mantener la seguridad. Coincidirá con algo tan especial en sí mismo como es un viaje del presidente imperial a Europa, que si ya es normalmente motivo de protestas, todavía lo será más tratándose del presidente de la guerra de Irak. Sobre todo si se añade su negativa a ratificar el protocolo contra el cambio climático y su proyecto de un escudo antimisiles en Polonia y la República Checa.

Tanto poder es miel para las abejas de la protesta callejera. Es difícil que haya una sola causa en el mundo que no tenga un motivo para estar en los alrededores de Heilingendamm. Y esto sin contar a los violentos que no necesitan causa alguna y encuentran la miel allí donde su presencia pueda ser más turbadora y perturbadora. El barroco despliegue de medios represivos que ha realizado el Gobierno alemán refleja muy bien la envergadura del envite: 16.000 policías, 14 kilómetros de valla metálica, vigilancia aérea y marítima, intervención de las comunicaciones privadas, archivos olfativos abiertos por la policía para que sus perros detecten a los individuos peligrosos, controles en las carreteras, ferrocarriles, aeropuertos, y regreso a la ventanilla de los pasaportes en las fronteras.

Una feria del poder es también una fábrica de poder e incluso una bolsa del poder: unos saldrán reforzados y otros tocados. Será la última cumbre de Blair y la primera de Sarkozy. Merkel se ha puesto a prueba a sí misma con un programa más ambicioso que realista. Bush llega en el peor momento de su presidencia, que se derrumba en Irak y en el propio Washington. Y Putin lo hace desafiante, con la mano en el grifo del petróleo y maneras de antiguo chequista. No es un detalle menor que España no esté. Se dijo en su día que Aznar hizo lo que hizo porque quería ingresar en este club exclusivo y que incluso Bush le había dado esperanzas. Pero en la feria del poder sólo participan quienes tienen y tienen mucho, y lo hacen precisamente para tenerlo y mantenerlo, e incluso sacar más si es posible. Sin los 4.500 periodistas acreditados, encerrados a seis kilómetros de donde se celebra la reunión, esos poderosos no contarían para nada. En la exhibición de poder que es la feria nada tendría sentido sin las fotos, las cámaras y los vulnerables periodistas. Creemos que vamos a contar un espectáculo, pero el espectáculo lo ponemos nosotros.

http://blogs.elpais.com/lluis_bassets/

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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