Los manifestantes asedian la cumbre
Miles de personas llegan hasta la gran valla de seguridad que protege Heiligendamm
El plácido balneario a orillas del Báltico que alberga la cumbre del G-8 parecía ayer una fortaleza asediada. De un lado, el mar. Del otro, una enorme verja de 14 kilómetros de longitud y 2,5 metros de altura, y 16.000 policías desperdigados por las localidades de los alrededores taponando cualquier vía de acceso. Cien millones de euros gastados en seguridad y en garantizar que los manifestantes antiglobalización no se acercaran a la valla que protegía a los dirigentes más poderosos del planeta. Y sin embargo, miles de activistas lograron burlar el dispositivo y plantarse durante unas horas enfrente de la mismísima verja.
La policía admite que al menos 10.000 manifestantes llegaron a la valla pese a la prohibición oficial. No lo hicieron juntos, pero allí se encontraron. Centenares marcharon campo a través enarbolando las coloridas banderas llevadas desde el campamento base de Rostock, a unos 20 kilómetros; otros aprovecharon el camuflaje que les proporcionaba el bosque que rodea la zona.
Los agentes, desconcertados, tenían que decidirse entre la dispersión de sus fuerzas o el repliegue en puntos clave. En general, optaron por la segunda opción, lo que permitió a los manifestantes acercarse más de lo permitido. Pero hubo momentos de gran tensión. La policía forzó el retroceso de los antiglobalización en varios cruces de caminos con cañones de agua a presión y porras. Pero muchos llegaron a la valla, aunque por la tarde les obligaron a retroceder.
Los accesos por tierra quedaron bloqueados. Las medidas de seguridad eran tan extremas que los mismos periodistas que cubren la cumbre tuvieron que superar una carrera de obstáculos más propia de las zonas de guerra. Confinados en una localidad a una decena de kilómetros de Heiligendamm, tardaron cinco horas en poder alcanzar el centro de prensa dentro de la fortaleza. Y llegaron en barcos del Ejército, escoltados hasta el final. Tampoco los mandatarios entraron por tierra; la mayoría acudió en helicóptero.
La policía diseñó para esta semana una estrategia de "desescalación" para evitar que las protestas de Rostock se parezcan a las de Génova en 2001, cuando el joven Carlo Giuliani murió tiroteado por un policía en medio del caos en que se sumió la ciudad durante la cumbre del G-8 de aquel año. Pese a las abultadas cifras de heridos anunciadas oficialmente, el pasado sábado funcionó razonablemente bien.
Ayer al atardecer las cercanías de Heiligendamm estaban tranquilas, aunque se respiraba aún tensión. Las carreteras de acceso seguían bloqueadas. Cuando un manifestante anunció que la gran marcha convocada para hoy ha sido prohibida, un joven tumbado en el asfalto a un kilómetro de Heiligendamm comentó sonriente: "No se puede prohibir lo que ya está pasando".

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