Catástrofe de estoques
Los Cuadri. Un promedio de 577 kilos. Desigual. Los había de 530 y los hubo de 630; toros grandes, de buen a caja, toros serios con su cosa propia, de los que gustan en Madrid. Decía Fernando Cuadri este año, cuando recibió un premio de los abonados de Las Ventas que "en todas las ganaderías sale mucho malo y algo bueno". En la última que vimos de su encaste, feria de abril, abundó lo primero. En Las Ventas fueron sosos y algunos encastados, pero embestir con ganas, apenas.
Aldeano miró al peón Alfredo Cervantes, le observó el vestido turquesa y azabache y se dio tranquilamente la vuelta. Igual hizo con Ecijano, así que Pepín Liria tuvo que perseguirle hasta el 5, desde donde le miraba con bella estampa ensillada. Cuando Ecijano lo recogió, se le aplaudió más que a los lances del propio matador. En la puya perdió las manos y en banderillas se quedó a verlas venir. Volvió a perderlas -manos y patas- en la muleta, a la que acudía en el platillo con buen son -llegó Liria a darle un circular eléctrico y perfecto- y la afición andaba charlatana y poco atenta, mientras él ensayaba derechazos sueltos y correctos sin calor ni emoción.
Cuadri / Liria, Díaz, Valverde
Toros de Hijos de Celestino Cuadri. Sosos y algunos con casta. Flojo el 1º, cierta nobleza en el 2º y 6º. Pepín Liria: metisaca y estocada baja (silencio); pinchazo, pinchazo sin soltar, media delantera y descabello (pitos). Curro Díaz: pinchazo hondo delantero y ocho descabellos (silencio); seis pinchazos y un descabello -aviso- (pitos). Javier Valverde: pinchazo sin soltar, dos pinchazos y siete descabellos -aviso- (saludos); seis pinchazos y descabello (silencio). Plaza de Las Ventas, 30 de mayo. 20 ª corrida de abono. Lleno.
Salió el cuarto. ¡Qué cantidad de carne y cuernos bufando por la arena! Hasta las tablas del burladero palidecieron. Aguantó más o menos los kilos en la muleta -era un toro largo y hondo- pero sin humillar, y Pepín correteaba intentándolo. Recibió pitos el diestro y algunos aplaudieron al toro por grande.
Curro Díaz torea. Y muy bien. Pero no mata. Y a un matador eso le sale caro. Salió Curro muy atento a fijarlo en el capote; lo dejó recortando en el caballo y le dio poca cera. Evidentemente, a Curro le gustaba, lo cuidaba y, alejado del mozo y la toalla, observaba atento cada movimiento durante el segundo tercio. Con su habitual apostura de empaque flamenco, lo recibió en el tanteo y luego, muy despacio, la muleta adelante, cargando sin trampa, iba con la derecha lenta y suave y le dio el de pecho adormecido. Con la izquierda la muñeca giró tan demorada que perdió el paso al toro y le desarmó dos veces. Acompañaba la cintura del torero el paso lento del Cuadri, y las trincheras y adornos no conseguían la gracia ni la hondura que él sabe darles, porque el bicho se aplomaba. Debió entrar antes a matar. Y conseguirlo, porque pinchó y descabelló ocho veces, y se las fueron cantando.
Se había parado un enjambre de mosquitos sobre la calva del de delante cuando salió Choquero, el mismo nombre que se llevó en otro San Isidro buena cantidad de premios. Pero no fue el mismo. Ni se empleó ni hizo ascos al caballo, ni corrió ni esperó en banderillas, y Curro, con escasa fe, le dio trincheras suaves, algo doblado, y derechazos al toque que el toro perseguía sin humillar. Derrotaba por la izquierda, pero el diestro se empecinó en someterle, y, ante las protestas del sector más intransigente, junto a su tendido, le administró una serie con los tres mejores naturales de la tarde. Torería. Luego siguió, aguantando, pero el bicho sólo quería prender la franela.
Al tercero lo observaban desde un helicóptero mientras Valverde lo fijaba en la capa. Cuando llegó al caballo, el aparato se largó por el cielo a buscar otras cosas. Debía opinar lo mismo que un día oí decir a la mujer más bella que ha pisado esta plaza: "En Madrid, el tercio de varas es como las homilías en las misas: insoportable". En el primer trasteo, un descuido, y volteó a Valverde en el aire. Cayó mal, de espaldas, y lo recogieron pálido y conmocionado. Chaquetilla fuera y muleta en la izquierda, empezó a torear con la plaza entregada, silenciosa y tensa. Volvió a la diestra y volvió a colarse, pero Valverde recuperaba el color a medida que lo perdíamos nosotros. Bizarro y dolorido, llegó a mandarle bien y a embeberlo entre la aprobación del respetable, pero mató muy mal. A este no se lo cantaron. El sexto llegó a la tela con más ganas que el resto, acostándose algo por el izquierdo, pero el torero no encontraba el lugar donde se unen el mando y la dulzura. No es de extrañar, casi nadie lo encuentra. En todo caso, quizá, los toreros.
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