_
_
_
_

Duro capitalismo local

Andrés Ortega

En el país del consumo por excelencia, quizás no sorprenda que sea una empresa de venta minorista la que se haya convertido desde hace algunos años en la mayor, por delante de Exxon y General Motors, según la clasificación de 2007 de la revista Fortune. Es la que emplea a más personas en Estados Unidos (1,3 millones; 1,9 millones en total en el mundo). Con 4.000 super o hipermercados, Wal-Mart ha cambiado el panorama americano. Y esto no es tanto fruto de la globalización (aunque se pueda considerar que la inmigración tira los salarios a la baja), pues se trata de un mercado esencialmente nacional.

Sobre Wal-Mart se han escrito libros y se han celebrado conferencias. El Instituto Global McKinsey hizo en su día un estudio sobre el crecimiento de la productividad en EE UU entre 1995 y 2000, los años de la nueva economía, y llegó a la conclusión de que la mitad de ese avance se debió al comercio al por menor y al por mayor, actividades centrales de Wal-Mart. Con lo que una buena parte de estos avances se deben a las innovaciones en la gestión introducida por esta empresa, entre ellas, sus más eficientes edificios rectangulares, los cambios en logística o el mejor estudio del perfil de los clientes.

Pero la clave, que han puesto de relieve estos estudios, es, como bien recordó hace un tiempo Simon Head en The New York Review of Books, que el aumento del coste de personal vaya por detrás del de las ventas de cada tienda "de modo que cada año todo empleado tenga más trabajo que hacer". Lo que incide directamente en los salarios. En 2004, según estos cálculos, la paga del vendedor tipo de Wal-Mart estaba por debajo de la definición oficial en EE UU de la línea de pobreza para una familia de tres. Menos de la mitad de los empleados podían costearse el seguro médico barato que les ofrecía la empresa. Según un estudio de la Cámara de Representantes citado por Head, todo esto llevó a que el Estado tuviera que subvencionar la sanidad de los hijos de estos empleados, lo que, junto con deducciones de impuestos y otras subvenciones indirectas, hace que cada trabajador de Wal-Mart le cueste en término medio más de 2.000 dólares al año al erario público estadounidense. Hay otro factor: el personal es poco estable. Muchos años, la mitad de los empleados se marchan o se renuevan.

La ONG Human Rights Watch (HRW) publicó a principios de este mes un estudio en profundidad, de 210 páginas, para denunciar que Wal-Mart niega a sus empleados derechos básicos, como el de la sindicación. "Se adoctrina a los trabajadores y gerentes desde el momento en que son contratados para que se opongan a los sindicatos", señala el informe que, basado esencialmente en entrevistas personales, pone de relieve un "clima de miedo en las tiendas" de esta cadena en EE UU. Los gerentes de cada tienda, según este informe, están conectados a la central en Bentonville (Arkansas) para alertar siempre que piensen que sus empleados se van a organizar sindicalmente. Por este antisindicalismo y prácticas similares, Wal-Mart ha sido condenada más de una docena de veces entre 2000 y 2005, frente a cuatro veces sus mayores competidores.

Wal-Mart también ha saltado a la (mala) fama por su supuesta discriminación hacia las mujeres en materia de salarios y ascensos, lo que supone un borrón para Hillary Clinton, que se sentó en su Consejo de Administración entre 1986 y 1992. La denuncia interpuesta en 2001 por una trabajadora en Pittsburgh (California), Betty Dukes, entonces de 54 años, en nombre de 1,6 millones de empleadas pasadas (desde 1998) y presentes de Wal-Mart por estas supuestas prácticas sigue su curso, lo que convierte a este complejísimo proceso colectivo en el mayor de la historia de EE UU. Pero antes de terminar, ya ha surtido efecto: aunque rechazó todas las alegaciones, Wal-Mart creó en 2004 una Oficina de Diversidad, y tomó otras medidas. Ésta ya no es una cuestión del capitalismo global, sino de excesos muy locales. aortega@elpais.es

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_