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Reportaje:

Jugar a la guerra en EEUU

Pocos asuntos en la vida estadounidense son tan complicados, beligerantes y polarizadores como el derecho de los ciudadanos a poseer armas. Tanto lo es que hace parecer el histórico debate sobre el aborto como una especie de té de las cinco. "Sólo en América", pronuncia con un orgullo que no esconde ningún disimulo. "Sólo en América", enfatiza el interlocutor, "puede usted hacer esto". El autor de la frase es Kenny Summer, y "esto" es asistir a la feria de tiro de Knob Creek (Kentucky) para dar rienda suelta a todo tipo de fantasías militares y jugar con un arsenal de armas que convierten el lugar en una zona de guerra. Summer, director del "mayor parque temático de armas del mundo", estableció que la reunión duraría dos días y sería bianual -en abril y octubre-. Su padre creó tan peculiar feria hace ya 35 años, aunque entonces empezó como un simple grupo de amigos que amaban las armas y habían hecho de la segunda enmienda de la Constitución norteamericana su bandera: "Una milicia bien regulada es necesaria para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a guardar y poseer armas no puede ser violado". El pasado mes de abril, Knob Creek llegó a congregar a 30.000 patriotas y defensores a ultranza de la segunda enmienda.

Uno de cada tres norteamericanos está armado, algunos hasta los dientes. Hay al menos un arma en el 40% de los hogares
Desde Europa parecía que la matanza de Virginia sería un hito, el 11-S del control de armas. Nada, no ha pasado nada

Sólo hay un requisito: tener un par de tapones para los oídos. Porque para la edad no hay límites. Por 10 dólares al día los adultos y cinco los niños se tiene acceso al recinto. Aunque sí parece haber fronteras no escritas para la raza. No acudió ni un solo ciudadano de color negro. Hecho destacable debido a la gran afluencia de gente y a que precisamente en el Estado de Kentucky la diversidad racial en la población es un hecho estadístico. Pero quizá también haya que tener en cuenta que el Ku Klux Klan sigue activo en el área y que un gran número de supremacistas blancos están presentes en el evento.

Destartalado en un prado, como un prisionero frente al pelotón de ejecución, al viejísimo Ford Escort no se le concede gracia alguna antes de la ejecución. No hay piedad con él. Miles de balas son descargadas sobre su chapa. Los cristales volados en mil pedazos y la carrocería hecha añicos hasta que le llega el golpe final: la voladura. En un lateral del coche se ha instalado una carga de explosivos. Un mando a distancia ejecuta la sentencia. Un inmenso ¡bum!, seguido de una gran bola de fuego que se eleva en la noche. La voladura del coche es una de las mayores atracciones de Knob Creek. Aunque a lo largo de la jornada también habrán sido ajusticiados viejos barcos, tanques de propano y toda una ralea de electrodomésticos sin futuro.

A tiro de piedra de Fort Knox, donde el imperio de las barras y estrellas entrena a sus tropas de combate y guarda su oro, en el condado de Bullit, se puede comprar, vender o sencillamente admirar una amplia selección de armas, municiones y parafernalia militar. Desde AKs47 hasta M16. Desde rifles de asalto hasta cañones. Desde tanques hasta revólveres. Uniformes nazis. Hay quien porta un casco de la Segunda Guerra Mundial, cuyas armas son las más codiciadas. La MG-42 que posee Ed Richardson es un buen ejemplo de ello. Es el mayor tesoro de este hombre de 64 años, quien prestó servicio a su país en Vietnam hasta tres veces, que visita Knob Creek cada año desde 1985. Si por 75 dólares se puede dinamitar un coche, por 50 más, el cliente es ascendido y puede volarlo con napalm.

La cultura de las armas es en Estados Unidos un símbolo de identidad de una sociedad cuyas raíces se encuentran en la lucha aislada por la supervivencia, en la conquista de nuevos y peligrosos horizontes. Una sociedad de origen agrario que sobrevivía de la caza y en la que cada individuo tenía que defender su propiedad frente a múltiples peligros. "Sólo en América", se dice en Knob Creek. "Sólo en América puede ver usted un show como éste. En ningún otro lugar del mundo existe esta libertad", insiste Kenny Summers. La cultura de las armas como rasgo inseparable del ansia de libertad de los estadounidenses. "¿Qué país puede preservar sus libertades si sus gobernantes no son advertidos de vez en cuando de que su pueblo conserva el espíritu de resistencia? Dejadles tener armas", escribía Thomas Jefferson en 1787.

¿Argumento arcaico? Sí para las sociedades modernas que buscan la convivencia pacífica y que han otorgado al Estado el monopolio de la violencia. No para los millones de norteamericanos que se sienten representados a través de la Asociación Nacional del Rifle (NRA, en sus siglas en inglés) y que un día de abril deciden viajar hasta Kentucky para disparar cargador tras cargador.

Más de 190 millones de armas de fuego están en manos privadas en Estados Unidos. Existen más de 65 millones de pistolas en la calle. Uno de cada tres norteamericanos está armado, algunos de ellos hasta los dientes. El porcentaje de hogares norteamericanos en los que hay al menos un arma de fuego alcanza el 40%; en uno de cada cuatro hay una pistola escondida dentro de un cajón. Se venden al año cerca de dos millones de pistolas y más de cuatro millones de armas de fuego en general.

Con sólo dos documentos de identidad y una chequera, el surcoreano Cho Seung Hui pudo comprar en Virginia una Glock 9 milímetros y una Walter P22, esta última a través de Internet. Con esas dos mortíferas armas acabó el pasado 16 de abril con la vida de 32 estudiantes en Virginia Tech antes de girar el arma contra su rostro y volárselo de un tiro. Parece algo obvio que sin pistolas o fusiles al alcance de casi cualquiera, la matanza de Virginia habría sido mucho más difícil de consumar. Y sin embargo no es obvio en Knob Creek. Ni obvio ni tan siquiera discutible. Como no lo es en la sociedad. La temprana campaña electoral para las presidenciales de 2008 que ya se vive en Estados Unidos es un buen ejemplo de ello. Se debate sobre el aborto, la gran bestia negra de los grupos religiosos radicales, cuya presión y movilización crece cada día más para lograr poner fin al derecho constitucional de las mujeres a decidir sobre un embarazo no deseado. Pero ni una sola mención al control de armas. No, no, no. El tema, de puro asumido, es tabú, tan tabú como lo es la pena de muerte, también integrada en la más absoluta normalidad en la vida de los norteamericanos. No está en la agenda de ningún candidato o partido político cambiar estas "peculiaridades" norteamericanas.La ley ampara el ingente arsenal de armas que subyace bajo los techos de los hogares estadounidenses. Armas que cada año terminan con la vida de 11.000 personas en este país, cuatro veces más que los muertos en las Torres Gemelas o en la guerra de Irak. Con un arma de fuego se quitan la vida voluntariamente 17.000 personas. Más de 700 mueren por causa de una pistola que se disparó por accidente.

Con un arma se cometió la penúltima matanza que conmocionó a Estados Unidos: 14 personas morían acribilladas el 20 de abril de 1999 en Columbine. Y la anterior: 15 muertos en 1966 en la Universidad de Tejas. Hasta que Virginia Tech superó en horror a todas las anteriores y se puso a la cabeza de la sinrazón.

Desde la desarmada Europa, donde en el más violento de los países apenas unos cientos de personas mueren cada año fruto de las armas de fuego, se esperaba un antes y un después en Estados Unidos tras el espanto de Virginia Tech, el revulsivo que obligaría a la sociedad a replantearse su permisividad a la hora de adquirir y poseer un arma de fuego. Se creía que se acababa de producir el 11-S del control de armas, una fecha desgraciadamente histórica que lo cambiaría todo.

Nada. No ha pasado nada. La congresista demócrata Carolyn McCarthy sigue sola en su lucha por conseguir pasar en el Capitolio un paquete de medidas que prohíban la venta de munición en cantidades masivas. El marido de esta representante fue abatido por un pistolero en el tren de Long Island en 1993. Pero poco más. La mayoría demócrata respondió que no era el momento de plantear un cambio de filosofía alegando que las circunstancias no eran las más apropiadas porque acababa de suceder la tragedia de Virginia. Parece que nunca lo va a ser. Este mes de mayo se han graduado los estudiantes de la universidad que ha entrado en la historia no por sus buenos docentes, sino por la locura de un joven que se sintió marginado y perpetró su particular venganza contra sus compañeros. Pero la vida sigue. Y hay quien cree firmemente que si dentro del campus hubiese estado permitido portar armas, ahora se graduarían esos 32 alumnos a los que todavía se llora. Al menos se lamentaría la pérdida de muchos menos. Cho habría abatido a algunas personas. Pero antes de que cayera el tercer muerto, un alumno armado habría puesto fin a su carnicería.

¿No pasa nada? ¿O sí está pasando algo?? Involucionismo. El pasado mes de marzo, por primera vez en la historia de Estados Unidos, una corte de apelación federal desestimó una ley de control de armas basándose en la famosa segunda enmienda de la Constitución americana. Hace dos décadas, esa decisión hubiera sido inimaginable. Entonces se pensaba que esa enmienda protegía el derecho del Estado a tener un ejército para protegerse. Sin embargo, el trabajo de jueces y profesores ha variado esta perspectiva y lo ha tornado un asunto individual.

La decisión ha convertido en inconstitucional la prohibición que existe sobre tener armas en viviendas en DC, el distrito de Columbia, o sea: Washington, la capital de la nación. Su alcalde, Adrian Fenty, se ha declarado ofendido. "Más armas significan más violencia, así de claro". La ley de Washington prohibía las armas que no se hubieran registrado antes de 1976, año sobre el que pivota la legislación acerca del armamento. La decisión ha sido el último episodio de seis años de papeleo en los tribunales después de que seis residentes de Washington se unieran y alegaran que deseaban tener armas en sus casas para autodefensa. El alcalde Fenty ya ha apelado. Y ya ha perdido. Sólo le queda recurrir al Supremo. Pero es otra batalla que da por perdida.

"Si sabes cuántas armas tienes, es que no tienes las suficientes". "Si las armas matan, entonces las cucharas son las que engordan a Rosie O'Donnell [popular presentadora de televisión y actriz, y que todo el mundo habrá averiguado ya que tiene unos kilos de más]. "Vegetariano es la palabra que los indios usaban para decir 'pésimo tirador". "Me dieron una pistola por mi mujer, es el mejor trato que he hecho en mi vida"? Las frases anteriores son una muestra de las camisetas y pegatinas que se venden en Knob Creek. "Existe un dicho que dice: 'Una vez que has disparado una pistola, tienes que poseer una", cuenta el director de la feria. "Es estimulante y un símbolo de libertad", prosigue Summers. "Libertad, ésa es la palabra clave. El resto viene en segundo lugar. Consigue un arma y tendrás garantizada la libertad", proclama con la segunda enmienda en mente Summers.

Señores: esto ha sido Knob Creek. Lo que el festival de Woodstock fue a la paz, Knob Creek lo es a... ¿la libertad? ¿A la guerra? Ustedes deciden. En Estados Unidos ya lo han hecho.

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