"Tuve una depresión de caballo, me intenté quitar la vida"
Al mes de iniciar el tratamiento contra la hepatitis C, Antonia Muñoz no podía más. Todos los pacientes que se sometieron al ensayo clínico basado en el interferón y la ribavirina sufrieron, como mínimo, decaimiento. Pero lo de Antonia, de 69 años, fue "una depresión de caballo" que, como ella relata, le llevó a intentar quitarse la vida. A los efectos de la medicación se unió la enfermedad de su madre, a la que cuidaba en casa con un cáncer terminal muy avanzado. Era demasiado. Sus hijos la llevaron al psiquiatra mientras el hepatólogo le rebajó el tratamiento. "No podía con él", relata.
Pese a suavizar la dosis, la cosa fue bien. "Ahora tengo totalmente dormido al virus", comenta. Nada que ver con el momento en el que se enteró de lo que le sucedía: "Tenía las transaminasas por los cielos".
Fue su marido quien le dio la mala noticia: "Antoñita, te ha tocado". Llevaba meses encontrándose mal, muy cansada. Los síntomas empezaron a partir de junio de 1997, después de someterse a una intervención de rodilla en el hospital Casa de la Salud de Valencia. Al principio no le dio importancia. Ni ella ni su médico, que le sometió poco después a la misma operación en la otra rodilla. "Como me había intervenido poco tiempo antes, ni me hizo analíticas", apunta. En febrero, dos meses antes de que estallara el escándalo, su cirujano le llamó para pedirle unos análisis. "Tengo dudas", recuerda que le comunicó. Le dijo que había una serie de infecciones vinculadas a un anestesista y que ella podía estar entre los afectados. Los resultados llegaron por teléfono y fue su marido el primero en enterarse de que Juan Maeso la había contagiado.
Antonia agradece las molestias que se tomó su médico, que, en contra de lo que sucedió en buena parte de los casos, fue quien se comunicó con ella para contarle lo que sucedía. "Tenía el corazón en un hilo" recuerda. Y no sólo por ella. Pidió a Maeso que sedara a sus dos secretarias en sus cesáreas. Pero ellas tuvieron más suerte.
Del tratamiento guarda un recuerdo "horroroso". No sólo por lo mal que lo pasó psicológicamente. También le ha afectado a los huesos. La debilidad ósea le ha costado la pérdida de cinco dientes y siete operaciones de rodilla, la última para ponerle una prótesis.
Al juicio acudió media docena de veces, además de su visita para declarar. Quería ver al anestesista en el banquillo, aunque tampoco le sirvió de mucho. "Era una cruz ver a Maeso haciendo crucigramas ajeno a todo", señala. Prefirió no acudir a la lectura de la sentencia el martes, atendiendo a las recomendaciones de su marido y sus hijos. La siguió a distancia y ha quedado satisfecha. "No le deseo mal a nadie, pero me alegro de que muera después de haber sido condenado".
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