“Me dejé seducir por el nazismo sin hacer preguntas”
Günter Grass cumple en octubre 79 años y contó con mucho detalle en Pelando la cebolla, su último libro, casi completamente autobiográfico, su pertenencia a las SS; pero lo había contado antes, abiertamente en 1963, según uno de sus editores, Klaus Wagenbach (véase EL PAÍS de ayer), el biógrafo de Kafka, y lo dejó dicho, de una manera o de otra, en algunas de sus novelas o poemas.
Pero Grass, premio Nobel de 1990, nunca había sido tan explícito en su propia literatura. Cuando se publicó en Alemania Pelando la cebolla, el escándalo mayúsculo se magnificó en el mundo; sobrevivió, nos dijo en marzo, "gracias a Ute, esta mujer admirable que me acompaña", y ahora, casi nueve meses más tarde, cuando el libro va a aparecer en español (en Alfaguara, traducido por Miguel Sáenz, con la ayuda de Grita Löbsack; ya salió en catalán, publicado por Edicions 62 y traducido por Pilar Estelrich), aquella controversia se halla remansada, y aparece mucho más relajado y feliz que en aquellos días terribles en los que cayó sobre él la amenaza de ser despojado de afectos y de honores.
"Me preguntaba cómo un chico que no era tonto había creído hasta el final en la victoria final. Cómo fue posible que no lo pusiera en duda"
Ninguna crítica de las que recibió entonces Grass alcanzó los límites de esta autoinculpación: "Es verdad que durante mi adiestramiento en la lucha de tanques, que me embruteció durante el otoño y el invierno, no se sabía nada de los crímenes de guerra que luego salieron a la luz, pero la afirmación de mi ignorancia no podía disimular mi conciencia de haber estado integrado en un sistema que planificó, organizó y llevó a cabo el exterminio de millones de seres humanos. Aunque pudiera convencerme de no haber tenido una culpa activa, siempre quedaba un resto, que hasta hoy no se ha borrado, y que con demasiada frecuencia se llama responsabilidad compartida. Viviré con ella los años que me queden, seguro".
"Lo que he visto y he vivido con este libro no tiene nombre. Ha sido un cúmulo de maldad, de mala idea, y esta reacción me ha herido"
Pero aunque el propio Grass se inculpaba en el libro, la prensa actuó contra él, en muchos sitios del mundo, también en España, como si aún él mismo no se hubiera autoinculpado. En esta conversación, que tuvo lugar en su casa de Behlendorf, la semana pasada, Grass habla de su silencio, y también de las reacciones que hubo. Hablaba en alemán (nos tradujo Grita Löbsack), con mucha serenidad y un deje de esa melancolía que, por otra parte, cruza el libro de principio a fin, "¡pero a veces hay humor también, eh!".
"Me interesa mucho conocer la reacción en España, porque hay cosas comparables: hubo una ideología muy seductora, y muchos jóvenes se dejaron llevar por ella"
Grass tiene algo del Oscar de El tambor de hojalata, como si fuera ya un veteranísimo de la literatura y de la vida y quisiera, sin embargo, ser siempre un niño. En los capítulos que dedica a su madre, y en los que dedica a Anna, su primer amor, este hombre que a veces parece "hosco y enfurruñado" (son sus palabras) se muestra como un muchacho que aún necesita protección. La que le da Ute.
Comenzamos a hablar de su madre, junto al taller en el que escribe, pinta y esculpe. Y lee.
Pregunta. Su madre aparece y reaparece en el libro. Sigue siendo la figura central de su vida.
Respuesta. Tiene un papel central, sí. Era una pequeña burguesa romántica; tenía relación con el arte, pero llevaba un negocio, una pequeña tienda. Observó mis primeros pasos en el arte. Estuvo presente en mis primeras tentativas de dibujante. Ella guardaba una maleta en la que se guardaban cosas de tres hermanos suyos que ya habían muerto, dos en la primera guerra y el tercero a consecuencia de lo que entonces llamamos gripe española. En esa maleta estaban tres proyectos vitales que no se acabaron de realizar. El primero quería ser poeta, y había publicado versos en el pequeño periódico local. El segundo tendía hacia la pintura, y en la maleta se guardaban algunas escenografías teatrales suyas. ¡El tercero quería ser cocinero! Y para mí esta idea de unas vidas no vividas me ha acompañado el resto de mi vida...
"Aunque pudiera convencerme de no haber tenido una culpa activa, siempre quedaba un resto, que hasta hoy no se ha borrado. Viviré con ello los años que me queden, seguro"
P. Y ha terminado haciendo lo que ellos no hicieron...
R. He intentado realizar esa vida que ellos no pudieron vivir... Y todo lo hice en memoria de mi madre, y ella no lo pudo ver nunca...
P. Esas ambiciones que estaban en la maleta están también en la estructura de Pelando la cebolla...
R. Como si ella me lo hubiera predeterminado, sí.
P. Hay dos momentos en el libro, cuando su madre muere y cuando su padre le despide para ir a la guerra... Cuando su madre muere, parece que le da fuerzas para ponerse a escribir...
R. La muerte de mi madre fue un golpe terrible. Lo contradictorio es que liberó las fuerzas creativas que había en mí. No hubiera sido capaz de escribir El tambor de hojalata sin esta muerte incisiva y decisiva en mi vida. Por lo menos hubiera sido imposible escribirla tal como la escribí. En cuanto a mi padre, es otra historia. Para mí él era un ser extraño, y yo para él también lo era. Sólo cuando ya ambos teníamos muchos años nos hemos acercado mutuamente, y nos hemos tolerado de forma amistosa. Nunca leyó un libro mío, pero se mostraba orgulloso de mis libros, del éxito que tenía. Lo más gracioso es que decía que siempre había tenido fe en mí. Y no le quité esa creencia.
P. Él guardaba las críticas en la cartera.
R. Sólo las positivas.
P. Su madre le dijo un día, después de la guerra: "No preguntes nada. Eso no arregla nada".
R. Lo cuento en el libro, sucede en un viaje en tren, en la posguerra. Es cuando quiero saber qué pasó realmente al final de la guerra, con los rusos, con las fuerzas de ocupación... Y ella no quería hablar de eso. Sólo después de su muerte, a través de mi hermana, me enteré de que había sido violada, y varias veces. Mi hermana tenía catorce años. Cuando querían violar a mi hermana, ella se ponía delante y decía: "Yo antes que ella".
P. ¿Qué siente una persona cuando conoce eso en retrospectiva?
R. Yo he intentado verlo en el contexto histórico. Claro que yo sabía cómo se habían comportado los soldados alemanes en Rusia; habían dejado la tierra quemada tras ellos. E intenté entender esa acumulación de odio que se había producido cuando los rusos entraron en Alemania y se produjo esa oleada de violaciones. Para mi madre fue un gran shock, y también para mi hermana, y eso las traumatizó para toda su vida. Eso tuvo que ver con la decisión de mi hermana de hacerse monja. Luego la saqué del monasterio, porque sabía que ella no estaba contenta allí. Nunca se casó, siempre estuvo sola. Esas tempranas experiencias la traumatizaron, la marcaron para siempre.
P. La madre le dijo que no hiciera preguntas. Pero este libro está lleno de preguntas.
R. Sí, y también de las preguntas que uno se hace a sí mismo. Si uno escribe una autobiografía es para ponerse en duda a sí mismo, a la persona entera. Así ha sido conmigo. Yo me preguntaba cómo un chico que no era precisamente tonto había creído hasta el final en la victoria final. Cómo fue posible que no lo pusiera en duda en ningún momento. Cómo es posible que no se haya preguntado por el profesor del colegio que había desaparecido, y que volvió después de cierto tiempo, cómo no me pregunté qué había pasado con él. Cómo no le preguntamos: ¿dónde ha estado usted? ¿En un campo de concentración? ¿Qué es un campo de concentración? ¡¿Cómo es posible no haberse hecho preguntas?! ¿Y qué había pasado con el compañero de clase que era testigo de Jehová y que no quería tocar su fusil? ¿Por qué desapareció? Son cosas muy importantes sobre las que no me pregunté, cómo es posible que no me las preguntara. Y de eso trata mi libro en su primera parte.
P. ¿Y hay alguna pregunta que no se haya hecho todavía?
R. Bueno, en cuanto a ese ámbito del que hablamos yo creo que con este libro he contestado a todas las preguntas. Hay una frase en Pelando la cebolla: "Mi generación se ha dejado seducir". Y yo digo: nosotros nos dejamos seducir, yo me he dejado seducir. No quiere ser una excusa sino una explicación. La organización juvenil de los nazis tuvo un atractivo tremendo y un poder de seducción impresionante. Y nosotros nos dejamos fascinar sin hacer preguntas. Ésa es la explicación que puedo dar hoy.
P. Cuando cuenta la historia del muchacho que no quiere tocar el fusil, usted utiliza como leitmotiv lo que dice el chico. "Nosotros no hacemos eso". ¿Hubiera querido ser ese chico entonces?
R. No, ni mucho menos. Lo encontrábamos absurdo... Nosotros lo odiábamos. Lo admirábamos por esa constancia, por poder mantener su postura sin dar explicación alguna, pero nosotros no sabíamos quiénes eran los testigos de Jehová ni qué testimoniaban. Y, además, nos castigaban por su culpa.
P. Usted dice en su libro que aunque hurgue con celo en sus recuerdos no aparece nada que pueda favorecerle... Una declaración absoluta de culpabilidad. ¿Le sorprendió que le siguieran pidiendo cuentas, después de esta autoinculpación?
R. Para decir la verdad, he vivido casi siempre la misma experiencia: cada vez que ha salido un libro mío en mi país, la reacción ha sido muy fuerte, tanto a favor como en contra. Pero lo que he visto y he vivido con este libro no tiene nombre. Ha sido un cúmulo de maldad, de mala idea, y esta reacción no sólo me ha sorprendido, sino que además me ha herido. Yo estaba en el mes de agosto en Dinamarca, como todos los años, pasando el verano con mi mujer; estaba dibujando, escribía. En ese momento llegó esta oleada de lo peor que podía esperar. Gracias a Dios pude seguir escribiendo y dibujando... Ésa fue mi reacción, seguir creando. Lo que se quería lograr era hacerme callar, y me negué. Escribí un libro de poemas en el que aludo a este tiempo, a agosto, y que se podría llamar en español El payaso de agosto... El estúpido mes de agosto. Intenté dar una respuesta a esa oleada de odio con estos poemas. Desde que los publiqué me sentí mejor.
P. ¿Qué hay detrás de esas reacciones?
R. Siempre quisieron destrozarme, y esta vez han querido destrozar este libro, sobre la base de dos páginas de una obra de quinientas. No lo han conseguido. Pelando la cebolla ha tenido una tirada muy grande, ha llegado a muchos lectores. Y por primera vez en la vida he recibido muchas cartas de lectores tanto de mi generación como más jóvenes que han expresado su gratitud por ese libro. Me decían que después de leerlo por primera vez se sentían dispuestos a hablar con sus hijos o con sus nietos de lo que había sucedido entonces. Y la gente joven me decía que después de haber leído lo que escribí, los abuelos y las abuelas les han hablado de la guerra... Así que el libro ha cumplido la función de soltar la boca. Y esto creo que es lo más bonito que le pueda pasar a un autor.
P. Al final del libro usted describe una partida de jóvenes que están en una pradera y hacen el saludo fascista. Y reflexiona sobre "la mala hierba", que prospera en cualquier sitio. Ha dicho en algún sitio que escribe este libro para que los jóvenes no caigan de nuevo en lo que cayó usted.
R. Lo que yo veo ahora, cuando hago lecturas públicas, es que hay muchos jóvenes ante mí. Es gente que no vivió aquel tiempo, lo han oído contar; gracias a Dios han crecido en una sociedad en paz, con bienestar. A través de la literatura yo los llevo a una época pasada totalitaria y a una sociedad de la posguerra, donde todo estaba en ruinas, y no sólo la casa sino también los seres humanos. Éste es un modo para ellos de conocer la prehistoria de su propia familia y los peligros de una sociedad encerrada en una sola verdad. Deben darse cuenta de los peligros que encierra verse seducidos en una situación como la que viví yo... Para los jóvenes todas éstas son experiencias nuevas. Me interesa mucho conocer la reacción en España, porque en España también hay cosas comparables: hubo una ideología muy seductora, y muchos jóvenes se dejaron llevar por ella.
P. Nosotros no hacemos eso, dice el muchacho que no quería tocar el fusil. ¿Los alemanes han dejado de preguntarse cómo fue posible que lo hicieran?
R. Los alemanes sabemos que lo hicimos; hay algunos ultras que niegan Auschwitz... El mérito de la posguerra fue poner de manifiesto los crímenes... Ahora ha habido aquí un gran escándalo porque un ministro de Angela Merkel exculpó a un criminal de guerra, responsable de la muerte de muchos jóvenes. Esas cosas, esas exculpaciones, no se pueden hacer; bajo Adenauer se hubieran aceptado, y hoy es imposible.
P. En España hay un debate sobre la memoria histórica. ¿Qué consecuencias tiene para una sociedad no hacer ese debate?
R. Afecta gravemente a la juventud, porque la juventud no conoce su propia historia. Les falta la dimensión entera de su vida. Es inevitable tomar conciencia de ello y debatirlo. Lo bueno de una derrota, y Alemania vivió una derrota incondicional, es que te hace enfrentar todos los problemas de los vencidos.
P. Dice usted en su libro algo que recuerda al Oscar de El tambor de hojalata: "Quiero ser otro y estar en otro lugar". ¿Es una necesidad humana, literaria, una vía de escape?
R. Es una figura literaria. Siempre queremos ser otros, crear otras criaturas. Es la esencia de la ficción. Lo que escribo es resultado de investigar a fondo las experiencias que he tenido como joven. Normalmente hablo de mí mismo, de mis tiempos de jovencito...
P. Hay alguna reflexión sobre la felicidad en su libro. Siente calor en medio del frío, dice, y eso le produce un sentimiento que se parece a la felicidad... ¿Qué sentimiento tuvo cuando acabó el libro?
R. Yo estaba agotado, y me sentía también aligerado, descargado; escribir este libro, más que otros libros, ha sido para mí un proceso gozoso y doloroso a la vez. Pero era necesario para mí. Al final me sentí agotado, pero satisfecho.
P. Una lectura exclusivamente política del libro impediría hablar del amor que hay en él. La crónica de su primer amor, Anna. Su vida se rehizo con otra mujer, Ute. ¿Cómo afronta escribir con amor del amor pasado?
R. Viví con Anna durante dieciséis años. Tuve cuatro hijos con ella. Y llegó el momento de dejar de vivir juntos. Para mí Anna es una persona que forma parte de mi vida, y hasta hoy siento un residuo de amor por ella. Yo no veía ninguna razón para mostrar o explicar las razones que nos llevaron a separarnos. No quería ajustar cuentas... Por cierto, de lo que no hemos hablado es de que también hay humor en el libro.
P. El 21 de mayo, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, va usted a hablar ante una audiencia española, nueve meses después del follón. ¿Con qué ánimo va?
R. Yo me alegro de ir. Y me alegro de los dos meses que pasé en Madrid, corrigiendo la última versión de Pelando la cebolla. En febrero de 2007, con Ute, junto a la Puerta del Sol. Hice muchos dibujos de cebolla. Fueron dos meses muy hermosos. Y voy con alegría a recordarlos.
Babelia
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