Raro, raro, raro
Como en las iglesias, los museos y la sala de espera de los dentistas, la gente habla en voz baja en las librerías. Parecen, es verdad, sitios cabales y ordenados, pero si escarbas empiezan a revelarse como la nave de los locos. En las últimas semanas, las mesas de novedades se han llenado de libros y de autores excéntricos.
- Una galaxia. El escritor más raro del universo se llamó Philip Kindred Dick. Murió en 1982, año en que se estrenó Blade Runner, basada en una novela suya. Ahora que Ridley Scott vuelve con los replicantes, la fábrica de ideas conmemora el 25º aniversario de la muerte del Cristóbal Colón de los mundos paralelos. Lo hace con la reedición de Ubik (1969), su obra maestra, situada en un futuro en el que es factible leer la mente. El dueño de una empresa especializada en anular la telepatía acepta un encargo fuera de la Tierra. Una explosión acaba con su vida. Sus empleados sobreviven. O al revés. El enigma está servido. Time consideró la obra como una de las cien mejores del siglo XX y el diseñador Philippe Stark tiene una colección llamada, precisamente, Ubik. Todo sospechoso para Philip K. Dick, un adorable paranoico convencido de que, mientras la humanidad vivía en la caverna de Platón, él conocía la verdad y los poderes del mundo le perseguían por ello.
- Un continente. "El último producto de la fermentación de un siglo". Así se autorretrató Italo Svevo, y donde dice siglo cabría decir continente. Svevo vivió en Trieste y pasó a la historia por La conciencia de Zeno, autopsia que un maniático se hace a sí mismo. Pues bien, ese maniático escribió en 1896 Diario para la prometida (Funambulista), traducido ahora al castellano. En el que relata a su futura esposa sus sentimientos y sus intentos de dejar de fumar. Ahora sí, ahora no. Ideal para la lista de bodas.
- Un país. La rareza de El año que tampoco hicimos la revolución (Debolsillo) es que está escrito por un colectivo cuyos miembros firman con sus iniciales y declaran sus ingresos en la página 4. Alterna textos literarios y noticias económicas de la prensa. Actúa por contraste: entre salarios y beneficios empresariales, por ejemplo. Perfecto para los que quisieron saber cuánto gana Rajoy, aunque desde que el Santander llamó Revolución a una de sus hipotecas ya nada es lo mismo.
- Una ciudad. Alguien que dice de sí misma "No soy una intelectual, escribo con el cuerpo" siempre será de fiar. Es el caso de Clarice Lispector. Siruela, que ha publicado casi todas las novelas de la brasileña, acaba de poner en circulación Para no olvidar, un conjunto de crónicas entre las que destaca una aproximación a Brasilia. Para Lispector, la ciudad se parece a su insomnio. Si uno fuera Costa o Niemeyer, padres de la criatura, no sabría cómo tomarse la frase. O este aforismo del mismo libro: "Pero si nosotros que somos los reyes de la naturaleza no debemos tener miedo, ¿quién lo tendrá?".
- Un barrio. Como Esperanza, Prosperidad es una de esas estaciones optimistas de Metro de Madrid. También es el título de la primera novela de Carlos Herrero, de 32 años y ex casi todo: repartidor de periódicos, empleado de Ikea y gimnasta. Lo ha publicado Barataria y ya se empieza a hablar de ella como de un chorro de aire fresco. Tiene desparpajo, aunque su frescura la usaron ya los pioneros del realismo sucio.
- Un café. Dicen que cuando la penicilina acabó con la sífilis acabó también con la literatura francesa. Pues bien, cuando la calefacción central se cargó las tertulias se cargó también los cafés. Tal vez por eso Ronda del Gijón (Aguilar), de Marcos Ordóñez, se subtitule Una época de la historia de España. Y qué época: un futuro guionista que llega a Madrid por primera vez y se va de cabeza al local -mítico, se añade en estos casos- del paseo de Recoletos, una mujer que lleva bajo el brazo las cenizas de su padre, otra que quiere ser Françoise Sagan... En boca de todos ellos pone Ordóñez 18 monólogos que se aguantan de pie más allá de que los actores se llamen Ana María Matute o Rafael Azcona. Gente que entra y gente que sale, decía el cerillero. El no parar.
Babelia
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