El presidente y la autoestima
Francia ha decidido afrontar su "crisis de confianza" (expresión de François Fillon) otorgando la presidencia de la República al líder más carismático de la mayoría que la ha gobernado durante los últimos cinco años. Ésta es una de las paradojas de la victoria de Nicolas Sarkozy. Y una de las razones del fracaso de Ségolène Royal: no ha sido capaz de poner en evidencia la contradicción de que una de las principales estrellas de los Gobiernos de Jacques Chirac, que agudizaron la crisis de Francia con el fracaso del referéndum europeo, se presente ahora como el candidato de la ruptura y el cambio.
Sarkozy ha jugado con fuego para llegar a la presidencia de la República y le ha salido bien. Pero el camino recorrido ha sido de alto riesgo. Jugó el papel de ministro invitado, guardando distancias con el resto del Gabinete y sin ningún reparo en erosionar el trabajo de Dominique de Villepin (el primer ministro). Se arriesgó a hacer de aprendiz de brujo alimentando la revuelta de los jóvenes periféricos para imponer después su imagen de orden y autoridad. Y contribuyó al despliegue en los medios de comunicación de un discurso sobre la crisis de Francia para proponerse finalmente como redentor.
Francia tiene la sensación de que el mundo no la escucha, y esto la ha deprimido profundamente
¿Qué es lo que está en crisis en Francia? Probablemente la autoestima. Si existiera un manual de psicología de las naciones, Estados Unidos y Francia figurarían como los dos países más neurotizados por la extraordinaria opinión que tienen de sí mismos. Es su fuerza y, a la vez, su debilidad. Francia tiene la sensación de que el mundo no la escucha y esto le ha deprimido profundamente. Los intentos desesperados de los electores franceses para adquirir notoriedad -el paso de Jean-Marie Le Pen a la segunda vuelta y el no al referéndum europeo- no hicieron más que aumentar el desasosiego. De ahí que Sarkozy dedicara la mayor parte de su solemne discurso de la victoria a dirigirse al mundo. Poco le importaba si el mundo tenía interés en escucharle o no. Se trataba de que desde el primer momento los franceses vieran que su país volvía a ser ejemplo universal: un chute de autoestima.
Un país envejecido y abrumado por los miedos (miedo al otro, miedo a un mundo que no es como se lo esperaban, miedo a la precariedad) ha elegido a un líder conservador para que le tutele. No hay que confundirse: Sarkozy no es un liberal, es un conservador. Valores morales, autoridad, trabajo, identidad nacional, he aquí los lemas que presidirán la República durante el mandato del nuevo presidente, un hombre mucho más próximo al comunitarismo que al liberalismo.
Sarkozy ha conseguido hacer el pleno de la derecha. Parte de la extrema derecha le votó desde la primera vuelta y el resto lo ha hecho en la segunda. Sólo una parte del centro derecha se le escapó en la primera vuelta, pero, desoyendo a su líder Bayrou, ha vuelto al redil en la segunda. Este éxito ha comportado un brusco frenazo a las expectativas de Le Pen, un líder en fase otoñal cuyo partido, el Frente Nacional, a pesar de haber obtenido el 10% de los votos, algunos lo dan por amortizado. Sin embargo, todo tiene un precio. Y en este caso el precio ha sido la asunción por parte del nuevo presidente de muchos de los temas de la agenda de la extrema derecha. Francia lleva a cabo su revolución conservadora cuando Estados Unidos, Reino Unido o España, por ejemplo, ya están de vuelta.
Algunos vaticinan que Sarkozy tendrá un mandato caliente. Tengo mis dudas. La amplitud de su victoria le permitirá afrontar sin contemplaciones cualquier agitación. El desprecio a los perdedores tiene buen cartel. Y, delante, el Partido Socialista (PS) va a sumirse con toda probabilidad en una profunda crisis. Si la gente no ha visto el cambio en las propuestas de Royal es porque su partido lleva décadas de renovación pendiente. La televisión pilló una mirada asesina de Dominique Strauss-Khan cuando la candidata perdedora intentaba mantener el ánimo en su discurso de reconocimiento de la derrota. Me da vergüenza de género lo que han hecho estos barones socialistas con una mujer que tuvo la osadía de enfrentarse a ellos y ganarles. Ahora, Strauss-Khan, símbolo del PS que lleva años arrastrándose a ninguna parte, se ofrece para liderar el cambio. El PS necesita una limpieza a fondo.
Muchos esperan a Sarkozy para revitalizar Europa. Aviso para navegantes: por encima de todo Sarkozy necesita afirmar -no compartir- el liderazgo de Francia como signo de superación de la crisis de confianza. Y esta idea, mucho más que el interés general europeo, presidirá su acción. En su discurso del domingo deslizó una idea sumamente ambigua: la creación de una Unión del Mediterráneo a imagen de la Unión Europea. ¿Para reforzar Europa? ¿O para buscar un espacio más fácil de someter al liderazgo francés?
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