Pasarelas de autor
Valencia, Barcelona, Sevilla, Bilbao, Mérida, Ondarroa, Murcia, Orleans, Dublín, Buenos Aires, Atenas, Haarlem (en Holanda), Turtle Bay (en Hawai), Jerusalén, Dallas, Venecia..., hagan la prueba. No es fácil encontrar una ciudad o un río en Occidente no atravesados por un puente de Santiago Calatrava. El arquitecto de Benimamet es uno de los pocos ingenieros con una firma tan claramente reconocible como las imágenes de los pintores más carismáticos de la historia. La gente de a pie reconoce los puentes de Calatrava. Y los celebra. En versión Alamillo -con un mástil y cables tensados- o en versión Zubizuri -parabólicos o de arcos inclinados-, los suyos son puentes caligráficos, las rúbricas de un arquitecto espectacular que mostró sus primeros trabajos antes por televisión que en publicaciones especializadas. El hacer del último Premio Nacional de Arquitectura es tan fácilmente identificable que le ha ganado una fama entre la ciudadanía que no había disfrutado, o sufrido, ningún arquitecto, y por supuesto ningún ingeniero en España, desde la época de Gaudí. Y la discrepancia entre la resistencia de la crítica, la pasión que despierta entre los políticos y la popularidad que goza entre los ciudadanos no hace más que engrosar su leyenda. Los puentes de Calatrava hablan de él, un arquitecto ingeniero que se define como artista. Y hablan de un mundo global: pueden leerse como el viaje que el hijo de un comerciante de cítricos valenciano emprendió por el mundo. Aunque él está convencido de que la pasarela peatonal Katenhaki, que construyó en Atenas, evoca a los míticos barcos atenienses con su mástil ligeramente torcido y se muestra firme al afirmar que la pasarela del puerto de Ondarroa respira el ambiente pesquero del lugar, los puentes de Calatrava se reconocen porque tienen un aire de primos hermanos. Él no comparte esa opinión y no piensa que en ese parentesco podría radicar parte del éxito de sus trabajos: los diseños de un tipo que comenzó ideando puentes y que ha terminado por hacer edificios que, con frecuencia, tienen también forma de puente. Con todo, entre los puentes de Calatrava hay un mundo. Los hay que se convirtieron en imagen de un acontecimiento, el del Alamillo, por ejemplo de la Expo de Sevilla o el de Bach de Roda, de la Barcelona preolímpica, y los hay que han sido construidos por un mecenas, como el de La Mujer, que el empresario argentino Alberto González hizo levantar en Puerto Madero (Buenos Aires) tras sufragar de su bolsillo los 4,4 millones de euros que costó. Pero ni siquiera los puentes de este experto son capaces de salvar la polémica que, con tanta frecuencia, salpica sus edificios. Hace unos días, el arquitecto denunció al Ayuntamiento de Bilbao por "mutilar" la pasarela que ideó para cruzar la ría desde el Campo de Volantín, al unirle una nueva, firmada por el japonés Arata Isozaki. Calatrava exigió entonces al Consistorio "un mínimo de 250.000 euros por daños morales". Y ahora en Venecia le salen pocos amigos a su cuarto puente sobre el Gran Canal. Polémicas aparte, si es posible, hay que reconocer que, por una vez, este puente es más Venecia que Calatrava y eso, en el hacer de nuestro arquitecto más popular, es, sin duda alguna, todo un hito.
Babelia
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