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"Para don Mario...", la dedicatoria del discípulo

Juan Cruz

Luis Leante mide un metro noventa y uno, y Mario Vargas Llosa, que le acababa de pedir una dedicatoria, le dijo que Julio Cortázar debía ser al menos tan alto como él. Luego estuvieron hablando de Ernest Hemingway y de otros artistas igual de altos, o aun más altos que este nuevo autor que sale de Murcia para visitar el mundo, o al menos, de momento, el mundo latinoamericano. En medio de esa conversación, el autor nuevo le fue escribiendo en la portadilla de su novela al maestro: "Para don Mario, mi padre literario, mi hermano del alma y mi autor de referencia".

"¡Caramba!", le dijo Vargas Llosa, "de esta generosa dedicatoria me fastidia sólo una palabra: el don". "¿Don? Es que yo soy un tímido, y me cuesta muchísimo entrar en seguida en el tuteo". "En América Latina, es verdad, nos tratamos mucho de usted. ¡Pero llegas a España y ya en seguida todo el mundo se tutea". "Mis alumnos latinoamericanos, que tengo muchos, tratan de usted, es cierto, pero los españoles en seguida se pasan al tú". Después del tuteo (y no recuerdo si Leante luego tuteó a su "autor de referencia"), en seguida se pusieron a hablar de literatura; Leante se hizo leyendo a los latinoamericanos, y Vargas Llosa estaba en el primer sitio de la estantería; en esta misma novela aparece un comandante Panta que evoca el militar chungo de Pantaleón y las visitadoras, "una novela que tenía que haberse leído mejor, porque la gente cree que es de humor y encierra muchas más cosas". Y con Pantaleón, La guerra del fin del mundo, "fue un descubrimiento literario, y ya desde entonces le he leído siempre, y a veces varias veces".

Leante (1,91 metros, "y cien kilos en canal") sabe que ahora ya no va a ser el autor desconocido que probó fortuna con una novela que nació de una noche de alucinaciones en el Sáhara; hasta ahora era un autor que recibía críticas "en Murcia y Alicante y en Alicante y Murcia", y ahora se va a enfrentar a un tour larguísimo y al hecho cierto de que ya forma parte de un firmamento (el de los premiados, y el de los conocidos) que empieza aquí y no se sabe dónde se termina. Tranquilo, pausado, este profesor de Latín, que además enseña Asesoría de Imagen y Cultura Clásica en su instituto de enseñanza media, sabe que no podría dejar esos trabajos, "son mi estímulo, gracias a esta labor de profesor sé lo que pasa en el mundo, conozco las inquietudes de los chicos, y quien conoce a los chicos sabe qué pasa con los padres", de modo que jamás se vería (de momento, al menos) como un forzado escritor de tiempo completo. "Soy un profesor vocacional, una especie de maestro antiguo". En otro sentido, su maestro fue Vargas Llosa, Don Mario, a quien ayer dedicó su novela ahora más famosa.

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