Dos bellos animales escénicos
EL PAÍS entrega mañana 'El momento', de Betty Carter; y el viernes, 'El momento', de Count Basie, por 4,95 euros cada uno
"No te dejes engañar por los que te dicen que el jazz yace en su lecho de muerte, porque cuando Betty Carter canta, nada pasa realmente, sólo que suena un montón de música maravillosa", escribió a principios de los noventa, en su canción Jazz thing, Guru, mitad del dúo Gang Starr e institución del hip-hop neoyorquino. Y el rapero, de porte mafioso y rimas roncas, dio en el clavo del homenaje.
Tenía razón. Betty Carter es, seguramente, la única cantante capaz de, en sólo dos gestos de su personalísimo estilo, batir marcas de improvisación y musicalidad, meterse al público en el bolsillo con un chiste y dar nuevo sentido a las letras de los viejos, eternos, Standards. Por ejemplo, I could write a book, de Rodgers y Hart. "Si me lo pidiesen, podía escribir un libro sobre el modo en el que camina, los suspiros y esas miradas", canta (sería más ajustado decir que frasea, como un instrumento de viento) Carter en dos ocasiones a lo largo de El momento, disco-libro que se entrega mañana con el diario.
Y las dos veces lo hace sin aparente esfuerzo. Porque Betty Carter, bautizada a principios de los treinta en Detroit como Lillie Mae Jones, era una especialista en ocultar el trabajo duro. Siempre lo logró. Desde que empezó a cantar a finales de los cincuenta hasta el fin de sus días, en 1998.
El disco repasa todas las épocas del intermitente romance entre los sellos que hoy son propiedad de Universal y Betty Bebop (un apodo que no tardó en caerle, gracias a su inigualable dominio de la técnica del scat, esa sucesión de sílabas sin más sentido que el melódico). Fuera queda, con todo, su matrimonio artístico con Ray Charles, el capítulo más exitoso de su historia aunque, vista en perspectiva, la colaboración no hiciese justicia a su arte. Y dentro, las grabaciones que registró para el sello Impulse!, el lugar en los sesenta para todas las cosas aventureras relacionadas con el jazz. También, si éstas tenían que ver con el riesgo vocal. Ya proviniesen del grandullón Leon Thomas o de Carter, quien, antes que nada, fue una revolucionaria infiltrada en los territorios del blues y la corriente principal del jazz.
El acierto de El momento es no dejar de lado los años de madurez de la cantante. En los setenta, cuando otras divas huyeron despavoridas o abrazaron resignadas el cariz que tomó el jazz de esa década (tan fusionado, para espanto de los ortodoxos), Carter fundó su propio sello, para expresar su franco desacuerdo con la industria. Y, ferozmente individualista, fue en Bet-Car (así lo bautizó) donde firmó las mejores páginas de su carrera en discos como el doble que recoge un íntimo recital de finales de los setenta, titulado The audience with Betty Carter.
Count Basie nunca tuvo tampoco mucho problema para ganarse al público. Como corresponde, por otra parte, al swing, ese estilo del que siempre hizo bandera (hasta su muerte en 1984 a los 80 años). Su orquesta, que lideraba al piano, es seguramente la mejor materialización de un concepto que remite al campo semántico del contagioso optimismo y aún hoy se usa entre los aficionados al jazz como un arma arrojadiza; que algo tenga o no swing es capaz de abrir o zanjar largos debates.
Basie solía resumirlo con la misma economía de medios con la que atacaba el piano: "Si estás tocando un tema y la gente no marca el ritmo con el pie, mejor deja de tocarlo". Él nunca tuvo que hacerlo desde los días en los que accedió a la nobleza del jazz (entre los duques, reyes y otros títulos concedidos en la era de las big bands, a él le tocó el de conde).
El momento, que acompaña al diario el viernes, repasa con escrupuloso cuidado 32 años de la historia de Basie. Desde el mítico One o'clock jump, de 1937, hasta los días en los que la orquesta vivió la primera época dorada de los casinos de Las Vegas a finales de los sesenta o aquellos tiempos en los que la banda participó, en 1957, en la emisión de The sound of jazz, momento glorioso en la tortuosa relación entre televisión y jazz.
De la colección queda fuera, con todo, el formidable trabajo desarrollado por su orquesta junto a cantantes como Ella Fitzgerald, Frank Sinatra o Big Joe Williams (que en la práctica fue un miembro más del grupo). Esos días en los que el combo de Count Basie actuaba como la insuperable banda de gran formato de la casa de Norman Granz, fundador del sello Verve a mayor gloria de la ortodoxia del jazz.
Babelia
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