Ejecutados
Las imágenes de estas páginas corresponden a fichas policiales de personas asesinadas en la purgas estalinistas efectuadas en los años treinta del siglo pasado en la URSS. En ellas desaparecieron millones de ciudadanos. Estos retratos inéditos fueron encontrados en los archivos de la Lubianka, la sede de la policía secreta soviética en Moscú. Allí se guardan decenas de miles más. Sus rostros componen una galería macabra, una suerte de dramático fotomatón, irónico nombre de esa cabina equipada para retratar rauda y veloz, en un aquí te pillo y aquí te mato. Así sucedió con estos hombres y mujeres: desaparecieron en un hoy te arresto y mañana te ejecuto.
Lo dejó dicho el escritor Vassili Grossman, que supo mucho de aquel tiempo: “El nombre de Stalin ha quedado inscrito para toda la eternidad en la historia rusa”. Y así fue. En 1917, los sóviets toman el poder en el país y se entierra para siempre un mundo: la etapa zarista. Cinco años después comienza Josef Stalin a brillar de verdad, cuando Lenin le asciende a secretario general del Partido Comunista, con dudas, sí, pero sin alcanzar a imaginar que él, uno de sus seis cargos de confianza antes de su muerte, en 1924, llegaría a acabar con los otros cinco. Y de paso, con sus conciudadanos en un verdadero ejercicio de exterminio social.
Los asesinados por Stalin son víctimas dobles: no había razones
Pura ironía: al final. Stalin no pudo borrar las imágenes a su antojo
Rostros atormetandos, conmovedores. Cada imagen, una vida
La biografía de más de un millón de personas ha sido rehabilitada
A los protagonistas de todos estos retratos desconocidos, días antes de morir, horas antes, minutos o segundos antes, les mandan salir de la celda, caminar por pasillos inmundos y oscuros, después de haber sido interrogados y torturados; les hacen posar ahí, delante del fotógrafo (“Mira aquí, mira; mantén la pose, mira a la cámara”), al aire libre, con luz natural para que quede mejor, más real, en un rincón cualquiera, en un patio? Quizá estén solos y se llamen Oleg Alexandrovich Kamenetski, estudiante de arte de 21 años, acusado de contrarrevolucionario, que va a ser fusilado el 12 de julio de 1929 y su memoria no quedará rehabilitada hasta 1990; o Aziza Rajimovna Shirinskaia, maestra de escuela, de 37, detenida junto a sus hermanos Akmet-Kemil, Shakir y Selim-Girei por participar en actividades antisoviéticas, que serán fusilados el 10 de enero de 1933, sin que nadie pueda limpiar su imagen hasta 1990; o María Skibitskaia-Tseitlin, médica, de 44, con cargos que se ignoran, condenada y ejecutada el 21 de junio de 1937, a la que nadie ha rehabilitado.
O quizá se encuentren junto a otros de los detenidos esta misma noche, ayer, hace unos días, durante una u otra razia. Y tras el baile consiguiente de autoinculpaciones, acusaciones mutuas, mentiras (“Danos nombres, queremos nombres”), ellos y ellas se quedan quietos, posan, miran al objetivo detenidamente? Y por su rostro, por sus ojos, van desfilando todos los sentimientos posibles, la incredulidad, el espanto, el desprecio, la ira, la tristeza, el orgullo, el dolor, la provocación, el miedo, incluso alguna sonrisa de esas tontas que se escapan ?se deben escapar? cuando ya la esperanza está perdida, uno o una sabe que va a morir y punto; cuando ya se ha agostado incluso el deseo imperioso de salvar la vida, de alargarla como sea, de sobrevivir a cualquier precio; o de rescatar al hijo, al esposo, al padre también prisioneros, desterrados, congelados en un agujero en Siberia, en los Urales (“Prohibidas las visitas y las cartas durante 10 años”, era lo mínimo), para siempre ya desaparecidos.
Las personas de estas fotografías vivieron la misma situación millones de veces vivida en la Europa trágica de la primera mitad del siglo XX: ciudadanos convertidos en enemigos de otros ciudadanos; víctimas unos de otros, y todos a manos de dementes en el poder: Hitler, Franco, Mussolini o Stalin. Sólo que los que fueron ejecutados durante el mandato de este último (de 1929 a 1953) resultan víctimas dobles. Por haber muerto sin pruebas ni garantías y por no encontrar razón última (si es que algún asesinato la tiene) para morir: en su caso no había por medio, en general, conflictos de religión, raza o nacionalidad, ni siquiera políticos, de odio centenario u enemistad territorial, lucha por los recursos o conflicto tribal? No consta.
No había nada para justificar lo injustificable, viene a decir David King, el autor de Ciudadanos comunes. Las víctimas de Stalin (Francis Boutle Publishers, Londres), un libro donde se publican algunos de los retratos descubiertos en la Lubianka. Sólo ansia de poder y afán por hacer desaparecer a los otros, la misma saña y minuciosidad con que Stalin ?conocido como “el devorador de imágenes”? manipulaba las fotografías oficiales, amputaba, tachaba, rehacía, retiraba de ellas a aquellos que no le interesaban; hacía como si nunca hubieran existido. “Estar o no estar en la foto”, ésa era la clave.
Le sucedió primero a León Trotski, y luego, a muchos otros que, de su completa adhesión al régimen y a la causa bolchevique, pasaron al olvido. Como Nikolai Yezhov, el mejor pupilo de Stalin, comisario del Pueblo de Asuntos Internos, jefe de la policía secreta durante la llamada Gran Purga entre 1936 y 1938, cuando el hip parade de la propaganda clamaba en carteles lo de “limpiemos el partido de individuos clasistas y elementos hostiles, degenerados, traidores, arribistas, egoístas, burócratas y personas moralmente decadentes”. Yezhov se dedicó en cuerpo y alma a eliminar todo rastro trotskista. Se cree que, sólo en 1936, 3.000 oficiales superiores de la policía secreta fueron asesinados bajo su mandato. Se le atribuyen millones de fusilamientos políticos. En el verano de 1938 fue relevado de su cargo; el 10 de abril de 1939, detenido, y nunca más visto: se quedó sin imagen.
Eso fue lo primero que llamó la atención a King cuando un buen día buscaba material gráfico sobre Trotski en los archivos soviéticos. No había. Y King, ex editor del Sunday Times Magazine, residente en Londres, apasionado de la URSS y que cuenta hoy con un fondo de más de 250.000 imágenes (www.davidkingcollection.com), se empeñó en buscar y coleccionar esas piezas retocadas que pretendían reescribir la realidad. Con todo ello publicó en 1997 un volumen titulado The commissar vanishes, en el que mostraba el increíble desarrollo de la falsificación fotográfica bolchevique (de ahí nació en 2003 en el Centro Andaluz de la Fotografía, CAF, la exposición Stalinfagia, de la que un crítico, Luis M. Ruiz, dijo: “De golpe, por obra y gracia de un especialista en trucajes y unos minutos de laboratorio, se rescindía un esqueleto y la carne que lo recubría? se eliminaba el primer cigarrillo, la tos, la última carta de amor? en cierto sentido, suprimir a un hombre supone dejar al mundo cojo”).
El británico hurgó en los archivos de los procesos de 1936, 1937 y 1938, los de la depuración del Ejército y la extinción de la Vieja Guardia, tras los retratos de los acusados, hasta que se topó con Memorial, una organización de Derechos Humanos en Moscú; allí descubrió las fichas de miles de ciudadanos comunes. Pura ironía: a pesar de los deseos de Stalin por limpiar el mundo gráfico a su antojo, aquí están, inmortalizados, los rostros de los asesinados, retratados por esos mismos fotógrafos oficiales anónimos a los que el Estado soviético negó la independencia artística entre 1920 y 1960. “Había tantos retratos que fue un dolor elegir sólo dos centenares para el libro. Los seleccioné por su calidad, sus expresiones, por la variedad de procedencias, de entorno, de trabajo?”, cuenta. El material ha servido de nuevo al CAF para producir una exposición que acaba de cerrar sus puertas en Almería y que se moverá por otras ciudades (más información en caf.ccul@juntadeandalucia.es).
“Las fotos de las fichas encontradas son pequeñas, tamaño carné, y están pegadas a la cartulina gris de la NKVD, la Comisaría del Pueblo para Asuntos Internos, en formatos estarcidos y sellados con dígitos, nombres y fechas”, cuenta King. “Los datos personales y tristes de la existencia de cada ejecutado se escribieron en papel rayado con esa caligrafía tan ejemplar que antaño tanto apreciaban los burócratas soviéticos. Todo figura en orden alfabético”, describe. De forma puntillosa y con calidad. Así trabajó la policía secreta bajo sus distintas denominaciones al correr del tiempo: la Cheka, OGPU, NKVD? “Y es también una macabra ironía que la mirada letal de esa policía secreta pudiese haber creado retratos tan sensibles”, dice King.
Rostros atormentados, expresiones conmovedoras. Cada imagen, un número, una vida. Y muchas, con ese giro vertiginoso que produce todo movimiento circular: los que un día eran amigos, ejecutores, denunciantes, torturadores, acaban convertidos años después en enemigos, detenidos, prisioneros, víctimas, ejecutados. Es el caso de Alexander Malchenko. Amigo y camarada de Lenin desde sus inicios revolucionarios: la madre de éste le ocultaba de la policía de San Petersburgo en sus años mozos. Luego, borrado. O el de Mijaíl Frinovski, subcomisario del NKVD que fue considerado criminal contrarrevolucionario, y con él, su esposa, su hijo, sus parientes? Todos ejecutados. Hay muchos más: compañeros de partido o jefes del ejército de confianza un día que al siguiente se convierten en espías, en sospechosos, en intrigantes, en terroristas. Hay en esta galería retratos de comunistas y no comunistas, afiliados o no al partido, simpatizantes o no, directores de teatro, granjeros colectivistas, obreros concienciados de fábricas, secretarias, maestras de escuela, ingenieros, físicos, actores, aviadores, estudiantes o comandantes del mismísimo Ejército Rojo. Ni los héroes de la patria durante la guerra civil se salvaron de la labor de purga criminal. Como Mijaíl Iliich Kossa. Su ficha policial dice: “Nacido en Malo-Ekaterinovka en 1921. Miembro del Partido Comunista. Héroe de la Unión Soviética. Comandante de sección en un centro de entrenamiento militar? Arrestado el 24 de septiembre de 1949. Condenado a muerte por el Consejo Militar de la Corte Suprema de la URSS el 20 de abril de 1950. Cargos: traición a la patria, secuestro de un avión con destino a un país extranjero y vínculos con la Gestapo. Fusilado el mismo día. Se rehabilitó su memoria en 1966”.
Este archivo valiosísimo está custodiado por Memorial, asociación de asociaciones, creada para documentar los crímenes estalinistas al calor de Gorbachov y la perestroika allá por 1989, cuando cayó el muro en Berlín y se derrumbó exhausto ese periodo de la historia. Fue entonces cuando se inició la segunda fase de rehabilitación (la primera se produjo tras la muerte de Stalin, en 1953) de aquellos acusados de crímenes políticos no probados. “Luchamos por prevenir cualquier totalitarismo, por que se sepa la verdad del pasado, por tener libre acceso a los archivos históricos, y desarrollamos proyectos para desvelar lo que sucedió, apoyamos a los familiares de las víctimas?”, indican. Y aseguran oponerse de pleno “al intento reciente y creciente de engrandecer la figura de Stalin”. La lista de personas cuya biografía se ha limpiado de cargos falsos por los que Stalin les robó la vida supera ya el millón de nombres protegidos por la Ley de Rehabilitación de 1991.
Entre las fotos, las hay también de artistas, escritores y poetas? Stalin los consideraba sus peores enemigos. El poder de la palabra. Sin embargo, “ese espíritu ruso”, decía Jorge Edwards, “ese estado de ánimo, esa actitud profundamente creadora, podía existir a pesar de Stalin”. Y existió. Los detalles de aquel tiempo han quedado escritos y descritos en la obra de muchos autores, fusilados o condenados a trabajos forzados en el gulag (“reeducación mediante el trabajo”, era la máxima; un subterfugio para obtener mano de obra gratis que explotara las minas, que levantara obras públicas, para la industrialización). Ellos describen lo que sus ojos ven a diario, lo que sus cuerpos sufren y sus mentes sueñan; narran su lucha por sobrevivir, por continuar siendo personas. Como Isaac Babel, que trabajaba en una novela sobre la Cheka, la policía secreta de Lenin, y nunca la llegó a terminar; Osip Mandelstam, congelado de por vida por culpa de un poema sobre Stalin (“Él puede matar y a la vez ser dulce / Es un georgiano de gran corazón”, escribió); Varlam Shalamov, quien pagó un alto precio, tres lustros de encierro, por desvelar el testamento de Lenin y sus dudas sobre Stalin; Solzhenitsin, que mostró al mundo los crímenes del totalitarismo; Evgenia Ginzburg, arte y parte culpable del estalinismo un tiempo y luego víctima de su represión?
“Lo que yo he visto, un hombre no lo ha de ver, ni siquiera lo ha de conocer”, escribió un día Shalamov desde ese encierro al que consiguió sobrevivir y que describió en sus Relatos de Kolyma, un centenar de historias breves que no se publicaron en Rusia hasta los ochenta; un documento estremecedor sobre la degradación y la deshumanización de la vida en los campos de prisioneros de Stalin, por los que se cree pasaron unos 20 millones de personas. “¿Cómo contar lo que no puede ser contado? Es imposible encontrar las palabras. Morir tal vez habría sido más sencillo”, concluye.
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