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Tribuna
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Calentamiento excluyente

Los españoles nos hemos tomado en serio la batalla contra el calentamiento global (C. G.). Entre que escribo esto y que ustedes lo leen se habrá vendido o reservado tal cantidad de aparatos eléctricos en este país, con objeto de refrescar el tórrido y próximo verano, que nosotros solos nos habremos cargado parte de la porción medioambiental que restaba. Que no se diga.

El fervor general que la campaña anti-C. G. despierta podría deberse a razones humanitarias. Imaginen que, sintiéndonos en peligro y amenazados de extinción, en un rasgo de generosidad contribuimos a acelerar nuestra cesantía: por momentos se me antoja la mejor causa posible. Claro que ello sería contradictorio con nuestra naturaleza, más dada a extinguir a otros grupos humanos, animales, vegetales o minerales. Una práctica que, aplicada al caso que nos ocupa, bien podríamos denominar calentamiento excluyente (C. E.). Pero es probable que nuestras motivaciones sean más egoístas. Tal vez creemos con sinceridad que vamos a colaborar en algo grande, algo que no distingue ni sabe de razas, credos, religiones, orígenes, adopciones, inseminaciones y nacionalidades. Fucking the Planet, everybody! Planazo para todos.

Y luego está lo ‘sexy’ para la mercadotecnia o marketing que la historia parece si te refieres a ella en inglés. En efecto, y es todo un efecto, Global Warming (G. W.) tiene las iniciales del nombre de pila del presidente de los Estados Unidos actuales, un hombre capaz de sintetizar en una sola mirada el final de El planeta de los simios. Ofrece también tentadoras sugerencias para la industria del placer: Morros Roídos sería un gran nombre para un lápiz de labios diseñado por D&G como resultado de asomarse al G. W. y dejarse los labios externos como un gorro de pubilla; por cierto que me encantó su anuncio: tan realista; nadie se percató de que la señora no estaba sometida; simplemente no estaba: todos los tíos pendían de sí mismos. Dedos Incansables quedaría de coña para un vibrador Love Yourself plagado de manitas, complemento indispensable del anuncio de D&G. Se preguntarán por qué precisamente los dedos. Es un clásico: después del dale que te pego digital, ahora viene lo de apagar interruptores. Tengo las yemas convertidas en nudillos de tanto oprimir botones para prender y desconectar luces, iluminando mi vida lo justo para colocar las basuras en sus correspondientes estuches reciclables y tratar de deslizarme hacia los contenedores metiéndome en el ascensor y no lanzándome por el hueco, como le gustaría al hijo de la portera.

Me temo que lo que está calentándose con el tema C. G. es el dinero. No sólo el que pagan las compañías que polucionan el planeta en sobornos a periodistas (conmigo no han tenido ni un detalle; no es necesario, sé trabajar gratis). Es que, además, esto de jubilarse rescatando el Globo debe de dar una pasta, casi tanto como estar a sueldo de Rupert Murdoch, no hay más que ver cómo saltan en torno al asunto los ex presidentes, ex vicepresidentes y futuros ex primeros ministros. Clinton, Gore y Blair bien podrían formar el Trío de los Azahares, mientras nosotros contribuimos a su pujanza sujetando nuestros respectivos lirios. Es un negocio redondo y achatado por los polos. Primero, los gobernantes dedican sus mandatos a silbar cancioncillas cada vez que el planeta se estremece. Cuando pierden el empleo han hecho ya lo necesario para resultar indispensables como salvadores de aquello cuya aniquilación permitieron. Eso es casi tan imaginativo como arrodillar a los Reyes y a Berlusconi en El Escorial. Y es un trabajo para toda la vida, no como lo de dar conferencias, que acabas por repetir plaza y discurso y agotar a los públicos.

Dijo la oscarizada autora de la canción de Una verdad incómoda que la lucha contra el calentamiento del planeta es la única que no es de izquierdas ni de derechas, ni blanca ni negra, ni roja ni azul. Como la equidistancia y el olvido. ¿Tendrá razón el suicida pueblo llano al apuntarse al calentamiento excluyente y acaparar Soplasonics para el estío?

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