"Los inmigrantes fortalecen el país con su trabajo"
Ndiaga Sarr Ngom (Rufisque, Senegal, 1972) vive desde hace ocho años en Euskadi. Está casado con una irunesa, con la que tiene una hija. Se ha integrado sin problemas, pero la tierra tira y cada año viaja a su país para visitar a la familia y los amigos.
"Los jóvenes de aquí no quieren ser panaderos, no quieren madrugar tanto ni trabajar festivos"
Ndiaga Sarr Ngom se sabe un hombre con suerte, porque su salida de Senegal y su llegada e integración en España nada tienen que ver con la de decenas de compatriotas que se juegan cada día la vida en busca de "un futuro mejor". Estudió hasta los 18 años y, tras una temporada ayudando a uno de sus diez hermanos en las labores de chófer, se trasladó al pueblo turístico de Saly. Allí empezó a trabajar con un primo en su tienda de souvenirs y terminó haciéndose guía. "Eso te permite tener contactos, conocer gente y saber cómo viven los europeos", recuerda.
Transcurrido un año, su primo y Sarr Ngom cambiaron Saly por otro destino turístico: Toubacouta, donde montaron una tienda también de recuerdos y donde él continuó trabajando como guía. "Sé hablar francés y un poco de inglés, y eso te facilita el contacto con los turistas", apunta. Una de las personas que conoció fue una chica de la localidad guipuzcoana de Irún que con el tiempo se convirtió en su esposa. "Fue allí con una amiga y entablamos amistad. Cuando volvió a Irún comenzamos a intercambiar cartas", detalla Sarr Ngom. Los lazos se fueron estrechando, ella regresó a Senegal y lo que arrancó como una amistad se convirtió en una relación sentimental.
"Me propuso venir a España. Yo lo vi bien, pero la pregunta era cómo", recapitula. La chica intentó conseguir un contrato de trabajo para Sarr Ngom, pero fue "imposible". En la embajada española les dijeron que "lo más fácil" era que se casaran. Y así lo hicieron, de manera que él logró sin problemas el permiso de residencia en régimen comunitario.
El trabajo también llegó enseguida. A través del Ayuntamiento de Irún realizó un cursillo de camarero. Una vez terminado, le surgió la posibilidad de emplearse en algún restaurante u hotel, pero su suegra trabajaba entonces en la conocida pastelería Aguirre y consiguió que le hicieran una prueba. Era abril de 1999. Hasta hoy. Sarr Ngom está especializado en hacer hojaldre. "Estoy contento. Mis compañeros son muy buena gente, no me puedo quejar", subraya.
Tampoco puede quejarse de cómo le recibieron la familia y los amigos de su mujer. "Son gente muy agradable, me han ayudado mucho", insiste. Porque Sarr Ngom fue durante un mes y medio a clases de castellano, pero sobre todo ha aprendido el idioma hablando con unos y con otros. Con los amigos que conoció a través de su mujer, pero también con los que él hizo, por ejemplo, en el equipo de fútbol en el que estuvo jugando un tiempo.
"Soy una persona abierta", afirma. Y lo demuestra con hechos. Forma parte de un grupo de percusión africana: Jum jum, y se mete de vez en cuando en la piel de modelo. "El hermano de una amiga de mi mujer es modelo y un día me comentó que en una agencia necesitaban a un chico negro. Fui y me dieron el trabajo. Desde entonces me suelen llamar. Al principio me encontraba un poco asustado, con tantas luces y demás, pero al final te acostumbras", explica.
Sarr Ngom se ha integrado sin dificultades en Euskadi y asegura que nunca ha experimentado un capítulo de discriminación. "Según lo que hablo con otros compatriotas, los senegaleses nos adaptamos bien e intentamos convivir con la gente de aquí", sostiene. Eso no quita, claro, para que eche de menos su tierra y a los suyos. Así que cada año suele ir 15 días de vacaciones a Senegal con su mujer y su hija, quien ahora tiene seis años, para visitar a la familia y los amigos.
El hombre cree que, aunque no se hubiera casado con una española, tarde o temprano hubiera salido de Senegal. "Me ganaba más o menos la vida, pero no tenía mucha perspectiva de futuro", admite. Por eso dice que comprende a las decenas de conciudadanos que deciden salir de allí para "mejorar su situación". "Yo he estado en pueblos en los que se ve pobreza, en los que hay penuria de alimentos: comen cus cus por la mañana, por la tarde, por la noche...", apunta. Sin ir más lejos, de todos sus hermanos, "sólo dos tienen un trabajo en condiciones; el resto se busca la vida como puede".
Sarr Ngom comenta que, ante la numerosa llegada de emigrantes, puede llegar a entender que alguna personas "se asusten". Aunque a renglón seguido lanza una pregunta y una respuesta reveladoras: "Pero, ¿qué trabajos tienen los emigrantes? El trabajo que la gente de aquí no quiere. Están en la carretera, recogiendo fruta, en la pesca, en la limpieza... Los jóvenes de aquí no quieren ser panaderos, no quieren madrugar tanto ni trabajar festivos. Se quejan por quejar, porque todos podemos convivir tranquilamente. Si a los emigrantes les dan la oportunidad de trabajar, lo único que hacen es fortalecer el país", argumenta.
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