Canción triste de Lisboa
El fado está más vivo que nunca. Una nueva generación de artistas se une a las voces míticas que cimentaron la leyenda. Más allá del tópico de la 'saudade', ese canto del alma lusa, primo hermano del flamenco, vive su segunda edad de oro. Ésta es la crónica de un puñado de noches de música en Lisboa
El diccionario antiguo definía así fadista: "Chulo, meretriz, proxeneta". El tópico asocia aún el fado (del latín fatum) con algunas palabras negativas: bohemia, fatalismo, melancolía Cuando se conoce a los fadistas, la realidad es radicalmente distinta. Los que salen aquí, jóvenes y viejos, cantantes, guitarristas o violistas, productores y poetas, son, para empezar, exquisitamente puntuales. Cuando se le dice a Celeste Rodrigues, la hermana de la mítica Amália, responde a sus 83 años: "¡Eso es porque nos da miedo ser despedidos y perder el empleo!".
Como se puede ver, además de precavidos, los fadistas de ahora son más bien alegres. Muchos, siendo irónicos, y muy escépticos con el mundo que les rodea, demuestran un amor rendido por su profesión y un desprecio olímpico por las ambiciones modernas (el éxito, el dinero ).
La extraordinaria capacidad expresiva, el respeto a los maestros, la intensidad de los sentimientos, el buen gusto para la poesía y la ropa, la pasión por el tabaco, las ganas de enriquecer cabalmente las músicas y las letras, la tranquila certeza de que morirán cantando fado y el carácter abierto y expansivo son algunas otras de las características (variables) de estas damas y caballeros que cada noche en Alfama, el Barrio Alto o Mouraría dan otra vuelta de tuerca al histórico lamento portugués, desmienten los tópicos tristonhos y reinventan el cante jondo de Lisboa: el fado.
Después de vivir una docena de noches fadistas muy dispares, unas largas y emocionantes, otras cortas y más decepcionantes, es inevitable decir que la magia del fado, su duende, no siempre aparece. Es caprichoso, esquivo, escurridizo. Pero el reverso es igualmente cierto: el rito del fado bien cantado y bien dicho enseña siempre al oyente algunos de esos raros secretos que el dinero no (siempre) puede comprar. Vitalidad, misterio, poesía, arte, gracia, buena música y, a veces, cuando hay suerte, incluso un poco de sabiduría y amor.
Gracias al sabor de veteranos como Celeste Rodrigues (una octogenaria maravillosa que siempre se las apañó para vivir a la inmensa sombra de la inmensa Amália), o como António Chainho (un guitarrista clásico y renovador a la vez), o como Carlos do Carmo (fundador del fado moderno y maestro de jóvenes figuras), o como María Nazaré (elegante Carmen Linares del fado); gracias también al empuje de artistas de mediana edad y largo alcance como el genial Camané (que emergió de un doloroso pasado convertido en el mejor intérprete masculino de ahora mismo) o el multitalentoso Jorge Fernando (productor, letrista, compositor, violista, cantante), y gracias por fin a la valentía y el rigor de jóvenes como Ana Moura (una fenómena que acaba de grabar dos canciones con los Rolling Stones y que ha puesto a Keith Richards a estudiar portugués "para entender lo que dice"), Raquel Tavares (otra belleza que ya triunfa por el mundo) o la oftalmóloga Kátia Guerreiro (que aporta su ojo clínico y el lamento lluvioso de las Azores), el prodigioso Ricardo Ribeiro (un cantante de mucho peso y pocos años que fue discípulo del fadista más flamenco, Fernando Maurício), el precoz Diogo Clemente (violista, poeta, compositor y cantante) o la última sensación lisboeta, Carminho Rebelo de Andrade (una estudiante de marketing de 21 años dotada de una voz y un alma que no necesita propaganda), el fado ha llegado probablemente al mejor momento de su historia.
Y no sólo en Portugal. Fados, así, en plural, es el título de la película que estos días rueda Carlos Saura en Madrid, con la que el director español ha querido cerrar su trilogía sobre las músicas urbanas que comenzó con Flamenco y siguió con Tango. Artistas universales como Caetano Veloso, Chico Buarque y Lila Downs rinden homenaje al fado en la cinta.
"Hemos salido del gueto", dice Helder Moutinho, artista y productor, hermano de Camané y guía de EPS en este periplo por el blues de Lisboa. "La nómina de artistas internacionales es ya muy amplia. Misia, Mariza, Dulce Pontes, Mafalda Arnauth, Cristina Branco, Camané No todos son fadistas, pero todos han ayudado a expandir el fado por el mundo. Hace poco, en las fiestas de Gijón, tocamos ante 2.000 personas y vendimos todos los discos que llevamos. Y cada día nos llaman de más sitios".
Cada vez más apreciado por los jóvenes portugueses -"dicen que les gusta el rock, el rap y la música pimba (popular), pero cuando oyen un fado se quedan bobos", sostiene Celeste Rodrigues-, la inclusión del fado en el género World Music le ha permitido alcanzar un desarrollo global que empieza a parecerse al del flamenco, su primo hermano peninsular (y no es ésa la única semejanza con una música que admiran muchos fadistas, como los flamencos mueren con el quejío lusitano).
"Aunque el fado ya tuvo su esplendor, la época de la voz única de Amália", explica el violista y poeta Jorge Fernando. "Los que amaban el fado, lo amaban por Amália. Curiosamente es ahora cuando el fado se ha impuesto como una música especial en todo el mundo. El flamenco y el tango han tenido su tiempo, éste es el momento del fado. Hay una nueva manera de tocar la guitarra y la viola. Los jóvenes van al conservatorio, y eso ha depurado mucho la técnica. Han evolucionado las armonías de la guitarra, y eso da a los cantantes un espacio más grande que les permite expresar el alma más libremente".
De todos modos, advierte Fernando, no hay mucho que inventar: "Los buenos son los que ponen el alma, y eso no tiene tiempo ni edad. No es por azar que los jóvenes fadistas idolatran a los antiguos".
Tomemos, por ejemplo, el 'fenómeno Camané', que recuerda a Camarón hasta en el nombre (apócope de Carlos Manuel) y a sus 40 años canta fados que emocionan como las siguiriyas de don José Monge. Si sus actuaciones levantan tanta expectación como aquéllas, sus suspensiones provocan los mismos disgustos en la afición. Camané es flaco, procede de familia humilde, empezó a cantar de niño, desciende de aficionados, tuvo relaciones con ambientes letales y adora a los viejos. "Tenía siete años cuando empecé a cantar", cuenta. "Estuve enfermo 20 días en casa y cogí los discos de mi abuelo: Alfredo Marceneiro, Amália, Lucília, Fernando Maurício, Carlos do Carmo Todos los clásicos. Escuché compulsivamente, luego lo asimilé, y a los nueve o diez años conocía todo el fado tradicional. Debía de tener ocho o nueve años cuando me presenté en una casa de fados sin que nadie lo supiera. Hablé con los músicos y canté en público por primera vez. A los 17, ya empecé como profesional".
Aunque pasa inadvertido en el bar de la playa de Carcavelos donde estamos tomando café, Camané es uno de los grandes ídolos del apasionado público del fado. Llena siempre que actúa, jamás defrauda, y ha llevado al punto exacto de emoción su innata capacidad para construir la interpretación desde una pureza personalísima.
Tiene una dicción exquisita (sus erres y sus eses son únicas), su afinación es fabulosa, su jondura siempre suena natural, y la autenticidad baña todo lo que canta, ya sean fados clásicos, tradicionales (los originales más antiguos), que él reconstruye con textos de poetas (célebres como Pessoa, grandes del fado como Homem de Mello o menos conocidos como João Monge y Manuela de Freitas), ya sean canciones ajenas al fado que él convierte en fados.
Camané suena siempre moderno y fresco. Pero es un fadista clásico, hecho a base de escuchar. Y de cerrar casas de fado: "No sabría definir la ética del fado, pero cuando voy a una casa de fado me siento en casa. Fue mi escuela y formo parte de eso: es una forma de vida muy digna, muy profesional. El teatro es la forma de hacer crecer tu trabajo, las casas son la trinchera del fado. Yo crecí allí, pasé en ellas 15 años y fue un periodo crucial".
¿Sería que estaba renovando el fado? "Los fados tradicionales son muy simples, pero permiten construir cosas nuevas y comunicar ideas de otros. Eso es la renovación", responde el autor de Esta coisa da alma, "siempre que la música sea fado, la interpretación sea profunda y el espíritu sea fadista", continúa. "Lo auténtico sólo se renueva con cada pequeña aportación de cada intérprete. Y a veces es muy duro. Algunas noches probaba cosas nuevas, acababa mis tres fados y no había un aplauso".
No hay más que ver a Ana María -una oronda angoleña dotada de una voz fascinante- recorrer trabajosamente cada noche los 100 metros del largo de Chafariz de Alfama que separan el Museo del Fado de la Taverna del Rey para darse cuenta de que, en efecto, muchos fadistas son fadistas por amor al arte (aunque las grandes figuras cobran ya cachés de cuatro ceros).
Esta Cesária Evora del fado angoleño es una pionera espléndida que en 2004 cantó en Lisboa ante Bill Gates, pero cuya rutina actual consiste en alternar cada noche el museo, haciendo folclore, con la taberna, cantando fado. Se suda, pero se gana bien la vida, dice. "Me crié en Luanda con portugueses que tenían una fábrica de cervezas, y allí aprendí fado. Vine a Portugal en 1975 y ya no hice otra cosa. La mejor sigue siendo Amália. Por ella, hoy, el fado no tiene color, ni raza, ni fronteras. Yo creía que incluso adelgazaba, ¡pero no!".
Pero subraya el poeta José Luis Gordo, uno de los grandes letristas vivos ("Partiu zangada comigo, / deixou um retrato antigo / que me aqueçe as noites frias"), heredero de los gigantescos poetas Homem de Mello y José Carlos Ary dos Santos, esta expansión del fado -"en la que no todo lo que se anuncia como fado es fado"- convive con un interés local muy desigual: "Lo están exportando, y, mientras, aquí lo siguen maltratando como reclamo para turistas. ¡Y yo no escribo para turistas, sino para gente que entiende el sufrimiento!".
Parece cierto que, como ha pasado y pasa en España con el flamenco, muchos intelectuales y medios lusos desprecian todavía el fado como un género menor (aunque la magnífica colección de discolibros lanzada por el diario Público y coordinada por el antropólogo Rui Vieira Neri es un ejemplo de lo contrario: ha vendido 50.000 ejemplares). Lo sabe bien Carlos do Carmo, estrella y erudito del fado, hijo de fadista de leyenda, infatigable trabajador por la dignidad de su música y asesor principal de Carlos Saura.
"Yo huyo del fado doliente y reaccionario", dice Do Carmo en su casa lisboeta, rodeado de libros y de cuadros, con su voz armónica, que recuerda a la de Joan Manuel Serrat, y su cabeza analítica, que observa el fado y su recepción desde la dialéctica marxista.
Do Carmo fue acusado de hereje por los puristas y después alabado como genio por esos mismos puristas (como Camarón, Morente o Paco de Lucía), quizá porque tuvo la intuición de que "el fado no era una música asociada a la tristeza y la autoconmiseración". Hoy sabe que tenía razón. "El fado viene del pueblo, y su desarrollo urbano y social lo lleva a convertirse, junto al flamenco, en la mejor poesía popular de Europa de finales del XIX y principios del XX. ¡Es absurdo no querer entender eso!".
¿Y qué pasó para que ambas músicas fueran denigradas durante gran parte del siglo XX como folclores de luto y pandereta? "Pasó que los dos países importamos el fascismo, cada uno en nuestro estilo. El nuestro se instaló aquí como un gas inhalado, y eso fue provocando una amnesia terrible, que hoy forma parte de la personalidad portuguesa, una sociedad con poca tradición democrática que no sabe llevarse bien con las cosas buenas de su historia". "Aunque la izquierda tampoco se portó mejor", añade. "Tras la revolución [de los claveles], no supieron volver la vista atrás y enterarse de que el fado era mucho más simpático, más serio y más popular de lo que se creían".
Para comprobarlo, Helder Moutinho ha propuesto que vayamos al Bacalhau de Molho, un local de Alfama donde cantan veteranos y jóvenes. Mientras esperamos la música y el rico bacalhau a brás, el hermano de Camané, otro amante de la historia del fado, nos ilustra. "Empezó siendo lamento y voz, luego se hizo con piano y al final se optó por la guitarra portuguesa, que vino de Inglaterra vía Oporto y era más portátil. Pero el origen del fado es un gran misterio, como el del flamenco. Y está bien que sea así. Si no, serían ciencias. Yo creo que el fado es el fruto de todas las influencias musicales de las colonias, y de las canciones que se cantaban en el puerto de Lisboa antes del terremoto (1 de noviembre de 1755), y de toda la tristeza posterior que produjo el tsunami".
"El fado moderno nace en las calles en el siglo XIX, y con Salazar entra en los clubes", continúa Helder. "En las calles, los fadistas cantaban fados políticos, subversivos. En los años treinta, el ministro de Cultura, Antonio Ferro, que era un personaje excepcional ["Fascista, sí; pero tonto, no", apunta Do Carmo] decidió crear las casas de fado para profesionalizar, dignificar y a la vez poder controlar y censurar a los artistas".
"Hay unas 500 canciones en el fado", prosigue el profesor Moutinho. "Primero fueron los fados clásicos, que se dividen en mouraría, menor y corrido, y que no tienen melodía. Luego, los tradicionales, que son variaciones melódicas a partir de los clásicos. Y luego llegaron Amália y Armandinho con sus fados abstractos, y el fado vadio [golfo], el fado de la calle, desapareció poco a poco. Pero aquí está María Nazaré, tendríais que hablar con ella".
Esta dama es la encarnación del fado natural y elegante. Es la raíz que explica el pasado y ayuda a entender un presente extraño hasta que la muerte nos coja cantando el último fado. Eso es más o menos María de Nazaré. Fumadora empedernida, mujer de pocas palabras, cantante contenida, transparente y misteriosa a la vez, empezó a cantar a los 14 años. Ahora tiene 60. ¿Hay tantos fadistas como dicen? "Conocí algunos y algunos conozco. Ser fadista no es mérito. O se es, o no se es. O naciste así, o no hay nada que hacer". Nazaré cantó 20 años en Senhor Vinho y 10 más en el Clube de Fado; probó en los teatros, pero no le gustó. "Me gusta más el fado que el teatro". ¿Y ha visto cambiar mucho el fado? "Cambió la vida, cambió el fado. Ha mudado sustancialmente en términos de poesía, musicalmente no se hace mejor que hace 40 años. Los fadistas que triunfan ahora es con una letra nueva y una música antigua. Pero no triunfan muchos, porque sólo se oye música en inglés".
Según dicen los que entienden, la espiritualidad de esta música se bifurca por distintos senderos. Dejando de lado a Coimbra, donde sólo cantan fado los hombres y la guitarra va por su propio camino, el fado reside en Lisboa. Por un lado, como espectáculo turístico de restaurantes (muchas veces digno, pero no siempre adecuado al precio de la entrada). Por otro, en las colectividades, las casas de barrio donde se reúnen vecinos y familias a cantar y a escuchar, y actúan jóvenes y aficionados. Por último, está el más selecto circuito profesional, que alterna las grabaciones de discos, los teatros de dentro y fuera del país, y los clubes de más respeto, sitios como el Senhor Vinho, la Taverna do Embuçado, el citado Bacalhau, la Parreirinha de Alfama (donde reina Argentina Santos) o la última sensación, ese maravilloso y minúsculo templo llamado Mesa de Frades.
Fue Camané quien dio el chivatazo. "El martes canta Carminho en Mesa de Frades. Merece la pena. Estará Mariza".
Carminho se apellida Rebelo de Andrade y es la última sensación del fado lisboeta. Canta en vaqueros y chanclas, como quien va al súper. Pero cuando abre la boca, para los relojes. Cuenta que empezó a los 12 años, en un certamen municipal. La tradición también fue crucial: su madre era dueña de la Taverna do Embuçado.
Tras licenciarse allí en primaria y secundaria de fado, Carminho estudia ahora marketing en la universidad. Pero sólo se promociona muy sutilmente: "Sería pretencioso decir que ya tengo una voz propia, aunque intento no copiar a nadie y la gente dice que hago cosas diferentes".
El local estaba lleno de gente de su edad, aunque "Los jóvenes prefieren las baladas. El fado tradicional es más difícil de entender. Es como el jazz puro, demasiado underground. Entienden mejor a Mariza que las cosas viejas". El análisis de la joven Carminho revela gran madurez, pero casi arruina el reportaje: "El fado está de moda, pero eso son ciclos. Sobrevive el núcleo duro, y el público va navegando. El fado nunca murió porque no depende de la venta de CD para sobrevivir".
Menos mal que minutos después empezó la noche grande de Frades. Eran sobre las once, y el local -una capilla cubierta de azulejos de 1800- estaba abarrotado, así que alguien abrió la puerta, y el cantante y los guitarristas (la formación habitual del fado es voz, guitarra portuguesa y viola-guitarra española) se colocaban en el quicio para ser oídos dentro y fuera, donde estaban los jóvenes y los guiris. En el cuarto del fondo, junto a la barra, los artistas: Camané, Mariza, Ricardo Ribeiro, Helder y Pedro Moutinho (estos Moutinho son los Habichuelas del fado), y el violista Diogo Clemente, otro prodigio que a sus 20 años escribe poemas ("más de 40"), compone música ("bastantes menos"), produce discos ("un par") canta ("si es bajito")
Rodeados de humo, calor y un respeto de cementerio, los cantantes fueron haciendo sus habituales tandas de tres o cuatro fados. El rito suele empezar, si hay cabales, con una sentencia: "Silencio, va a cantarse o fado". Una vez cantado, o incluso durante la pieza (si gusta mucho), el auditorio dice, o incluso grita, diversas cosas: "fadista", "boa" o "ala". Y ésos son, por orden de excelencia, los olés del fado.
El fado tiene unos mandamientos muy estrictos. Sobre todo para las féminas. Traje oscuro, chal o similar; las manos, agarradas al chal o similar; los ojos, cerrados; el cantante, de pie, entre la guitarra y la viola; la luz, tenue casi apagada, y el auditorio, como una tumba, sin respirar.
Cuando el artista acaba de cantar, se aplaude; se hace una pausa para comer, hablar y beber (durante la audición hay que soltar los cubiertos), y a los 20 minutos vuelve el fado. Sin estar programado (aquello era una misa improvisada), esa noche actuaron primero los segundos espadas; después llegó el turno de las figuras.
Mariza, quizá la voz más internacional del fado de ahora mismo, dejó tres músicas (canciones) de escalofrío. Cuando aquello parecía insuperable, salió Camané y puso los azulejos del revés con un fado corrido (marchoso y rápido) y un fado de mouraría (moro y salado) que remató en un dúo indescriptible con Ricardo Ribeiro. El ligero Ribeiro, que adora a Camarón, arrasaba con su voz de barítono, sentado sobre sus 120 kilos; Camané se crecía hecho un gigante, de pie sobre sus escasos 1,60.
Fue apoteósico. Camané había cantado primero Triste sorte, uno de sus fados favoritos, con letra de João Ferreira Rosa y música de Alfredo Marceneiro. "Ser fadista / é triste sorte, / porque nos faz pensar na morte / e em tudo o que nos morreu. / É andar na vida a procura / de uma duma noite bem escura / que traga o ar do sal".
Luego hizo Saudades trago comigo, una belleza escrita por Antonio Calém: "Saudades trago comigo. / Do teu corpo e nada mais. / Pois a lei por que me sigo. / Não tem pecados mortais".
Y remataron a dúo con estos versos: "Eu tenho um sonho doirado / Sonho que a minha alma quer / É morrer cantando o fado / Nos braços d'uma mulher".
Aunque otro tópico afirma que los portugueses son tristes de natural, una noche de fado entre aficionados cabales demuestra lo contrario. Lo que son es cantarines, poetas, romanticones y emotivos, y se nota que levitan espantando la pena (y la frialdad británica) hasta el alba cantando canciones sin abrir los ojos.
Los fados son muchas veces de una sencillez melódica que oscila entre lo primitivo, lo elemental y lo infalible; pero siempre dejan en el aire soberbias imágenes poéticas, sugerencias llenas de contención, hallazgos lingüísticos zumbones, combinaciones de palabras muy sutiles. Es como si la profundidad del fado fuese forzosa en vez de forzada.
"El fado debe ser cantado como se habla. Con naturalidad. Por eso, entender la vida ayuda mucho", dice Celeste Rodrigues encendiendo un pitillo con otro. Fuma dos paquetes de rubio al día -"algún vicio hay que tener"-, pero por su boca no sale humo. Sale oro.
Si es otra vez martes, estamos en Bacalhau de Molho (bacalao en salsa). La nómina de este local de Alfama construido sobre muros de una piedra tan maciza que deja los móviles sin cobertura es un lujo: doña Celeste, Ana Moura, Raquel Tavares, Nazaré...
Siempre toca la viola y a veces canta Jorge Fernando, flamenco en toda regla y fadista distinto, tocado por la gracia de la poesía y la música. "Hoy estoy contento; doña Celeste ha cantado cinco fados, y tres eran míos". Él mismo cantará luego otro que es pura definición del fado: "Llegó la hora de decir / que el fado es el canto genuino portugués. / Y no hay nada que extrañar. / Fatalista, tal vez. / Pero yo sé que el fado / sólo se canta en portugués". "Lindoooo", aplaude Rodrigues. "¿Cómo puede haber alguien a quien no le guste esto?".
Ese fado de Fernando es una reacción: contra los que dicen que el fado es nostalgia pura y negatividad. Como canta Celeste, "todo es fado, todo es vida". Aunque luego dice: "La vida nunca se llega a entender". Y más: "Cuando cantamos fado tenemos que mirarnos a la nuca".
Celeste duerme "poco y deprisa", y sigue cantando para mantenerse "viva y cerca de la gente". Es optimista y desprecia la fama. Es una anciana muy joven (y guapa todavía) que adora disfrutar. "El dinero sólo lo quiero para gastármelo". Siempre a la sombra de la gigantesca figura que universalizó la música que refleja y cura saudades, Celeste Rodrigues edificó su propio estilo, su voz propia; 61 años y 58 discos después, esta dama de porte aristocrático sigue enseñando su arte cada martes a quien la quiera escuchar.
Un fado grave y sensual a la vez. Dramático ma non troppo. Y sugerente y sabroso sin ser casticista. "El fado es la manera que tiene el pueblo de sacar sus heridas fuera. Nadie sabe cuándo nació. Yo creo que fue cuando nuestros marineros se iban a descubrir nuevos mundos y los que se quedaban aquí lloraban su ausencia. Pero en el fado cabe todo, la vida entera: Lisboa, el mar, el amor, la muerte, los celos Siempre hay un fado que le sirve a alguien. Lo importante es decir el fado con sinceridad. Que el poema sea sentido. Y conseguir transmitir, dar el recado. La voz no importa tanto como el sentimiento. Y la edad ayuda. Cuando se es más joven, uno siente menos cosas".
Aquella noche, Celeste cantó cinco fados, cinco regalos. Después siguió fumando a todo trapo, como si estuviera prohibido. Habló de Amália, de Washington (vive allí nueve meses al año con una de sus hijas), de flamenco, de hombres y de artistas. Y contó que muchas noches en Washington se levanta al amanecer y sale al jardín para ver el rocío.
-Amália escribió muchas letras de fados. ¿Usted?
-Alguno, pero nunca me atreví a cantarlos. Salvo uno.
-¿Nos lo quiere prestar?
-Noooo. Bueno, sí. "Sou a que fica no cais / a ver partir o sonho / e partindo-me em saudade / sou a que se lança na onda mais alta / em cantares de sereia / e depois calça sapatos de areia".
Pero Helder ya esperaba en la Tasca do Chico. En pleno Barrio Alto, Rua do Diario de Noticias, cada lunes y miércoles las puertas se abren a los jóvenes amadores. Las bebidas son baratas, y a media noche el ambiente es fantástico. Una fauna joven, trufada con cazatalentos, buscavidas, turistas, taxistas, castizos y poetas, se mezcla en 90 metros escasos.
Ahí, entre el humo, está Chico, el dueño, que cuenta que su éxito se debe a los precios -"muchas casas cobran 30 euros"- y a la falta de protocolo -"aquí se escucha en silencio, pero se puede entrar en zapatillas"-. Con él está Teté, o Teresa de Jesús, personaje ubicuo del fado de Lisboa, gancho de al menos media docena de clubes, cantante ella misma, una institución siempre dispuesta a defender el fado: "Está cada vez más vivo; los jóvenes lo cantan y lo escuchan cada vez más. No muere, no puede morir porque lo tiene todo: alegría, tristeza, amores ¡La vida es un fado, amigo!".
Poco después sale del garito José Luis Gordo, el poeta. Marido de María la Fé, otra enorme cantante, Gordo ha escrito fados para todos los grandes, y, como su amigo Mário Rainho, poeta, autor y director teatral, esta noche lleva una buena tajada.
-Soy un poeta de mierda, pero el fado me da más placer que el teatro, y del teatro no vivo -comenta Rainho.
-¿Qué si puedo escribir ahora un fado? Claro. "Que nao sou pobre nem rico. / Mas sou, sem estilo, pateta. / Amante de ser do Xico. / Que é la tasca dos poetas" -recita Gordo.
Al día siguiente era la entrevista con Kátia Guerrero. Nacida en Suráfrica, es una fadista tardía; un caso periférico, pero en absoluto exento de interés ni de éxito. Mandataria de juventud de Cavaco Silva en la última campaña presidencial, dirigente asociativa en la universidad, oftalmóloga, ex intérprete de viola da terra (una guitarrilla rústica y autóctona de las Azores, donde se crió) y ex cantante de rock con el grupo Charrúas, Guerreiro llegó al fado sin querer.
Una noche, en un homenaje a Amália, cuando tenía 23 años, cantó un fado en público, y ya no dejó de hacerlo, aunque los puristas la acusan de hacer fado de diseño. Su visión es que, siendo una música del alma, el fado refleja el tiempo en el que suena. "Antes era la canción del sufrimiento, del dolor, de la angustia, de la victimización de las mujeres, de los malos tratos; eso pasa todavía, pero la vida ha cambiado, y la música y el modo de interpretar, también. Aunque sigue saliendo del corazón, hoy se canta más colorido, más luminoso, menos oscuro. Porque el tiempo es menos oscuro y el sufrimiento es distinto. Seguimos sufriendo, pero por cosas distintas".
El gran maestro de los guitarristas del fado es António Chainho, de 68 años. Toca desde los seis o siete, lo que le valió una hernia discal y otra cervical antes de los 50. Ahora, con "todo bajo control", una vez que decidió colocarse velcro y un paño en el muslo para que la guitarra no resbalase, recuerda lo que le dijo Paco de Lucía cuando le pidió la guitarra portuguesa: "Estáis locos, cómo podéis tocar este bicho". La guitarra española es el instrumento más completo después del piano, pero la portuguesa es más difícil porque tiene 12 cuerdas, hay que mover mucho la mano izquierda y la pulsación es más compleja. Por eso hay tan pocos buenos guitarristas". Hijo de tocador, Chainho fue autodidacta a la fuerza, empezó a ir a televisión cuando los viejos lo consideraban una herejía, fue músico de estudio a destajo, produjo discos como churros, acompañó 25 años a Carlos do Carmo y todavía llegó el año 1990 y le quedaron ganas de tocar en concierto. "Estuvimos siempre sojuzgados por los cantantes, se sentían por encima. Amália y Carlos do Carmo no hablaban de los guitarristas, aunque Carlos me dejaba tocar un solo de salida para calentar al público".
Bajo la égida de Chainho y de Jorge Fernando está surgiendo lo que se podría llamar la joven guardia fadista; ahí están, entre otros, los cantantes Ana Moura, Raquel Tavares, Ricardo Ribeiro y Pedro Moutinho; el violista, compositor y gran poeta Diogo Clemente; guitarristas como Ricardo Parreira, Bernardo Couto o Pedro Castro.
Antes de conocer a algunos de ellos, oigan lo que dice el violista Jorge Fernando sobre la viola (guitarra española), la pariente pobre del trío de fado: "Aparenta ser el tercer instrumento, pero es de una importancia vital. Desempeña el papel de la base rítmica, necesita mucho mimo armónico y beneficia siempre al músico que no es egocéntrico: acompaña a la voz y a la guitarra. Los mejores cantantes, los más sensibles, son los que escuchan y son capaces de seguir a la guitarra y a la viola". ¿Y quién hace eso ahora? "Ana Moura. Es capaz de emocionar a una silla".
Además es guapa como una gitana, viene de familia de artistas, y aunque empezó haciendo pop rock, ahora combina las casas de fado con los conciertos en teatros y grandes auditorios. Fue la primera portuguesa en cantar en el Carnegie Hall y acaba de grabar con los Rolling, para The Rolling Stones Project, una adaptación al fado de No expectations y una versión de Brown sugar. El saxofonista Tim Ries conoció el trabajo de Moura en Japón, y cuando la banda vino a Oporto en agosto la llamó.
Ana Moura no fuma, pero adora vivir el fado. "Las casas son un conservatorio paralelo, siempre aprendes con los maestros sólo oyéndoles hablar. Cantas lo que se te ocurre, tienes menos responsabilidad, eres más libre". Confiesa que le da miedo el fatalismo. Y aunque es risueña, prefiere los fados tristes: "Es importante sufrir y vivir la vida; a mí me encanta reírme y disfruto con todo, incluso con la infelicidad, porque eso forma parte del alma. La felicidad nunca es eterna, y la soledad y el desamor también son inspiradores".
Otra revelación es Raquel Tavares, menuda y de ojos chinos; llena de garra, voz y tradición a sus 21 años: "Crecí en las colectividades de Alfama oyendo fado; mi abuela es de Sevilla, muy flamenca, y mi abuelo era un rufián, le gustaban los toros y la música. Mi madre empezó a cantar con cinco años, la edad a la que yo quedé paralizada oyendo un fado y dije: esto es lo que me gusta. Nací con eso dentro, crecí con ello, y ahora vivo para esto y, sí, de esto".
El Nelo es la casa de fado más golfa de Lisboa. Los tres o cuatro parroquianos de esta noche suman varios siglos. De repente salen a tocar. Desafinan. Canta Yolanda, medio española y medio portuguesa. De Cartagena. Pero afinada. Caso insólito: la fadista ibérica. Dice que estuvo casada con un músico y que se retiró muchos años de cantar, pero está convencida de que lo suyo es el fado, ese "sonido místico y humilde". Yolanda fuma por los codos y vive día a día. Acaba de grabar un disco. Habla como una fadista. Canta como una fadista. Sin duda, Yolanda es una fadista.
Para no alentar las históricas (y tantas veces justificadas) suspicacias lusas hacia el vecino grandote, casi sería bueno que los españoles se abstuvieran de ponerse a cantar fado alegremente. Pero visto lo visto, y oído lo oído, ¿quién se atreve a decir que Ricardo Ribeiro no acabe cantando flamenco y Estrella Morente cantando fados?
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