"El fado es como el flamenco, una piel familiar"
Es la embajadora del fado, quizá la mayor estrella internacional de la música portuguesa. En 2006 triunfó en el Royal Albert Hall, en Australia, en Tailandia... Acaba de grabar con Carlos Saura dos canciones (Primavera y Transparente) para la película Fados, una de ellas con Miguel Poveda. El 2 de marzo, actuará en el Auditorio Nacional de Madrid. Su concierto en Lisboa para presentar su nuevo CD-DVD en directo, que ha producido Jacques Morelembaum (ya a la venta en España), fue una apoteosis. A mitad de gala, Mariza bajó del escenario al enorme patio de butacas del Coliseu dos Recreios y cantó un viejo fado de Morería sin micrófono, como si estuviera en una taberna. Mucha gente lloraba. Sus seguidores adoran tanto su música como su forma de ser, cercana y humilde, y su historia hecha de destino, superación, coraje y evolución.
"He tratado el fado con respeto, pero tengo una manera personal de hacerlo"
"Do Carmo y Camané me enseñan mucho. Las mujeres, no sé por qué, se alejan de mí"
Mariza nació en Mozambique hace 33 años, de madre africana y padre portugués, y muy pronto la familia se fue a Oporto, primero, y después a Almada, una ciudad dormitorio cercana a Lisboa. Un desfalco perpetrado por unos socios de su padre arruinó el primer sueño. "Nos salvaron los ahorros que guardaba mi madre, que era muy prudente, en el fondo del pozo. Abrimos una pequeña tasca en el barrio de Morería". Mariza empezó tarde el colegio, a los seis años, y lo dejó pronto ("eran monjas y me aguantaban poco, yo sólo quería cantar"); se puso a servir mesas en la tasca y allí empezó a escuchar y a cantar sus primeros fados: "Mi padre lo adoraba, pero todos decían que yo cantaba diferente y eso me retrajo. Fue un estigma, el estigma de Morería, un barrio tradicional y purista. Dejé de cantar fados, aunque siempre oía discos en casa. Mi madre me abrió otras puertas: Miriam Makeba, Cesaria Evora, el blues, el gospel, la música brasileña...".
La revelación sucedió en 1999. Mariza participó en un homenaje a Amália Rodrigues transmitido por televisión y se dio a conocer al gran público del fado. Otra noche, en el club lisboeta Señor Vinho, el guitarrista, poeta, productor y compositor Jorge Fernando, que tocó con Amália, le propuso grabar fado. "Lo hice por mi padre. Lo pagué con mi dinero porque en aquellos años las discográficas portuguesas todavía no querían saber nada de arriesgar con el fado. Mi marido, João Pedro Roel, empezó a moverlo, y en un viaje a Holanda conocimos al editor de una discográfica muy pequeña, llamada World Conection. Le gustó y me firmó un contrato para sacar el disco que ya estaba hecho y otro más".
El primero se editó en 2001 y se llamaba Fado en mí; el segundo, Fado curvo ("porque la música no es una línea recta"), salió en 2003. Allí estaba, antes de haber cumplido los 30 años, casi completo el potente universo de Mariza: recreaciones personales de fados tradicionales, una instrumentación mucho más amplia de lo habitual en el género (piano, percusión, trompeta, chelo...), creaciones nuevas compuestas por el guitarrista Mário Pacheco o el cantautor Rui Veloso, homenajes a clásicos como Amália o Carlos do Carmo, el gusto por la mejor poesía portuguesa (de fuera del fado, como Pessoa o Eugénio de Andrade, y de dentro, como José Luis Gordo o José Afonso). Su poderoso chorro de voz, una producción moderna, una imagen muy cuidada (rubia, alta, muy delgada, de pelo muy corto y con sastre propio), la expresión versátil y su directo magnético hicieron el resto.
Acababa de nacer la mayor revelación del fado en mucho tiempo. Ante el pánico de los puristas, claro, que consideraban que aquel despliegue de medios y músicos prostituía la esencia doliente e íntima de la canción de Lisboa. "No sé, no le doy importancia a lo que se dice en ambientes que sólo ayudan a cortar las alas de mi imaginación. He tratado el fado con respeto, sin romper la tradición, pero tengo una manera personal de hacerlo. La gente va a ver un concierto de Mariza, no un concierto de fado, y eso me llena de orgullo".
El maestro Carlos do Carmo es el gran mentor de Mariza. Camané, la gran estrella masculina de ahora mismo, también la mima. "Las mujeres, no sé por qué, se alejan de mí", dice ella. "Pero ellos dos me enseñan mucho. Carlos tiene la bondad de compartir su experiencia conmigo y me dice lo que le parece bien y lo que cree equivocado. Es un interlocutor de una sabiduría enorme, que mira el mundo con una visión muy crítica, muy aguda, muy realista".
Mariza no se plantea escribir sus canciones. "Amália lo hizo, pero ella sabía escribir, yo no tengo ese don. El que escribe se expone mucho, se desnuda. Cantar es otra cosa. Cantar en directo es mi forma de desnudarme. Cambio mucho en el escenario. Cuando canto Locura me imagino en una playa, una tarde de temporal, vestida de negro, con el mar gris, esperando a mi amante. Por eso lo empiezo al revés, por el final. El fado permite eso. Interpretar, decirlo a tu manera, tiene esa belleza. Es como el flamenco, una piel familiar. Si esa piel crece en ti, el sentimiento surge sin artificios, con naturalidad. Los dos son más bonitos en un ambiente íntimo, en una taberna y sin micrófonos. Pero nuestro deber es lograr transmitir todo ese sentimiento al gran público".
Babelia
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