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ESTILO DE VIDA

Diane vuelve al negocio

Llegó a Nueva York recién casada con un príncipe y se convirtió en un icono de los setenta. Los jóvenes han rescatado a Diane von Furstenberg del olvido y, a los 60, vende de nuevo ropa y se estrena con las joyas

Diane Halfin nació en Bruselas, en el seno de una familia judía acomodada con raíces rusas y griegas; de ahí seguramente sus bellos y algo melancólicos rasgos sefardíes y su evidente sensualidad. Su madre sobrevivió a 15 meses de infierno en Auschwitz, pero tuvo el coraje de evitar la culpa y el victimismo, y educar a su hija con una firmeza y una valentía asombrosas. Diane estudió en Suiza y en Londres. Descubrió la libertad, los libros, la naturaleza, y la revolución pop de los sesenta, a la que se apuntó fervientemente. En uno de sus muchos viajes a los sitios más calientes del momento, iniciándose en la vida de la jet set europea (en Gstaad, Capri o Saint-Tropez), se comprometió con el apuesto y joven príncipe Egon von Furstenberg, hijo de una Agnelli. Vivió un par de años en París, donde conoció a la flor y nata de la moda de finales de los sesenta. Hasta que, ya embarazada, se casó con su príncipe, se convirtió en Diane von Furstenberg y se fue a vivir a Nueva York, en 1969. Allí conoció a todo el mundo que había que conocer, pero también empezó a buscar frenéticamente el modo en que podía ganar dinero y ser una mujer independiente. Investigó en los almacenes norteamericanos y comprobó que no había un producto tan simple y tan del momento como el tejido de punto estampado que ella idolatraba desde que había descubierto los modelos de Emilio Pucci, tan de moda en Europa. Decidió fabricar unas muestras en Italia, con estampados dibujados y firmados por ella, y con un corte genial: un simple vestido camisero portafolio que se ataba alrededor de la cintura, que no pesaba nada, que se podía llevar en el bolso, y que, sin embargo, poseía todo el espíritu de su creadora: era funcional, sencillo, especial y sexy. Un vestido cómplice de las mujeres modernas y emancipadas, y aun así femeninas, de los setenta. Así nacieron la firma y la empresaria, profesionalizándose sobre la marcha, al mismo tiempo que nacían sus dos hijos y su vida social en Nueva York se disparaba. Diane tenía 26 años y ya era rica, y una celebridad. Andy Warhol ya la había retratado y la había convertido en icono.

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Vírgenes y furiosas

Lo había conseguido. Era una mujer totalmente independiente que controlaba su familia, su vida y su trabajo. Pero a mediados de los ochenta, a causa de los contratos de licencias firmados sin experiencia, Diane perdió su nombre y lo vendió todo. Desapareció. Hasta que, a mediados de los noventa, con el mundo de la moda en estado mitómano de recuperación de los iconos de las décadas anteriores y de sus piezas auténticas, el mercado más joven comenzó a demandar modelos de Diane von Furstenberg. Nadie sabe muy bien por qué, el wrap dress volvía a ser un símbolo de estatus para las mujeres que apuraban lo vintage en busca de identidad y diferencia. Animada por sus hijos y nuera, conscientes del fenómeno, Diane renació. Hasta hoy.

Pasó por Madrid para presentar la colección de joyas diseñada por ella para la firma H. Stern, una de las favoritas de las estrellas de la alfombra roja.

Ha diseñado su primera colección de alta joyería para la famosa firma H. Stern. ¿Estas joyas expresan su experiencia?

No lo sé realmente. Mi deseo de hacer joyas con H. Stern viene de muy lejos. Les busqué en repetidas ocasiones, y fui sistemáticamente rechazada. Luego volví a lanzar mi firma a finales de los noventa, y hace cinco años me dirigí a ellos de nuevo. Esta vez me aceptaron. La razón por la que he insistido es la calidad de sus joyas: colecciono joyas desde joven, y la calidad de las modernas no siempre es buena. Les convencí, y estoy muy contenta. Han sabido escucharme e interpretar mi deseo. Han capturado en estas piezas pedazos de mi personalidad.

¿Las comprarán mujeres u hombres?

Adoro regalarme joyas. He tenido dos maridos que me las han regalado, y eso también me ha gustado. En cualquier caso, pienso en las joyas que he diseñado, y pienso en mujeres que se sientan en el asiento del conductor, aunque podrían tener chófer. Me refiero a una mentalidad. Te las regalen o te las compres tú, son un obsequio.

¿A qué atribuye el inmediato éxito comercial que obtuvo en EEUU en sus inicios?

Creo que se debe a que lo que me interesaba entonces, y lo que me interesa ahora todavía, es el mundo de las mujeres. Cada creador tiene un rol, y el mío ha sido el de transformar a las mujeres en la mujer que yo quería ser. Yo misma me he convertido en esa mujer. Mi rol en la moda es hacer que las mujeres confíen en ellas mismas, haciendo una ropa confortable, práctica, fluida, fácil y con un toque sutil. Desde luego, ésta fue la razón de mi éxito al principio, hace casi treinta años.

¿Y cuál es la razón de su segundo éxito?

El apoyo y la insistencia de una nueva generación que, a mediados de los noventa, compraba mis vestidos en tiendas de segunda mano. Eso me aportó confianza en mí misma, aunque lo más importante ha sido el diálogo extraordinario que aún tengo con las mujeres. Me encanta poder darles armas para que se sientan más guapas y seguras.

¿Cómo explicaría los enormes cambios que ha habido en la industria de la moda?

Todo se ha vuelto mediático. Pero, por muchos emporios y multinacionales de la moda que existan, siempre habrá ese algo misterioso e intuitivo que conecta con las mujeres. La moda es l'air du temps, eso que hay en el aire, aquí y ahora, y que nos envuelve a todos.

¿Cree que hoy alguien puede lograr una marca sólo con instinto, intuición y buenos contactos, que es lo que usted hizo?

Sigo creyendo que es posible. Porque, al final, lo que cuenta es el producto. No es posible que todo sea marketing puro y duro. Al menos, así lo espero. Si se tiene un producto que ofrece algo diferente, que es útil y adecuado para la época, funciona.

¿Seguro?

Sí. No soy una cínica.

Entonces, es una romántica.

No lo sé. Desde luego, soy realista y pragmática, y creo en la creación, en la honestidad y en la espontaneidad. No creo que todo se planifique a priori, es imposible. En EE UU me conocen como la reina del marketing: porque sé cómo se venden las cosas, y parece que vendo bien; pero sobre todo es porque creo firmemente en mi producto.

¿Ese instinto que te hace perseguir una idea de moda, y, por tanto, de estilo, es un patrimonio exclusivo de las mujeres?

No. Pero creo que las mujeres están mejor equipadas para la vida, que pueden hacer varias cosas a la vez; ése es su patrimonio.

Usted dice que el sentimiento nostálgico debería reemplazar el mero 'revival'.

La nostalgia me gusta en el sentido en que me gusta tener recuerdos. El revival, el retro, son palabras vacías y superficiales, por eso no me gustan. De todos modos, aunque la moda actual se alimente básicamente de ideas de creadores del pasado, siempre hay algo que parece nuevo. De hecho, si hablamos de revival, el de mi vestido portafolio es más que evidente.

Pero usted lo creó. Es suyo.

Sí, pero ni siquiera este vestido es igual. Han cambiado las proporciones. En los setenta conocí a Barry, el que hoy es mi marido, que entonces dirigía la Paramount. Me fui con él a Los Ángeles y fisgué por los vestuarios de los estudios. Recuerdo que vi la gabardina de Clark Gable, ¡y era tan pequeña y tan miserable! Me decepcionó tanto… Ahora entiendo que el paso del tiempo implica muchos cambios de proporción respecto al cuerpo; finalmente, eso es la moda.

¿Le sorprende que la generación de sus hijos haya vuelto a lanzar sus creaciones?

La verdad, sí. Ahora es gente todavía más joven la que las persigue. No me lo explico, aunque me produce muchísima satisfacción. Que siga gustando sólo puede significar que el espíritu inicial con el que fueron creados estos productos está vivo y tiene la misma utilidad para las mujeres de hoy.

Además de creadora de moda, ha sido un icono social y cultural. ¿Eso ayudó?

Claro, todo ha ayudado. Nunca he calculado nada, las cosas han sucedido, y las he vivido intensamente. Miro hacia atrás, y sí, es cierto que fui un icono del estilo neoyorquino. Pero cuando Andy Warhol me hizo un retrato, éramos amigos y yo tenía 24 años, y ni se me ocurrió que fuera importante. Mientras vive la vida a fondo, una no valora si está haciendo algo importante.

Sólo se convierte uno en mito o en icono cuando se es viejo, ¿no es así?

[Risas]. Desde luego. Pero es bueno envejecer. Siempre digo que, aunque sólo sea haciendo mermelada, hay que ser muy bueno.

Actualmente hay mujeres influyentes en la moda: Miuccia Prada, Donatella Versace, Consuelo Castiglione, las Missoni, Donna Karan. ¿Tienen algo en común con usted?

Las mujeres siempre han tenido una gran importancia en la moda: Vionnet, Chanel, Lanvin, Schiaparelli y, en los ochenta, Norma Kamali, por ejemplo. Tal vez no se hable tanto de ellas, pero para mí son siempre mejores. Salvo en el caso de Yves Saint Laurent, las mujeres han creado e innovado los estilos femeninos, porque cuando una mujer hace moda, siempre hace algo que tiene que ver con la vida y con el estilo de vida.

Vivía en París a finales de los sesenta, trabajando y divirtiéndose con el grupo de Saint Laurent, Paloma Picasso, Marisa Berenson… ¿Cómo vivió el Mayo del 68?

Pues… [risas], lo vivimos como lo que éramos: la izquierda del caviar.

Para darse a conocer en Nueva York en los setenta y ochenta, ¿era indispensable pasar por el despacho de Diana Vreeland y por la Factory de Andy Warhol?

En mi caso fue suerte. Estaba casada con un príncipe europeo y, gracias a él, me abrieron las puertas. Obviamente, ayudó que yo fuese una linda princesa europea de 22 años recién llegada a Nueva York, pero debo decir que si no hubiera tenido una idea propia y unas muestras de mi producto, me hubiera quedado en los quince minutos de fama que concedía Warhol a los recién llegados. No fue esto lo que hizo que millones de mujeres compraran mis colecciones.

¿Cómo reaccionó cuando constató el éxito mediático y comercial de su vestido?

Tenía dos hijos pequeños y seguía siendo muy joven; tenía un marido, amantes, mucho trabajo. Todo iba tan deprisa que no tenía tiempo para pararme a pensar en lo que estaba pasando. Tenía tanta prisa que no me alcanzaba mi sombra, y por eso no reaccioné, y seguí corriendo. Corría por delante de lo que me estaba pasando. Y finalmente, corriendo me salvé.

¿Se salvó de qué?

De la quema. Tenía tantas responsabilidades a mi edad: los niños, y una empresa. No tuve tiempo de equivocarme, o de dejarme llevar por los excesos de mis amigos. La verdad es que soy fundamentalmente seria.

¿Por qué sigue trabajando duro, cuando podría retirarse?

Volví a empezar casi de cero hace ocho años. Había perdido pie y no conseguía recuperar mi joven y querido espíritu. Tengo 59 años, estoy rodeada de mujeres jóvenes, visto a mujeres jóvenes. ¿Qué mejor manera de envejecer que ésta? No tengo el más mínimo deseo de parar. Además, la expresión "trabajo duro" no es justa, porque me divierto mucho.

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