El sandinismo, segunda parte
Daniel Ortega vuelve al poder en Nicaragua entre fantasmas del pasado y reclamando el derecho a gobernar en paz y sin presiones
El regreso al poder en Nicaragua del sandinista Daniel Ortega ha despertado viejos fantasmas de tiempos pasados que estuvieron presididos por la guerra y el racionamiento. El Gobierno de Estados Unidos y los sectores más conservadores del país centroamericano sembraron el miedo ante la vuelta del Frente Sandinista al Gobierno. "Los dos últimos meses antes de las elecciones del 5 de noviembre hubo una fuga de capitales de 100 millones de dólares. Luego hubo un goteo diario. Hay gente que se fue y no volverá", dice María López Vigil, jefa de redacción de la revista Envío, que edita la jesuita Universidad Centroamericana (UCA).
"Dénme una oportunidad para gobernar en paz", repitió Daniel Ortega durante la campaña electoral, parafraseando la canción de John Lennon Den una oportunidad a la paz. El líder sandinista reclama el derecho a gobernar sin presiones, y recuerda que cuando estuvo en el Gobierno tuvo que enfrentar la guerra de la Contra y el bloqueo económico de Estados Unidos en los años ochenta. Eran los tiempos de Ronald Reagan, el presidente que intentó convencer al mundo de que la revolución sandinista en Nicaragua, una nación de 5,5 millones de habitantes, era un peligro tremendo.
"Ortega encuentra las cosas relativamente ordenadas", dice Carlos Fernando Chamorro
"La revolución es sinónimo de guerra y no de transformación social, y así es vista por la gente", recuerda María López Vigil. "La guerra sólo produce actitudes de violencia, autoritarismo, anarquía, y desangró el país". Esta periodista nacida en Cuba, que fue monja teresiana y vivió una larga temporada en Barcelona llegó a Nicaragua en plena guerra desatada por la Contra. "No conocí la parte más bonita de la revolución", recuerda. A comienzos de los años ochenta fundó la revista Envío, que mantiene su buen nivel como órgano de análisis independiente de lo que ocurre en Nicaragua.
Las ilusiones de aquellos jóvenes guerrilleros, que tras derrotar a la temible Guardia Nacional de la dictadura somocista se creían capaces de transformar el país, se desvanecieron ante la feroz oposición de la Administración estadounidense que no estaba dispuesta a dar la más mínima oportunidad a la revolución sandinista. "Mucha gente lo vivió como una lucha por la soberanía y la dignidad nacional. Fue una guerra devastadora", recuerda López Vigil.
La guerra y los errores propios acabaron con el sueño de muchos que creyeron en la revolución. En las primeras elecciones democráticas desde la caída de Somoza, el Frente Sandinista sufrió una derrota humillante en 1990 ante Violeta Chamorro, antigua aliada en el primer gobierno de unidad después de la revolución.
Tras el revés en las urnas, el núcleo dirigente del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) se redujo cada vez más y ahí está uno de los problemas del partido: la falta de gente preparada. De los nueve comandantes que integraban la mítica Dirección Nacional de los años ochenta sólo quedan tres en las filas del Frente: Daniel Ortega, presidente de la República; Bayardo Arce, nombrado ministro asesor económico y financiero, y Tomás Borge, que será el embajador en Perú. El resto de los antiguos comandantes guerrilleros se fueron, en su gran mayoría, al Movimiento de Reconstrucción Sandinista, escisión del FSLN en 1994.
Carlos Fernando Chamorro, hijo de doña Violeta y director de Esta semana, el mejor programa informativo de la televisión nicaragüense, está convencido de que Venezuela será el pilar número uno de la estrategia de Daniel Ortega. Hugo Chávez acaparó el mayor protagonismo los dos días que estuvo en Nicaragua y prometió ayuda e inversión a raudales para paliar las graves carencias sociales.
Carlos Fernando Chamorro abandonó el Frente Sandinista en 1994, después de dirigir durante varios años el diario Barricada, antiguo órgano oficial del FSLN. Critica "el liderazgo muy personalista y caudillista de Ortega", aunque reconoce que "tiene grandes oportunidades y encuentra las cosas relativamente ordenadas".
Los mercados aguardan expectantes los primeros pasos del Gobierno de Ortega. De momento impera la cautela. Humberto Arbulu, representante del Fondo Monetario Internacional (FMI) en Nicaragua, asegura que el nuevo presidente y su equipo económico "tienen una intención muy seria de trabajar con nosotros". Y añade que si la comunidad financiera ve seriedad "en la parte macroeconómica, vendrán más donaciones". El programa de tres años de reducción de deuda y crecimiento que Nicaragua tenía con el FMI concluyó en diciembre. "Nos han hecho saber que quisieran un programa que preserve el equilibrio macroeconómico y permita avanzar más rápidamente en la lucha contra la pobreza", explica Arbulu.
La deuda, sobre todo la interna, sigue siendo un problema grave para Nicaragua, a pesar de que en los últimos años se ha reducido considerablemente (en torno a los 4.000 millones de dólares), gracias a iniciativas de organismos financieros internacionales y del Grupo de los Ocho (G-8).
La lucha contra la pobreza y el hambre será la prioridad del nuevo Gobierno, según el sociólogo Orlando Núñez, responsable del Consejo de Seguridad y Soberanía Alimentaria. El Ejecutivo también aspira a poner en marcha una cruzada de alfabetización y la construcción de 100.000 viviendas en cinco años.
"No podemos repetir en errores pasados", dice Núñez. Nicaragua no puede desaprovechar esta oportunidad, subrayan desde las filas del FSLN. Ortega tiene que actuar con moderación, advierte un funcionario sandinista del Ayuntamiento de Managua. "Ésta puede ser la visión de una capa dirigente, pero abajo el objetivo es otro. Mucha gente que votó por el Frente Sandinista imagina un mundo como el de los ochenta, de darle la vuelta a la tortilla", observa María López Vigil. El problema, añade, es que se ha perdido un sentido de colectividad. Ciertamente el país está más ordenado que en los años de la guerra, pero hay zonas de nivel africano en Nicaragua, y los últimos Gobiernos no resolvieron las necesidades básicas de la gente.
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