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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Bush agrava su error

George W. Bush se ha responsabilizado de los errores que puede haber cometido en Irak. Pero lejos de corregirlos, su nueva estrategia no resuelve nada. Veinte mil soldados suplementarios no cambiarán el desastre. El presidente de EE UU ha ignorado así el mensaje de los electores americanos, una opinión pública ya abrumadoramente en contra de esta guerra, el informe del Grupo Baker, el parecer de los mandos militares e incluso los deseos del Gobierno iraquí. Persevera en un error que ya ha tenido consecuencias perniciosas de un alcance incalculable para el mundo en su conjunto.

No sólo no incorpora a Siria e Irán a la ofensiva diplomática que recomendaba Baker para calmar las aguas en Irak, sino que se ha dirigido amenazantemente contra Damasco y Teherán, insistiendo en el refuerzo aeronaval en el Golfo. La Casa Blanca añadió ayer el despliegue de hasta 97.000 soldados más en cinco años en las cercanías de Irak, lo que podría constituir un pilar para una eventual retirada sin perder presencia militar en la zona y seguir presionando a Irán.

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Bush sigue emperrado en una solución militar, que en realidad es una manera de vestir un respiro político para sí mismo. Con esta actitud irresponsable, el presidente evita a toda costa reconocer su fracaso, y alarga así el sufrimiento para pasarle el problemón a su sucesor en la Casa Blanca, sea quien sea. La nueva mayoría demócrata en el Congreso venció en las elecciones prometiendo sacar a EE UU de ese atolladero. Debe hacerlo posible, y evitar que sus contradicciones internas sean utilizadas por Bush. Es verdad que, como él mismo ha afirmado en su esperado discurso, un fracaso en Irak sería un desastre para Estados Unidos, y para muchos otros. Pero como muy bien le ha replicado The New York Times, "el desastre es la propia guerra de Bush y ya ha fracasado". Bush sigue convencido de poder gestionar una "victoria" cuando lo que debería lanzar es una estrategia de reducción de unos daños que parecen inevitables.

La estrategia no es nueva. Ya la intentó EE UU en otoño pasado sin resultados. Bush espera no sólo reconquistar el gran Bagdad a los insurgentes calle a calle, sino permanecer en esos barrios para evitar que recaigan en manos de los más radicales. Si al principio el ocupante americano tuvo que enfrentarse a los insurgentes suníes, a éstos pronto se les agregaron los de Al Qaeda, a quien Bush responsabiliza de haber provocado una guerra civil con los chiíes, como si no fuera resultado de sus propios errores. Ahora las tropas americanas tienen un nuevo enemigo: las milicias chiíes. Este sectarismo se traslada a los cuerpos de seguridad, cuya formación Bush quiere impulsar para que en noviembre los propios iraquíes puedan asumir su control en todas las provincias. Previsiblemente, para noviembre, la situación habrá empeorado. Y Bush no pone plazo de salida ni tiene un plan B.

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