Max Aub contra las estadísticas
La calidad de pequeñas obras sobrevive a la tiranía de la mercadotecnia
Las estadísticas mienten. O las hacemos mentir porque los datos, las cifras por sí solas, raramente tienen sentido. Pero la frase tiene enjundia si aceptamos como premisa irrenunciable que la calidad nace de la cantidad. Así, por ejemplo, cuantas más películas producidas o cuantos más espectadores obtenidos, mejor es la salud de una industria cinematográfica. La francesa debiera celebrar 2006 como un año fasto: ha producido 180 largometrajes de "iniciativa" francesa, el 45% de los espectadores ha ido a ver cine francés -un 45,8% ha preferido las cintas de EE UU-, y 39 de esos títulos han logrado superar los 500.000 espectadores, siete de los cuales yendo más allá de los tres millones de entradas.
Las estadísticas nos hablarían pues de un sector sano, eufórico pero las cifras, siendo reales, no lo cuentan todo. Por ejemplo, no explican que la puesta en marcha de cada proyecto depende cada vez menos de los profesionales -de los creadores- y cada vez más de los inversores. Y estos exigen uniformización, una escritura sin inventiva, caras conocidas y riesgo mínimo. Son las televisiones, que años atrás buscaban en el cine el prestigio cultural o de entretenimiento del que carecía la caja tonta, las que ahora formatean ese cine. Entre las cinco candidatas al Premio Louis-Delluc, el más exigente de entre los que coronan cada año la que se considera mejor película, sólo hay una que haya superado esa frontera de las 500.000 entradas. Oficialmente, con tantos títulos, el espectador tiene más donde elegir. Es falso. Si las grandes producciones salen con 800, 900 o 1.000 copias, es decir, monopolizando más allá del 20% de las pantallas, las modestas salen con diez, ocho o seis. Pasan inadvertidas y su duración en cartel -hay que liberar la sala para la siguiente, quizás más rentable- es breve. El optimista cree, como el doctor Pangloss, que "todo va bien en el mejor de los mundos posibles", que si los espectadores acuden todos a ver lo mismo es porque todos desean lo mismo. Y así, de victoria en victoria hasta la catástrofe final. El pesimista puede que también tema ese deseo uniforme pero denuncia un sistema que destruye la diferencia. "¿Quién echa en falta a los desconocidos?", preguntaba un editor especializado en revelar nuevos talentos.
Es importante que los periódicos -y las radios, y las televisiones, y las páginas web, y...- se hagan eco de la diferencia, de los destellos. Por ejemplo, del estupendo espectáculo -cruel y cómico- ideado por Brigitte Seth y Roser Montlló Guberna a partir de textos de Max Aub -sus Crímenes ejemplares- y música de Heinrich Ignaz Franz von Biber. Lo han estrenado en el Théâtre des Abesses, con músicos tocando en directo, en medio de un decorado muy simple que sugiere la sala de un tribunal de justicia. "Lo maté porque era más fuerte que yo; lo maté porque yo era más fuerte que él; lo maté porque me dolía la cabeza; lo maté porque era de Vinaroz...". Todas las explicaciones valen -todas son igualmente absurdas y lógicas, como las guerras- en ese extraordinario "concierto teatral danzado".
O de L'Homme qui danse, un espectáculo de Philippe Caubère, que ahora puede verse en Marsella, en el teatro de La Crièe y que es una insólita sesión de psicoanálisis que se prolonga más allá de 18 horas, servidas en distintos capítulos o representaciones. Caubère es un prodigio. Que hoy sea conocido, que Ségolène Royal vaya a ver su espectáculo, es una prueba de que no todo está perdido. Como lo es escuchar a Maria del Mar Bonet y Biel Mesquida cantar y recitar canciones y poemas de Guillem d'Efak y Ovidi Montllor hace unas pocas semanas en la Maison de la Catalogne ante un público devoto y emocionado. De pronto, las fronteras entre cultura y vida se desvanecen. Los textos, las ideas, la rabia y la belleza sobreviven a la usura del tiempo y al alud de palabras vacías, sin nervio y prescindibles.
Babelia
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