Un galán distinto
Frágil, elegante y camaleónico. Amante del 'hip-hop', la moda y los coches. Adrien Brody se ha convertido en uno de los actores más atractivos rompiendo moldes. Aquí cuenta su manera de abordar la vida y el trabajo a través de cuatro de sus grandes papeles: desde el pianista perseguido por los nazis hasta el torero Manolete y el detective de su nueva película, 'El caso Hollywood'
La cita con Adrien Brody era en un duodécimo piso, cosa que le pareció lo más natural a una amiga mía a quien el actor le chifla precisamente por su estructura corpórea y su perfil de pájaro. Así que remonté en un ascensor volante el hotel nuevo más feo de Madrid, ése de las filosofías de cajón escritas en su fachada, y en una suite con vistas, muy blanca y espaciosa, apareció Brody sonriente y ligero a pesar de que venía de almorzar. Entendí a mi amiga. El fuerte atractivo de este actor no radica en el pico de su nariz, que es tan pronunciado como en las fotos, ni en la mirada rapaz de sus ojos, igual de aguamarinos que en los primeros planos de la pantalla, sino en un secreto más profundamente ornitológico: fragilidad y aplomo, elegancia nerviosa, rapidez, y algo más que no todas las aves poseen, modestia, muy enaltecida a medida que habla por la evidencia de que Adrien Brody no tiene un pelo de tonto.
Aunque en España se espera con morbo su encarnación del legendario torero Manolete, antes vamos a verlo en Hollywoodland (El caso Hollywood), donde interpreta a Louis Simo, un detective privado de lo más desastroso y simpático, encargado de averiguar la verdad sobre la misteriosa muerte de otro personaje de leyenda (estrictamente americana), George Reeves, el primer Superman de la televisión de los años cincuenta. Lo primero que llama la atención en su extraordinaria composición de Simo, en mi opinión muy superior a la que hace Ben Affleck de Reeves (premiada ésta con la Copa Volpi en el último festival de cine de Venecia), es el modo de mirar de Brody, que va pasando durante la película de la desgana más rutinaria a la fijación obsesiva.
"El personaje de Simo gana la verdad a medida que avanza en su pesquisa; no creo que él la tuviera como fin al comienzo de la película. De hecho yo lo veo más como alguien muy egoísta a quien le falta mucha madurez, precisamente la que necesitaba en su propia vida para ser padre y profesional. Me parece que en el curso de sus investigaciones se da cuenta de que saber la verdad es importante, y de paso, en su proceso de comprensión de la verdad, comprende también a Reeves como ser humano. Al principio sólo necesitaba un ángulo de visión para confirmar lo que a él le presentan como un hecho en esa muerte trágica de Reeves, que se trataba de un crimen; poco a poco a Simo se le ocurre que había muchas posibilidades de que la muerte fuera un suicidio. Creo que lo más importante que El caso Hollywood cuenta es que, independientemente de lo que pasara aquella noche de 1959, algo mató a Reeves. Alguien quizá o quizá sólo su propio modo de vivir. Reeves tuvo como actor mucha suerte, pero no supo qué hacer con ella, ni con su vida. Una triste historia".
Ese itinerario en la investigación del detective es tan cambiante en lo que respecta a las propias actitudes de Simo que la idea que el espectador saca durante la proyección es la de estar viendo a un personaje también real reproducido por Brody con fidelidad, digamos, histórica. Y no es así. "Simo es una amalgama de varios personajes, tomados como mera inspiración en el guión, pero fundamentalmente ficticio. Por ejemplo, es cierto que la madre de George Reeves contrató a un detective privado para que esclareciera al margen de las investigaciones policiales su muerte, pero a partir de ese dato todo lo demás está inventado, lo cual era estupendo para mí, pues me dio libertad para interpretarlo. No tenía que estar reproduciendo los perfiles de un tipo real. Y el personaje me resultó muy atractivo, dotado en el guión de una serie de componentes personales importantes con los que yo traté de ser honrado: su familia, su lucha por ser un buen padre, la decepción que su hijo siente respecto a él y la de él respecto a su propio padre. Eran elementos que enriquecían al personaje, y que yo quise potenciar en tanto que mi visión de Simo era la de un ser humano muy afectado por las películas de detectives que había visto. Según mi comprensión del personaje, Simo se hizo investigador privado porque vio a Humphrey Bogart y a otros grandes de esas películas del cine negro que describen la vida del detective como llena de glamour, muy cool. Simo, que en la realidad es un pobre tipo de pueblo y con un matrimonio fracasado, cree estar moviéndose dentro de un thriller de Hollywood. Eso me gustó".
Viendo El caso Hollywood me pareció que Adrien Brody estaba tan metido -metiendo como debe ser a su personaje- en la fantasía de los grandes antihéroes del género negro, que hablaba como Bogart, con esa voz metálica tan característica de Boogie que parece venir no de la boca, sino de algún lugar intrincado en la garganta.
"Sí, en efecto, quise hacer con mi voz un homenaje a esos actores clásicos del cine negro, aunque mi intención era no quedarme en la imitación de uno solo. Simo es un muchacho de clase obrera, con lo que también quise introducir esa forma de hablar más popular, añadiéndole una dureza que le venía bien, creo. Incluso lo de estar todo el tiempo mascando chicle Esa idea se me ocurrió precisamente porque quería huir del detective típico de película antigua, fumando sin parar y envuelto permanentemente en una nube de humo. Claro que en los años cincuenta todos los hombres duros fumaban [Risas]. La composición que yo me hice es que Simo tal vez masca chicle porque ha dejado de fumar. Hay esa larga escena en la que él parece estar teniendo una epifanía, fumando en solitario y disfrutando algo así como un momento de éxtasis, y entonces suena el teléfono y ha de volver a la realidad. De repente se cae de su nube. Ha bebido y ha fumado mucho durante mucho tiempo, pero ahora decide limpiarse. Yo buscaba algún modo de expresar su parte de adolescente dentro del adulto, y di con lo del chicle; me pareció mejor que lo de fumar al modo de los detectives habituales. Más inusual. ¿Fascinado por el aura de Superman de Reeves? No, no creo que Simo estuviera muy fascinado por esa serie tan famosa entonces de Superman, ni siquiera a través de la fascinación que su hijo, como todos los niños americanos de la época, siente. Le producía curiosidad el fenómeno, ese infantilismo cultural, aunque lo que atrae más a mi personaje es la persona que George Reeves tuvo que representar en cuanto Superman, algo que tal vez le llevó a morir de esa forma o a cometer suicidio".
El punto decisivo de la carrera de Brody tiene que ver con su premiada interpretación en El pianista de Wladyslaw Szpilman, un personaje sí estrictamente real, al que Polanski hizo protagonista absoluto de su angustiosa y excelente película sobre el exterminio de los judíos en el gueto de Varsovia. Le pregunto al actor si, buscando esos puntos de apoyo que confiesa necesitar para la construcción de sus roles, tuvo en este caso la posibilidad de incorporar datos o recuerdos familiares: su padre, un profesor de Historia de origen polaco, perdió a varios miembros de su familia judía en el Holocausto, y su madre, Sylvia Plachy, conocida fotógrafa de prensa, abandonó su país natal, Hungría, en el momento de la represión soviética en 1956.
"Bueno, básicamente ese trasfondo que me era familiar a través de la experiencia de mis padres me aportó un entendimiento de las nociones de pérdida y tristeza tan características en ese tiempo de la historia de Europa. Eso en efecto fue muy valioso para mí, y luego, claro, estuvo Roman [Polanski], que tiene un conocimiento de primera mano de lo que pasó en Polonia bajo los nazis; él me fue guiando. A todo ello se unía mi imaginación y el deseo de conectarme con esos turbadores y trágicos momentos de la historia, en los que tanta gente sintió de repente un odio por los otros, y se extendió el miedo, y las acusaciones que podían llevar a la muerte. Sentimientos por desgracia que aún existen, como se ve en África u otros lugares del mundo. Creo que por mi propia sensibilidad yo habría entendido lo que hubo detrás de esos hechos y comportamientos, pero mi conciencia de lo que pasó en el gueto de Varsovia fue mayor por lo que me transmitió mi madre: sus recuerdos de Budapest ocupada por los tanques soviéticos, los disparos en las calles, la angustia de la gente. Era muy importante para todos los que estábamos en la película representar con verdad y dignidad la memoria de Szpilman y la del propio Roman y toda la gente que se vio afectada por el Holocausto. Fue un rodaje muy intenso".
Brody tiene un físico que, dejando ahora de lado las comparaciones volátiles, podría definirse de multiétnico. La ascendencia centro-europea apenas se trasluce en los ojos, su pelo tiene un sedoso brillo negro casi hindú, y luego está esa fisonomía meridional que le llevó a ser Manolete. "Yo me siento muy europeo, aunque soy una combinación de elementos muy opuestos. Crecí en Nueva York, en el barrio de Queens, llevando una vida muy de ciudad y muy atraído por cosas como el hip-hop, las motos y los muscle cars ".
¿Muscle cars?
"Ah, son los coches antiguos norteamericanos, de los años sesenta sobre todo, a los que se les ha puesto motores muy potentes, para que corran más. Los llaman así. Todo eso forma parte de mí, y me mueve. Pero mi sensibilidad también surge de la de mis padres, de su origen europeo. Y la vida que llevo me ayuda a mantenerla. Viajo mucho a Europa y otras partes del mundo, y eso me ha dado nuevas perspectivas. A menudo estoy solo en otros países, durante los rodajes, y mi profesión consiste en comprender a personajes que son diferentes a mí. Si sólo viviera en Nueva York tendría un horizonte más limitado de las cosas".
Todo gran actor es un extralimitado, y Brody pasa con nota esa prueba: desde el detective algo infantil de El caso Hollywood al reconcentrado pianista de Polanski, del expresivo tonto del poblado en El bosque al desenvuelto y cínico Jack Driscoll en el reciente King Kong de Peter Jackson, por citar sólo algunos de sus más importantes interpretaciones. Y su horizonte no se cerró ante la posibilidad de ser Manolete y aprender (un poco) a torear.
"No, yo no era un aficionado a los toros antes de la película. De niño me quedaba intrigado cuando veía una corrida en una foto o en la televisión Naturalmente, los toros no formaban parte de mi cultura, pero aun así captaba lo que tienen de dramatismo, de poesía, algo que no se puede negar, sean cuales sean tus propios sentimientos respecto a la fiesta. Pero hay en ella algo realmente grandioso, presenciar ese despliegue de coraje entre el hombre y el toro Y el valor que se requiere en el torero es admirable. Algo lírico y muy complejo. Para mí fue muy fascinante poder entenderlo, saber más de ese mundo, y lo debo casi todo en ese sentido a la generosidad de Espartaco y Cayetano, que me ayudaron muchísimo a lo largo de todo el proceso de entrenamiento".
El rodaje en España de la película Manolete estuvo envuelto en una nube de sensacionalismo. Adrien Brody rehuyó entrevistas, los paparazzi querían saberlo todo sobre su romance con la actriz Elsa Pataky. También estaba la mezcla explosiva de este hombre casi apátrida, espiritual y aquilino, con dos esencias de nuestra raza: Juan Antonio Ruiz, alias Espartaco, y Cayetano Rivera Ordóñez, sus padrinos en la tauromaquia. Recordaba yo haber leído acerca de su fenomenal disciplina en El pianista, para la que adelgazó más de quince kilos, abandonó su lujoso piso y su gusto por los coches caros para identificarse con la pobreza que Szpilman sufrió en sus días de soledad en el gueto, y se cuenta que hasta dejó de ver a su novia de entonces, que, no pudiendo resistir tan espartana dieta amorosa, le plantó; me intereso por sus posibles sacrificios y renuncias a la hora de encararse con Manolete.
"El mundo del toreo es muy complicado, más de lo que yo imaginaba; pero, como ya he dicho, tuve la suerte de ser instruido por dos grandes matadores como Espartaco y Cayetano. A éste le seguí, como se sigue a los toreros, viviendo su vida, viajando con su cuadrilla, siempre en la carretera, levantándonos temprano y yendo cada día a un sitio nuevo. Y también las largas conversaciones con él, oyéndole hablar de sus sentimientos respecto al mundo taurino. Espartaco, por su lado, investigó mucho sobre el personaje de Manolete, sobre sus técnicas de torear, tan diferentes no sólo a las del propio Juan Antonio, sino al toreo que hoy se practica. Espartaco me enseñó las nociones más básicas de su arte y las maneras peculiares de Manolete, y con él fui a bastantes corridas. Fue mi mentor en la película".
"También me alegro de que la película no saliese la primera vez que Menno [Menno Meyjes, el director] me llamó para interpretar a Manolete. Pasaron tres años desde su proyecto original, y cuando se pudo hacer, yo ya sabía quién era el torero y sobre todo me sentía más maduro para interpretarlo. Piensa que la película está centrada en la parte final de su vida, en la que Manolete tenía muchos problemas personales por los que tuvo que pagar un precio emocional muy alto. Y para enfocarlo también me sirvió mi propia experiencia con la fama, que había crecido muchísimo naturalmente tras el Oscar por El pianista. Por cierto, que me sorprendió mucho desde que vine a España a rodar con Menno lo popular que era aquí, más que en Estados Unidos. Yo no sé si es porque efectivamente tengo un parecido con el torero, o es que sabían que yo lo estaba interpretando, pero a menudo, en los pueblos, la gente, en vez de gritarme '¡Adrien!', me gritaban '¡Manolete!'. De alguna manera me vi obligado a mezclar mi propia persona con la suya, y en ese sentido era bueno que el director quisiera subrayar en el personaje lo que tuvo de introvertido y tímido, un hombre que se sentía más a gusto en la plaza delante de un toro, afrontando momentos de peligro dificilísimos para el resto de la gente, que lidiando con las personas. Para Manolete ésas eran las relaciones más complicadas y difíciles. Como actor me resultaba apasionante recrear un personaje sometido a una presión tan fuerte, que trataba de hacer de él un símbolo, mientras que él vivía constantemente rodeado del riesgo y el temor a la muerte. Enfrentarse con ese temor a morir todos los días te quita una parte del alma".
Acabado su entrenamiento, el torero Espartaco le dedicó un gran piropo a Brody, llamándole en público "valiente". Le pregunto si alguna vez toreó de veras.
"Bueno, sí, aunque no eran realmente toros de lidia sino vaquillas bastante grandes. [Risas]. Y muy intimidantes. Pero lo quise hacer para ganar el respeto de esa gente de los toros que tanto me había ayudado, y también para ganarme mi propio respeto. Una forma de retribuirles por su ayuda y demostrarles mi admiración por lo que hacen en los ruedos. Fui en todo momento consciente de que yo era un actor americano que venía a España a interpretar a uno de los más grandes toreros de la historia y también alguien legendario. Toreando esas vaquillas tan enormes me ponía, muy modestamente, al nivel de valor de los matadores. Fue lo más excitante de todo mi trabajo".
A un actor en gira de promoción se le pregunta invariablemente por la película que promociona o, a lo sumo, por su siguiente proyecto. Pero yo quise atreverme a preguntarle a Brody por una que rodó hace más de tres años y pasó bastante inadvertida, siendo, en mi opinión, una de las grandes y más elocuentes obras maestras del cine de este recién iniciado siglo. Me refiero a El bosque (The village en el original), del apasionante aunque muy irregular cineasta norteamericano M. Night Shyamalan.
"Celebro que me pregunte por ella, porque estoy totalmente de acuerdo con usted. No sólo creo que es excelente, sino que para mí supuso algo inolvidable. Shyamalan creó una atmósfera peculiar, cerrada, detenida en el tiempo y obsesiva en la película, y para conseguirlo mejor la reprodujo igualmente en el rodaje, por lo que los actores vivíamos mientras trabajábamos las mismas experiencias de los personajes. Fue valiosísimo para nosotros, y desde luego para mí. En los rodajes lo habitual es que todo vaya contra el actor: los ruidos no paran en el plató, los del equipo gritan, las luces ocupan la mayor atención y consumen horas que te agotan. Shyamalan impuso lo contrario, y todos, actores incluidos, vivíamos en una granja sencilla, nada de hoteles lujosos, comíamos juntos en un comedor común, y después de trabajar volvíamos también juntos a esa pequeña granja en Pensilvania donde nos alojábamos [El bosque trata de una secta espiritual-rústica que vive anacrónicamente aislada del mundo, aunque no se debe contar más de su sorprendente trama, para los que no la hayan visto]. Nosotros mismos construimos las estructuras de madera del poblado, y en todo seguíamos una vida primitiva, sin teléfonos móviles ni coches de producción; la semana que pasamos rodando en el bosque dormíamos en tiendas de campaña, envueltos en mantas, usando velas y linternas sin pilas, y tuvimos que aprender a encender fogatas, a poner trampas para los animales y a desollar los que cazamos así. Todo lo que nuestros personajes hacían, nosotros debíamos saber hacerlo y entenderlo. Night Shyamalan quiso en todo momento trabajar en un nivel muy profundo, huyendo de la idea de hacer una película más de éxito, como suelen ser las suyas. Y esa exigencia tan extrema se convirtió en un estímulo muy poderoso para los actores. Me gusta mucho poder hablar ahora de ella, porque cuando se estrenó había que guardar el secreto del argumento y los detalles ante la prensa".
Este fascinante relato de su ascetismo en El bosque contrasta con otras imágenes del actor, practicante del hip-hop, amante de los coches musculosos y hombre de la alta costura; después de haber sido durante un tiempo la imagen publicitaria de la ropa de Ermenegildo Zegna, Brody fue elegido en el año 2004 por la revista Esquire "el hombre mejor vestido de América".
"Me gustaría disponer de más tiempo para dedicárselo a la música Bueno, a mis pequeñas canciones; yo compongo sólo la música, no escribo las letras. Para mí es algo más emocional que lírico. La afición a los muscle cars me viene desde pequeño. A mi padre le gustaban, y yo me lo pasaba en grande fisgando en todos los motores que podía y enredando con las piezas de recambio, aunque ni entonces ni después tenía la oportunidad de comprar esos maravillosos Oldsmobiles o Pontiacs. Ahora sí puedo, y si tuviera más espacio los coleccionaría. Es como un juego. Son mis juguetes grandes. Me fascina la mezcla de la belleza de sus carrocerías y la complejidad y precisión de los motores que les hacen ser tan veloces. ¿Fashion victim? Ya me ves No sé si este año volverían a elegirme. [Risas]. Hice esos trabajos fotográficos para Zegna y me parece bien; otros actores lo hacen. Es muy agradable ser percibido como alguien elegante, y supongo que eso me ayudó en mi carrera. Pero de ahí a pensar que poseo un estilo excepcional [Más risas]. La verdad, ahora tengo otras prioridades".
La película 'El caso Hollywood' se ha estrenado este fin de semana en España.
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