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Entrevista:ANTONIO SKÁRMETA | Escritor

"Mandar un escritor al exilio es mojarle la pólvora"

Para Antonio Skármeta (Chile, 1940), llegar a Santiago de Compostela y ver su catedral es "como materializar una alucinación". El escritor chileno, que prepara con el cineasta Fernando Trueba la adaptación cinematográfica de su novela El baile de la Victoria, aún se asombra de que los humanos, "en vez de resolver problemas prácticos, se dediquen al universo de la creación". Apenas una semana después de la muerte de Augusto Pinochet, Skármeta advierte de los personajes "hamponescos de la ultraderecha" que provocaron disturbios durantes las pompas fúnebres del dictador.

Pregunta. ¿Qué le parece que Pinochet se haya marchado sin pagar?

Respuesta. Objetivamente, pero también para los partidarios de Pinochet, me parece lamentable. Hizo un flaco favor a sus partidarios porque dio una imagen final de hombre escurridizo, astuto, que se protege detrás de triquiñuelas legales o de enfermedades fingidas y que no afronta los hechos. Deterioró la imagen que tenía entre sus partidarios. En Chile hay una tradición de no celebrar una muerte y esa tradición se rompió, fue un castigo a la trampa. El pueblo chileno se impacientó y se indignó ante una estrategia que es muy poco digna de un supuesto hombre de honor.

"El final de un Pinochet que no afronta los hechos deterioró la imagen de supuesto hombre de honor incluso entre sus partidarios"
"Me asombra que en un mundo brutalmente tecnificado, la gente siga inventando fantasías y que haya quien las acepte y las adquiera"
"Neruda, para los chilenos, y no sólo para los escritores, es como un dato geográfico; tenemos los Andes y tenemos a Neruda"
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P. Hubo el gesto, tremendo, estremecedor del nieto del asesinado general Prats, que escupió sobre el ferétro del dictador.

R. Aunque lo planteó en términos muy personales, es impresionante la audacia que tuvo al realizar ese exabrupto metafórico, esa manera desesperada de expresar su desesperación. Es interesante ver cómo la derecha chilena, que se estaba despinochetizando lentamente, se entusiasmó un poquitito con los funerales de Pinochet y todo este teatrito violento.

P. Usted marchó al exilio en 1973.

R. Técnicamente no fui un exiliado. Salí de Chile un mes después del golpe, pero por el camino oficial, con pasaporte, y me fui a vivir a Berlín Occidental.

P. ¿Qué significa el exilio?

R. El exilio es una tragedia y un desgarro. Desvincular al hombre de su espacio natural, y al intelectual o al escritor de su idioma o de su esfera de reconocimiento e influencia, es mojarle la pólvora.

P. ¿Cuando se trata de un escritor, el exilio cambia?

R. Ser un escritor o un intelectual, dentro de la tragedia global que conlleva el exilio, tiene algunas ventajas. Contactos, relaciones, un nombre, idiomas, cultura... Es más fácil sobrellevar el naufragio. Habitualmente quienes sufren más el exilio son aquellas personas más pobres que se han entregado a la lucha política, que han perdido, y quedan expuestos a culturas diferentes a las cuales no tienen acceso. Se convierte en un largo tiempo de espera que, al final, resulta infinito, frustrante. Cuando recuperan el país, si lo recuperan, el país con el que soñaban es otro.

P. ¿Se puede regresar del exilio?

R. Yo aún me siento parcialmente en el exilio. Hubo un Chile que se perdió con la dictadura y que no ha sido del todo recuperado con la democracia. No sólo un Chile político, sino un Chile cultural. Había una energía, una ingenuidad, una espontaneidad, una alegría, que la paliza de la dictadura mató. Ahora hay dosis de autorrepresión, una inteligencia poco constructiva, hay tonos irónicos, una cierta falta de empuje para abordar grandes empresas, un desencanto estéril. El otro día, en un diálogo con el ex presidente Lagos y con periodistas, me preguntaron cómo veía Chile a la vuelta del exilio, y yo dije que todavía no había vuelto del exilio.

P. En el exilio, ¿para qué sirve la literatura?

R. Asumamos que la literatura es un acto gratuito de creación que no se propone ningún sentido ni ninguna meta. Se trata de un impulso inevitable que algunas personas delirantes cometen y que otras personas igualmente delirantes tienen la bondad de leer o de ver o de oír. Aparte de esto, la literatura que te matiza el exilio resulta una fuente de reflexión y de inspiración para quienes lo padecieron. Para quienes no lo padecieron, una fuente de información sobre el destino de centenares de miles de personas.

P. ¿De dónde sale una novela y la necesidad de escribirla?

R. Hay un acto maravilloso en todas las civilizaciones, infinitamente gratuito, que es la expresión, digamos, artística. No deja de asombrarme que en un mundo brutalmente materializado, tecnificado, la gente siga inventando fantasías y que haya gente que las acepte y las adquiera, que exista una comunidad culta que sobrevive a todos los embates de la barbarie. Tanto es así que, cuando se quiere subrayar que la sociedad es mutiladora del espíritu, castradora, se ofrece la imagen de militares quemando libros. Estoy esperando con ganas a leer en castellano el nuevo texto de Manuel Rivas, Los libros arden mal.

P. Su novela El cartero, en la que trata a Pablo Neruda, resulta quizá su obra más popular. ¿Quién es Neruda, aún en la actualidad, para los escritores chilenos?

R. Neruda para los chilenos, no sólo para los escritores, es casi como un dato geográfico. Como tenemos la cordillera de los Andes delante, tenemos a Neruda. Además, también consiste en un destino. Ustedes tienen acá la catedral y este peregrinaje y Neruda en Chile es un motivo de peregrinaje, no santo sino cultural. Hay tres casas de Neruda administradas por la Fundación Neruda que están llenas de visitantes. Neruda es algo tan macizo como un dato natural. Y con tantos ángulos.

P. ¿Y con qué ángulo de Neruda se queda?

R. Mi visión de Neruda procede de experiencias muy personales. Lo conocí cuando yo era un escritor primerizo, joven, y él un poeta consagrado. Me acerqué a él digamos que buscando la experiencia del gran intelectual. En las relaciones esporádicas que tuve con él primó el humor, el juego de palabras, las conversaciones sobre decenas de temas que no eran ni políticos ni literarios. Neruda solía estar rodeado de un círculo férreo de militantes que le proponían estrategias de lucha o de visitas intelectuales que le hablaban de literatura, de grandes temas. Y yo, nosotros, lo que hacíamos era jugar. En el libro se desarrolla esta relación que tuve con Neruda, prima el acercamiento comediante y el humor, a pesar de las notas de melancolía y el final en nota triste de El cartero.

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