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La desaparición de un dictador

Homilías con ovaciones al golpe militar

Una de las mayores ovaciones de los asistentes a las exequias del dictador Augusto Pinochet, el lunes en la Escuela Militar, se la llevó el sacerdote Raúl Hasbún, que en la dictadura justificó los crímenes. Hasbún pidió a Dios perdonar a los enemigos de los pinochetistas y rogó para que el "ejemplo y testimonio muevan a muchos hijos de nuestra patria a entregarse a la tarea de ser custodios de la libertad, promotores de la soberanía y de la unidad nacional".

Al terminar sus palabras, los asistentes gritaron "¡viva Chile y Pinochet!" e interpretaron el himno nacional agregando la estrofa dedicada a los "valientes soldados", que fue incorporada en la dictadura como un símbolo del agradecimiento a quienes dieron el golpe en 1973 y después suprimida en democracia, en 1990.

En la homilía de ayer, el obispo castrense, Juan Barros, se ganó una ovación cuando mencionó el golpe militar, pero después aludió a los "dolorosos acontecimientos que causaron sufrimientos y heridas entre los chilenos". La Iglesia católica chilena ha ido perdiendo el perfil progresista que predominó en sus filas en la dictadura. El cardenal arzobispo de Santiago, Francisco Javier Errázuriz, la máxima jerarquía católica chilena, visitó al dictador en el Hospital Militar.

Bajo la dictadura, la Iglesia católica, conducida por el fallecido cardenal Raúl Silva Henríquez, desempeñó un papel fundamental en la defensa de los derechos humanos a través del Comité Pro Paz y de la Vicaría de la Solidaridad. Su sucesor, el cardenal Juan Francisco Fresno, respaldó el diálogo entre la derecha y la oposición. Opositores y partidarios de Pinochet utilizaron la visita del papa Juan Pablo II, en 1987, como un apoyo a sus respectivas posiciones: los primeros, por la movilización popular que estimuló, y los segundos, por su salida al balcón de La Moneda junto a Pinochet.

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