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Reportaje:

Alatriste surca los desconocidos Egeo y Mediterráneo del XVII

Arturo Pérez-Reverte publica 'Corsarios de Levante', la sexta entrega de la saga del capitán

Jesús Ruiz Mantilla

De la mercenaria Malta a la luminosa Nápoles, con las mejores hembras jarifas y tabernas del Mediterráneo; de las costas del Egeo a los mercados de Estambul y las murallas de Orán, Diego Alatriste ha cambiado el rumbo de sus historias y el aire de sus hazañas. Se ha trasladado de la gélida y oscura Flandes y de la corte poco fiable de Madrid hacia tierras más resplandecientes en Oriente, por los puertos donde se desarrolla la sexta entrega de una saga que ha vendido ya cuatro millones de ejemplares en todo el mundo con sus cinco libros anteriores.

Ayer, el autor presentó en la nueva sede del Instituto Cervantes en Madrid este Corsarios de Levante (Alfaguara), el nuevo Alatriste al que quizás muchos vean ya con los ojos de Viggo Mortensen, protagonista de la película que ha dirigido Agustín Díaz Yanes y que ha contribuido a acercar aún más el fascinante personaje de Arturo Pérez-Reverte a los ojos de un público mayor.

"No podemos ver el pasado como si fuéramos una ONG", asegura el autor

Al autor, al que le ha gustado mucho la película, no le ha influido el trabajo de Mortensen, que para él hizo una composición magistral del personaje. "He tenido destellos alguna vez de la cara de Viggo, pero el Alatriste literario no ha sido contaminado por el cinematográfico", aseguraba Pérez-Reverte ante más de 100 periodistas españoles, europeos y americanos que acudieron a la presentación del libro en Madrid.

Va creciendo este Alatriste, auténtico tótem de una España latente, en la cabeza y en la ambición de Pérez-Reverte. Y en la ansiedad de sus lectores, los normales y los fanáticos. "Hay gente que me ha amenazado si no seguía escribiendo la serie", comentaba ayer Pérez-Reverte antes de ahondar en los porqués del éxito de quien es ya todo un símbolo que cuenta hasta con una taberna con su nombre en el Madrid de los Austrias.

"Yo creo que gusta porque Alatriste somos todos", contestaba. Sobre todo en el alma y en las ofensas, en el sentimiento de incomprensión y en esa especie de trágica preclaridad con la que muchos miran la carne y la piel del país en que viven: "Muchos lectores comprenden que son Alatriste y notan que coinciden con él no ya como el espadachín o el aventurero, sino en esa dolorida lucidez, porque no hay nadie inteligente que no se sienta a veces un héroe cansado ni que haya sufrido muchas veces la humillación de comprobar que la virtud tiene mal precio en este país", asegura el autor.

Por eso es fácil comprender que a los soldados del siglo XVII les diera por salir a probar fortuna lejos, aunque fuera en guerras y escaramuzas, porque salían de un país donde no tenían nada que perder. "Si se iban de un lugar que estaba en manos de reyes, aristócratas y sotanas y regresaban después con algún botín, lo hacían como hidalgos y ya nunca más tendrían que chuparle los botines a un señor", cuenta el escritor.

Hay que comprender eso y todo lo que se desprende de ahí -la violencia, la fiereza, los desmanes, productos de una época en la que nadie estaba libre de pecado- con la justa perspectiva. "No podemos juzgar con nuestros ojos lo que hicieron nuestros abuelos, porque de ese modo serían espantosos y no lo fueron", cuenta Pérez-Reverte. "No podemos ver el pasado como si fuéramos una ONG".

El capitán, con una oscuridad y una complejidad que empieza a desconcertar a su hijo adoptivo, Íñigo Balboa, el narrador de toda la saga, se nos presenta en Corsarios de Levante más viejo y con más cicatrices; con la espada más afilada y los silencios más plagados de significados ambiguos si cabe para hacer frente a moriscos y berberiscos, a piratas y cuantos mercenarios le salen al paso en Corsarios de Levante. "Me apetecía pelear en esa frontera ambigua y peligrosa por uno de los lugares más desconocidos de nuestra historia", dice.

Pero el duelo más concienzudo, la pelea en la que Pérez-Reverte ha puesto más los cinco sentidos, es en la del lenguaje: "Ésa ha sido central. Siempre he intentado buscar un lenguaje antiguo y moderno al tiempo, tanto que a estas alturas son los mismos libros de Alatriste los que sienten la tentación de crear el suyo propio", afirma. Ha sido una lucha en la que tampoco le han amargado ciertos dulces. "He recuperado el gusto por palabras en desuso, he disfrutado con eso".

Cree el autor que Alatriste tiene ya un vuelo muy libre y que no resiste comparaciones con otras criaturas literarias. Si ha bebido en un principio tanto del D'Artagnan de Alejandro Dumas como de los Episodios nacionales de Pérez Galdós, vive ahora tan desatado como libérrimo, dispuesto a plantarle cara a cualquier afrenta que le birle originalidad o le quite méritos. "Fijaos si yo respeto a Dumas que le dediqué un libro, El club Dumas, pero Alatriste no tiene nada que ver con Los tres mosqueteros. Ellos no mostraban la tragedia de ser franceses, en mi personaje sí se palpa la de ser español". Aunque tuviera sus ventajas. "En los escritos que he leído de la época queda claro que eran fieros y que su fiereza provenía de la vida que llevaban, pero también destacan que eran de fiar, que eran leales, que aunque fueran violentos y temibles, tenían maneras".

Aprovechó ayer Pérez-Reverte para poner cosas en claro sobre el futuro del personaje. Pese a que los periodistas latinoamericanos le insistían, fue tajante: "Alatriste no viajará a América", aseguró. ¿Y del cine? ¿Habrá segunda parte? "No, ésta será la única película. No habrá más. Otra cosa son series de televisión, existe un proyecto para llevar capítulo a capítulo todos los libros, pero todavía no hay nada claro, no deja de ser una nebulosa".

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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