Medellín: entre Sodoma y Arcadia
La ciudad no es idílica, pero el número de homicidios anuales ha bajado a 650
Hubo un momento de nuestra historia, hace muy pocos años, en los que ese gran escritor de Medellín, Fernando Vallejo, era nuestro venerado profeta negro y negativo: "¡Esta ciudad no tiene perdón ni tiene redención!", exclamaba él, y a nosotros nos parecía que tenía razón. Como Sodoma y Gomorra, en la espantosa Medellín no había ni siquiera diez justos y la ciudad debía ser arrasada por una lluvia de fuego y azufre. Con las cenizas de sus casas y de sus gentes, se podría si mucho abonar la tierra para volver a cultivar café en ese valle suspendido a 1.500 metros sobre el nivel del mar.
Hoy, en cambio, preferimos citar a nuestro poeta bucólico del siglo XIX, Gregorio Gutiérrez González, y decimos que nuestra ciudad (más de dos millones de habitantes) está "muellemente tendida en la llanura". La calma completa no ha vuelto, ni mucho menos, ni la pobreza ha desaparecido, pero si comparamos lo que había con lo que hay, nuestra ciudad de hoy parece Arcadia.
Hace quince o veinte años, muchos nos fuimos de Medellín con la intención de no volver nunca más. Y los que se quedaron durante los años del terrorismo mafioso, las bombas guerrilleras, los abusos estatales y las masacres paramilitares, vivían en una especie de exilio interior. El miedo no era lo insólito, sino lo normal. En 1991 en Medellín mataban 6.500 personas al año, unos 18 asesinatos cada día. Los lunes no era raro leer en el periódico que el fin de semana anterior habían matado a 50 personas. Una carnicería. Ahora muchos hemos vuelto, y queremos vivir en Medellín para siempre. La ciudad no es idílica (lo único perfecto que tiene es el clima), pero ahora que el número de homicidios anuales ha bajado a 650, los que antes nos asfixiábamos de angustia, volvemos a sentir, al fin, que otra vez se puede respirar. Sigue siendo alta la violencia, pero tenemos un índice de homicidios muy parecido al de Washington, y bastante inferior al de Caracas, San Salvador, Cali o Río de Janeiro.
Buena parte de esta dramática mejoría se debe a un movimiento cívico independiente, que llegó al poder local hace tres años, liderado por un gran alcalde, el matemático y profesor Sergio Fajardo. Con un carisma innegable, con un optimismo a prueba de infamias, con una honradez total y una insólita capacidad de trabajo, Medellín vuelve a creer que sí hay futuro. El 40% del presupuesto municipal se dedica a la educación. En los barrios populares se construyen colegios de gran calidad para quienes habían quedado siempre al margen, y al mismo tiempo, en esas mismas zonas, se construyen cinco grandes bibliotecas.
Falta mucho por hacer. Aunque ahora se reparten almuerzos en los colegios más necesitados, aún hay niños con hambre. Si bien Medellín es el único sitio de Colombia donde el programa de reinserción de los paramilitares funciona bien, todavía hay riesgo de que estos grupos vuelvan al crimen. Lo bueno es que por lo pronto se han desacostumbrado a matar, y ese oficio macabro, dígase lo que se diga, nunca ha sido agradable.
¿Cuál es el secreto del alcalde Fajardo? Yo diría que es un extremista de centro, un luchador de la moderación. No tiene el discurso resentido y furioso de la vieja izquierda; los empresarios no lo ven como un enemigo y los sectores populares lo quieren y lo aprecian porque trabaja sobre todo en su beneficio. Con el gobierno de Uribe mantiene independencia, distancia crítica, sin ser un furibundo opositor. Sabe que en muchos temas deben trabajar juntos, y el gobierno central lo respeta porque Fajardo no tiene un doble discurso: dice lo que piensa y hace lo que dice que va a hacer, con decisión.
La ciudad es otra. Hace pocos meses llevé al gran escritor indio, Vikram Seth, a conocer el sitio donde se está levantando una de las nuevas bibliotecas, la que inaugurará el Rey de España. Está en uno de los barrios tradicionalmente más miserables de Medellín. Estuvimos caminando por ahí, y al final Seth comentó: "Esto, en la India, es clase media que saldrá adelante". Ojalá sea así.
Héctor Abad Faciolince es autor de El olvido que seremos, libro en el que narra el asesinato de su padre en Medellín.
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