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Otoño o la cruda realidad

Cómodamente instalados en la rutina de los días sin horario y obligaciones, se suceden los buenos propósitos para cambiar de vida. El otoño nos devuelve implacable a la realidad

La estación otoñal toca a su fin en apenas un mes, y, con ésta, los sueños de verano se han desvanecido. Casi todo el mundo tomó la determinación de que, en cuanto regresara de vacaciones, su vida iba a cambiar de una vez por todas. Y esta vez iba en serio. Pero otoño es la estación de la cruda realidad. Lo curioso es que la mayoría de la gente hemos hecho (y deshecho) las mismas promesas.

El ritmo de vida. Lo primero que uno se propuso en verano era controlar el ritmo de vida. Dejar de vivir como si se escapase el metro cada cinco minutos, esfumar esa sensación que tenía el conejo de Alicia en el país de las maravillas -"llego tarde, llego tarde…"-. No. A partir del mes de septiembre, uno iba a levantarse más temprano y llevar a los niños al colegio con tiempo suficiente; nunca más íbamos a meterles prisa a los pequeños cuando desayunan o se visten; no volveríamos a aparcar en doble fila ni encima de la acera porque son las nueve y cuarto y la clase ha dado ya comienzo; no nos pondrían más multas porque siempre saldríamos con tiempo suficiente; los bocinazos iban a ser cosa del pasado porque en otoño íbamos a dejar de ser el conejo de Alicia. Las prisas matan, y morir de prisas es patético.

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Este propósito suele hacerse en verano, estirados sobre la arena de la playa, con el rumor de las olas de fondo, tras habernos levantado a las doce menos cuarto de la mañana y habernos puesto el bañador y la camiseta del día anterior. ¡Qué fácil parecía entonces que iba a ser todo!

Idiomas. El segundo y más habitual propósito del verano fue la sempiterna asignatura pendiente de los idiomas. Casi siempre, el inglés, el maldito inglés. Pero eso se iba a terminar. Pronto sabríamos más inglés que la reina de Inglaterra. Buscaríamos una academia barata y fiable (no vaya a sucedernos lo que a los de Opening); o más bien, un curso por fascículos; o mejor incluso, un audio-libro, esos CD que tan de moda se han puesto para hacer del tiempo en el coche un tiempo fértil.

Y es que soñamos que gracias al inglés obtendremos esa promoción en el trabajo que perseguimos desde hace tiempo. O mejor aún, buscaremos otro empleo. Porque en cuanto en nuestro currículo apareciese, además de nuestra brillante carrera, el inglés, no iba a haber oferta que se nos resistiera.

Este propósito suele hacerse también en agosto, pero esta vez de pie, acodados en la barra de un chiringuito de la playa con una clarita de medio litro, junto a tres turistas ingleses, o irlandeses, o escoceses (¡no hay quien distinga los acentos!) que hablaban y reían mientras nosotros no entendíamos una sola palabra que no fuese yes o more beer, please. Y entonces nos hicimos cruces de nuestro bajo nivel de internacionalidad y juramos bajo el sol que de este septiembre no iba a pasar.

Montar un negocio. La gran quimera de la que nadie se libra. No hay currante que no sopese durante el verano montar el negocio de su vida en cuanto llegase el otoño.

Las mujeres, en un 80% de los casos, se deciden por una tienda de ropa; casi siempre, de niño, y a poder ser, de bebé. En el caso de los hombres, la inmensa mayoría apuesta por una franquicia. De lo que sea, pero eso de franquicia suena a éxito garantizado. Otra de las típicas opciones es la de importar algo que se ha descubierto de viaje por el extranjero y que no se vende en España.

Los más quemados (no por el sol, sino por la cultura corporativa de su empresa) hacen incluso números en la playa. Primero, mentalmente, con los ojos cerrados, sobre la toalla. Los números siempre salen. Los beneficios van a ser tan descomunales que uno empieza a tener la sospecha de que debe de haber alguna partida de gasto que no ha tenido en cuenta.

Lo del negocio no se guarda nunca para uno mismo. Por definición, los negocios soñados en agosto son comentados -"por favor, no digáis nada a nadie, que como me quiten la idea…"- en una cena con otra pareja en la terraza de un restaurante. Por lo general, entre los confidentes hay siempre un disidente, tildado de pesimista, que no hace más que poner trabas y peros a las ideas del amigo.

El efímero emprendedor soportará las embestidas con sorprendente temple, seguro de sí mismo, todo está calculado. Pero esa noche no dormirá bien. Los proyectos se agolpan en su cabeza, a pesar del amigo pesimista. Pero la idea de despedirse del trabajo y montar un negocio en septiembre suele disiparse, por lo general, el día 1 del mismo mes. En fin.

Deporte. Se acabó esta tripa. En verano, no; porque si resulta que en vacaciones, que es el momento de disfrutar, nos ponemos a régimen…, ¡qué tortura! Pero en otoño, todos decidimos apuntarnos al gimnasio ése de al lado de casa, que tiene piscina y todo, está de miedo y no sale muy caro. Tres días a la semana, deporte. Como mínimo. De este año no pasa. Por estética y también por salud, que lo dicen todos los manuales y expertos.

La promesa de hacer deporte suele hacerse también en la playa, con los ojos puestos en una colosal y atlética pareja que, a la orilla del mar, jugaba con agilidad a las palas y recogía con una flexibilidad inaudita la pelotita del suelo. Los típicos cachas bien bronceados que decoran todas las playas para que el resto nos sintamos gordos y fofos.

En fin, así es cada año. Alguien dijo que soñar es gratis. Así que soñemos. No es por fastidiar. Pero la maquinaria de la economía se puso en marcha puntual como cada año. Todo está preparado. Bienvenidos al otoño, o a la época de la auténtica, cruda e inevitable realidad.

Época de ofertas

Las empresas editoras de fascículos y cursos a distancia saben de los propósitos de la estación del otoño. Y ése es el motivo que explica por qué en septiembre casi la mitad de la publicidad editorial corresponde a cursos de idiomas a distancia. Porque nos pillan comprometidos con nosotros mismos. Lo mismo saben los gimnasios, y por eso septiembre es también el mes de sus ofertas. "Si paga diez mensualidades, le regalamos dos". Y es que más del 70% de los que se inscribieron ese mes no acudirán más de tres veces en todo el año. Así que, ahora que están envalentonados, mejor lograr que, a cambio de un suculento descuento, paguen siete mensualidades de las que nunca harán uso. Pero picamos. ¡Y tanto que picamos!

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