_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La paz luminosa y un recuerdo para Ecevit

Pasados ya los primeros grandes entusiasmos ante el evidente fin de la era Bush que se inició con rotundidad el 7 de noviembre, la envidiable maquinaria institucional norteamericana funciona perfectamente, como era previsible incluso ante cualquier situación imprevista, y la resultante de las elecciones es mucho más regla que excepción. A este lado del Atlántico las opiniones públicas hostiles hasta el odio hacia Bush ya han gozado del castigo a esa caricatura del Mal en que se había convertido el presidente norteamericano. Este gozo les durará menos que la frustración sufrida hace dos años cuando fracasó la bondad del patricio Kerry. Leyendo y escuchando a muchos de los enemigos profesionales de Bush acá en Europa, da la impresión de que el Capitolio ha sido tomado por una especie de tripartito, con Noam Chomsky a la cabeza. Si hasta ahora la postura digna hacia el Imperio del Mal era inequívoca, parece que volvemos a la era de los malentendidos. Viva la paz y la realidad pacífica y luminosa.

Cuando aún no había concluido el recuento en Virginia, Bush ya negociaba con los demócratas, con Nancy Pelosi a la cabeza, sobre las cosas de comer. Aquí no hay malentendidos. El presidente sabe que se acabó su forma de gobernar, con un Congreso postrado que tanto error le permitió a él y a Rumsfeld, tanto desafuero a Cheney y a sus círculos empresariales y tanto exceso a su política de seguridad y antiterrorista. Los demócratas saben que, para que esta victoria sea el umbral de una presidencia propia, han de encontrar en colaboración con Bush una salida del letal estancamiento de la situación en Irak, que al menos en Washington todos saben que no es culpa exclusiva del tejano cristiano neonato.

Se verá entonces si tenían razón quienes auguraban -tras Bush- un comportamiento más civilizado de Siria y de Irán de haber un calendario de retirada, o un buen equilibrio en Irak entre la teocracia chií de Teherán y la satrapía de Damasco con población suní, ambas implacables tanto con sus pueblos como con los vecinos. Y aplaudidas como enemigos del Imperio del Mal y de un Israel ayer de nuevo amenazado de muerte por el presidente iraní Ahmadineyad. El terrorismo islamista, chií y suní, la incompetencia de Washington, la dejación cobarde de los países árabes y la culpable de Occidente, lograron crear un infierno en Irak, no ya para EE UU, sino para una población iraquí que se jugó la vida para votar en elecciones y en un referéndum sin precedentes en la región. Eran muchos más que los catalanes que se dignaron a ratificar un estatuto que amenaza principios de igualdad y enaltecen siniestros fetiches identitarios. Veremos cómo buscan salidas republicanos y demócratas en Washington. Y suníes y chiíes en Bagdad. Veremos cómo se discute pronto en una España que ha redescubierto las esquelas y la memoria emponzoñada, fortifica cuencas hidrológicas y bunkeriza archivos. En la que instituciones máximas del Estado se agreden a diario, nadie se alarma si el presidente de la Generalitat ha de entrar en el Liceo por la puerta trasera, acosado cual militante de partido mal visto y se elogia a asesinos múltiples para denigrar a contrincantes parlamentarios. Envidia dan las instituciones de Washington. En paz y en guerra.

Y en Ankara, 100.000 turcos despedían a Bülent Ecevit, el líder socialdemócrata fallecido a los 81 años. Un gigante. Cinco veces primer ministro, el único gran estadista turco sin familia millonaria. El día que caía en coma aún pedía a los turcos resistencia contra el islamismo que veía avanzar, decía, tras la sonrisa de Erdogan. El tándem sonriente del turco y el leonés no debe ser casualidad. En la última entrevista, este gran estadista turco pidió a sus compatriotas, como siempre, coraje y resistencia por la libertad y la dignidad, bienes supremos que excluyen la paz a toda costa. El presidente del Gobierno español debía de saber quién era porque no lo mencionó. No importa. No habría acudido a un mitin como el de Estambul bajo el paraguas agradecido de Kofi Annan. Rodeado de representantes directos o indirectos de regímenes totalitarios y con el responsable de la involución democrática turca, en el que Rodríguez Zapatero habló de paz y paz y mucha paz, pero nunca de libertad. Esa paz la hay en Damasco, en Teherán y en Rabat. Y en Azkoitia. Pero esa paz la despreciaba Ecevit. Como Kreisky y Brandt. Por ser mentira.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_