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Levy pone épica a los caribeños que transformaron la sociedad británica

A mediados de 1948, el Empire Windrush zarpaba del Caribe rumbo a las costas inglesas. Sus tripulantes eran 492 emigrantes que soñaban con una vida opulenta. La monarquía británica todavía tenía súbditos por todo el mundo, si bien la II Guerra Mundial había mandado al traste los oropeles de su imperio. Entre los recién llegados se encontraba el padre de Andrea Levy (Londres, 1956), que tiró de memoria familiar para escribir la multigalardonada novela Pequeña isla (Anagrama, en castellano; Proa, en catalán), obra reconocida con los prestigiosos premios Whitbread, Orange y Writer's Commonwealth. A su juicio, con el anclaje del Windrush Inglaterra se inauguraba una nueva era marcada por el mestizaje.

No obstante, nadie les recibió con los brazos abiertos, pese a haber batallado en el frente contra los nazis. Un olvido que sólo ahora empieza a romperse. "Muchos de ellos habían combatido en la RAF durante la II Guerra Mundial. Al regresar a su país se dieron cuenta de su pequeñez y decidieron buscar en la metrópoli nuevas oportunidades. Los ingleses vieron con estupor cómo desembarcaban cerca de 500 negros. Se preguntaron qué hacer con ellos, si sobrevivirían al invierno, pensaron en devolverlos... Con esta inmigración, Inglaterra se convirtió para siempre en un país multicultural", apuntó ayer Levy en la presentación del libro.

La novela concentra esta mezcolanza de culturas en dos de sus protagonistas: Queenie, hija de un carnicero provinciano, y Hortense, una joven maestra jamaicana que se reúne en Southampton con su marido para huir al fin de una sociedad misógina. La arcadia de todos los personajes de Pequeña isla tiene nombre propio: Londres. Pronto descubren que los sueños y la realidad apenas casan. La autora teje con su fábula una reflexión sobre la identidad en un momento fundacional, cuando ya asoman la cabeza los conflictos futuros. "La emigración afecta a los que llegan y a los anfitriones. Me centro en personas que quedaron fuera de la Historia", concluyó la autora, que rehúye en su novela el sentimentalismo con un humor fino y socarrón que se enmarca en la mejor tradición literaria anglosajona.

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