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Un escritor en la encrucijada cultural
Columna
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Thomas Mann junto a la Torre Galata

Emociona saber que Orhan Pamuk es el nuevo premio Nobel de Literatura. Esto no es un cambalache ni una componenda más o menos excéntrica de la Academia Sueca. Se premia a un gigante de la literatura, a un hombre que no tiene 55 años y ya está en el Canon. Y se premia también una visión valiente, generosa, compasiva y firme del mundo. En la literatura de Pamuk como en pocas otras contemporáneas se vive el drama íntimo del individuo en su pasión y vértigo en el marco colosal de la historia. Emociona el premio como sus novelas -Mi nombre es rojo y Kar (Nieve), supremas-, y todo lo que escribe, lo último ese prodigioso libro que es Estambul, ciudad y recuerdos, un recorrido sentimental del escritor maduro y el niño que fue, que juntos hacen una excursión por espacio y tiempo de la joya del Bósforo en una tierna y sabia metáfora de abrazo a Bizancio y Estambul y así a la creación, a la cultura, al amor y, en definitiva, al bien. Pamuk sabe y escribe sobre el odio, el miedo, la envidia, la violencia, el asco y el desprecio, y sin embargo de sus libros, de su conversación, de su semblante, de una candidez inteligente demoledora y su mirada limpia, no se puede sino concluir que se está ante una especie de sabio precoz y hombre valiente de bien que por lo general sólo suelen darse en ancianos muy longevos.

Se premia también una visión valiente, generosa y compasiva del mundo
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"Soy un escritor que explora dos mundos"

Pamuk ha tenido que ausentarse muchas veces de Estambul. La verdad y la valentía ofenden a muchos. Pero de todas sus muchísimas declaraciones de amor a esta ciudad -la última esa joya de libro ya citado aún no editado en español- Pamuk siempre tendrá casa allí y será donde lleva 30 años escribiendo, cerca de la casa de su abuela y junto al juzgado de primera instancia donde le querían condenar a prisión hace pocos meses por ser valiente y decente y hablar abiertamente de las víctimas de su propia patria.

En un piso del barrio de Cihangir, no lejos de la Torre Galata, junto al Cuerno de Oro, en el Estambul europeo que mira hacia Asia, escribe, lee y medita este hombre que evoca siempre lo mejor y más noble de los dos continentes, la espiritualidad, la religiosidad y la veneración al ser humano, frente a la grosera agresión de las ideologías y la vileza del espectáculo global mediático y político.

Goza allí de una magnífica terraza, de vistas soberbias sobre el Bósforo y los bastiones orientales del palacio de Topkapi y de los cantos del altavoz del alminar vecino, la única interrupción que soporta en su trabajo. Las paredes están cubiertas de libros y, recorriendo con la vista sus lomos, parece hallarse allí toda la novela europea. Allí se dan cita el Corán y Victor Hugo, el muecín contiguo y el hanseático Thomas Mann, Cervantes y sus captores, cuentistas de Bagdad y Charles Dickens, Dürrenmatt y las madrazas, canciones turcas de amor y tramas sin dios de la literatura moderna europea. Allí, en el corazón de Estambul, es donde Pamuk bucea en el alma turca y donde, con su extraordinaria fuerza narrativa, se ha convertido en el escritor turco más leído y en uno de los grandes de la literatura mundial.

Pamuk es literatura trascendente en el sentido más digno de este tan maltratado término. Se ocupa de las grandes asignaturas pendientes de los seres humanos que parecen haber caído en el olvido de la inmensa mayoría en estos veloces tiempos en los que convicciones, tradiciones y culturas entran en colisión y rompen sin cesar conceptos de vida, códigos en las relaciones humanas y certezas hasta hace poco garantes de estabilidad. Pamuk describe la desesperación de los individuos ante la magnitud de las incertidumbres, la continua descomposición de las certezas. La Ilustración se agota sin haber llegado a los rincones remotos aislados por la nieve y los humanos desesperan en culturas en repliegue, ofensivas de crueldad y violencia, sin dios o con dios asesino. Y, sin embargo, para Pamuk, allá donde está el ser humano, hay siempre amor, belleza y esperanza.

LOS ÚLTIMOS PREMIOS NOBEL

1993 - Toni Morrison (Estados Unidos)

1994 - Kenzaburo Oe (Japón)

1995 - Seamus Heany (Irlanda)

1996 - Wislawa Szymborska (Polonia)

1997 - Dario Fo (Italia)

1998 - José Saramago (Portugal)

1999 - Günter Grass (Alemania)

2000 - Gao Xingjian (China)

2001 - V. S. Naipaul (Reino Unido)

2002 - Imre Kertész (Hungría)

2003 - J. M. Coetzee (Suráfrica)

2004 - Elfriede Jelinek (Austria)

2005 - Harold Pinter (Reino Unido)

2006 - Orhan Pamuk (Turquía)

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