"El actor no existe si no suena su nombre"
Dice Juan Diego (Bormujo de Aljarafe, Sevilla, 1942) que "el actor no existe si no se escucha su nombre". Y el suyo no deja de sonar. El domingo ganó la Concha de Plata al mejor actor por su papel en Vete de mí, segundo largometraje de Víctor García León; mañana será homenajeado en Carmona; el viernes recibirá en Córdoba la Medalla de Oro de las Bellas Artes... El actor, que ha interpretado al Ché Guevara, a San Juan de la Cruz y al señorito de Los santos inocentes, de Mario Camus, está en racha y sólo encuentra una explicación: "Hay algún amigo o enemigo que ha dejado caer que estoy enfermo y la gente ha dicho: 'Hay que correr que éste se nos muere'. Si no, no se entiende".
Pregunta. En 2004 no trabajó porque nadie le llamó. En 2005, le llovieron las ofertas y ahora, los premios y homenajes. ¿Se los merece más que antes?
"Lo que atenaza a los jóvenes cineastas es el mercado. No tenemos infraestructura. La industria española es raquítica"
"Siento más ilusión que cuando empecé. Sé para qué sirve el oficio y le encuentro sentido. Diría que es casi un servicio a la sociedad"
"Me pesan los medios, los saludos, toda la parafernalia de la profesión, aunque sé que es necesaria y obligatoria, porque sin ella no existiría"
Respuesta. No creo que nadie se merezca nada. Simplemente te toca. Haces un mérito mínimo y, de pronto, los astros coinciden. En todo caso, creo que un premio es siempre injusto. ¿Dónde está la frontera que determina por ejemplo quién de los finalistas de los Goya se lleva la estatuilla? Para explicárselo uno se tiene que refugiar en eso, en que hay algo de suerte o en que el jurado es amigo. Lo siento así, quizá por eso me falta la autoridad del premiado.
P. ¿Ha interpretado todos los papeles imaginables y ahora no puede encarnar uno real?
R. Eso es lo que yo me pregunto. Quizá sea porque es una parte de mi yo verdadero.
P. Lleva cuatro décadas entregado al cine, el teatro y la televisión. ¿Qué fue lo que le sedujo inicialmente del oficio?
R. Quería ser torero y, de hecho, iba al campo y me ponía delante de las vaquillas. Pero eso duró poco. Me pasó una cosa muy curiosa. Me gustaba ir al colegio, pero me aburría soberanamente sentarme en el mismo pupitre con el mismo compañero con el mismo moco. Hubiese preferido ir a una escuela distinta cada día. Y pensé: "Yo no quiero ser todos los días la misma cosa". Luego tuve dos experiencias definitivas. Con cinco o seis años, ya leía bien y tenía un tío con problema de cataratas. Se llamaba Simón. "Juanito, léeme el Abc", me decía por las mañanas. Entonces yo interpretaba para él. Cuando eres pequeño nadie te escucha. Y, de pronto, me di cuenta de que mientras leía, todos callaban.
P. Ésa fue su primera llamada, ¿y la segunda?
R. Era la fiesta del árbol en el colegio, tenía que leer un texto ante las autoridades y se me fue la línea. Empecé a improvisar y me di cuenta de que fingía mientras la gente me escuchaba, de que estaba imponiendo un discurso, de que me había equivocado, había continuado y todo el mundo aplaudía. Y sentí un gozo indescriptible, una cierta sensación de superioridad. En cuanto pude, empecé a trabajar para pagarme los estudios. Mis padres al principio no lo entendían.
P. Hay actores que dicen amar la profesión porque les permite vivir la vida de otros. ¿También ha habido algo de eso en su pasión por el oficio?
R. Yo creo que todos los otros están dentro de nosotros. Ningún ser humano es ajeno a todas las bestialidades y todas las grandezas. Y el actor las canaliza a través de sus personajes. Es casi una catarsis. ¿Para qué voy a ir al psicólogo? Cuando vas echando personajes, te liberas... Eso, si no tienes muchas angustias a final de mes para pagar el piso, que ésa es otra...
P. ¿Lo dice por experiencia?
R. Claro. ¿Quién no ha tenido momentos complicados de todo tipo en su vida?
P. ¿No se le ha desgastado la ilusión con los años?
R. Siento más ilusión que cuando empecé, porque tengo más conocimiento. Sé para qué sirve el oficio y le encuentro sentido. Diría que es casi un servicio a la sociedad, aunque estemos dentro de las normas del mercado.
P. ¿No conoce entonces la rutina?
R. Esta profesión no es ajena a la rutina. Ocurre sobre todo en el teatro, pero me autodisciplino para tratar de evitarlo, para no perder mi identidad.
P. ¿Hay algo que no le guste o le pese de la profesión?
R. Lo que más me gusta de la profesión es el trabajo y discutir con los compañeros la representación de esa noche. Inicialmente nada me molestaba, porque era un inconsciente. Luego me empezaron a pesar los medios, los saludos... toda esa parafernalia del oficio, aunque sé que es necesaria y obligatoria porque sin ella no existiría.
P. Cuando recibió el premio lo dedicó a sus compañeros. Dio la sensación de que temía dejarse algún nombre. ¿Les debe mucho?
R. Sí, tenía la necesidad de decir los nombres, porque si no suena nuestro nombre, no somos nada, si no trabajamos no existimos. Los actores somos muy frágiles, aunque no lo parezca.
P. ¿Y vulnerables a las críticas? ¿Las encaja bien?
R. Es inevitable, te tienes que acostumbrar, aunque en general procuro no leerlas, sobre todo cuando estoy haciendo teatro. Si ponen mal una película, pues ciao ciao... Pero al teatro tienes que ir al día siguiente a vivir esa experiencia orgánica y sentimental del personaje ante el público.
P. Ya que lo cita, ¿cine, teatro, televisión?
R. Deme un guión y tiempo, por favor tiempo, porque si no hay tiempo, no hay tempo. Y entonces no hay ritmo interno.
P. ¿No le importa quién sea el director?
R. Leo un guión y me quedo con el que me conmueve. Me da igual quién lo dirija, sea Banderas, Max Lemke, con quien haré próximamente Casual day, o Víctor García León. Me sorprendieron sus trabajos anteriores y me apetecía trabajar con él. Además, me pareció un lujo poder hablar de la profesión. Luego, con él y el resto del equipo, unos grandes profesionales que rondan la treintena, me he ratificado en que la cultura sirve para engarzar generaciones.
P. Jim Jarmusch criticaba el otro día la falta de audacia de los jóvenes realizadores por el miedo al fracaso. ¿Coincide con él?
R. Lo que les atenaza es el mercado. Ahí está el ejemplo de Víctor. Su anterior película la hizo hace cuatro años. Fue de calado y el productor no perdió dinero. El asunto es cuándo vuelven a confiar en ti. No tenemos infraestructura. La industria española es raquítica. No estoy de acuerdo con Jarmusch, lo que atenaza es el mercado y el miedo, que tiene un valor de cambio y de uso que los poderosos manejan bastante bien.
P. ¿Si echa la vista atrás siente que ha descuidado la vida personal por la profesión?
R. He hecho lo que debía. Todo se entremezcla, la vida, la profesión, los años de clandestinidad, la pelea contra el franquismo, la llegada de un hijo que está siendo actor. La vida es eso. Sólo en la Biblia pueden separarse las aguas. La vida tienes que vivirla como viene. No puedes hacer otra cosa, más que corregir los errores y el daño que puedas haber hecho a la gente. Quizá, si no hubiese vislumbrado un poco de luz en mi carrera, en mi existencia y en mis relaciones, a lo mejor hubiese reflexionado sobre qué hacer, pero me ha ido todo tan excesivamente bien a pesar de todo, que mejor no tocarlo.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.