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EP[S] EXTRA MODA

Combativas y rebeldes

La moda va siempre por delante de la historia, avanzadilla de los cambios sociales. Es el final de las mujeres sumisas. La fotografía global habla de rupturas. ¿Vestimos como pensamos, o simplemente nos adaptamos?

Explican los cronistas más fiables que Miuccia Prada, uno de los gurús actuales de la moda, ha dicho que 2007 trae "una moda con espíritu combativo y de mujeres rebeldes". En dos palabras -combate y rebeldía- ha marcado tendencia. Esto es lo que se pide hoy de un creador de moda: que la estética responda a una motivación, a una idea que es, justamente, la que la gente espera, lo cual justificará el éxito posterior de su trabajo. La estética por sí misma no basta cuando la oferta es tan plural como omnipresente.

El buen creador de moda es ahora, además de esteta, un profeta: sabe que sólo con nombrar la tendencia, ésta se materializará. Es el secreto de cualquier oráculo clásico: sus profecías se cumplen cuando, previa y rigurosamente, ha sondeado el terreno intangible de los deseos humanos. Combate y rebeldía, aplicadas a la moda femenina, nos hablan de una situación de rupturas, cambios, ansiedad e impaciencia: éste es el diagnóstico social de Prada. ¿Acertado? Ya lo veremos. De momento parece dar carpetazo a las mujercitas alegres, frívolas y ultrafemeninas de los últimos tiempos. Ciertamente, no está el presente para mucha juerga y jamón, y el vestido es siempre una precisa fotografía social. Habrá que ver qué dirán los historiadores del futuro en el caso de las mujeres combativas y rebeldes que Prada augura, y viste, para 2007. Suceda lo que suceda, la indumentaria ha sido y es, históricamente, un instrumento idóneo para expresar clímax sociales, deseos ocultos, realidades económicas o políticas, y también sueños y ambición de nuevos horizontes.

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Antes de que la globalización fuera un lugar común, la moda ya la había anunciado. La moda siempre va por delante de la historia. A comienzos de los años noventa, por ejemplo, cuando la economía y la política descubrían que había caído el muro de Berlín, hacía ya tiempo que estilos y formas de vestir habían roto todas las fronteras planetarias. A través del cine, las revistas, el deporte y las celebridades, los jóvenes ya habían sentado un uniforme universal masivo como propuesta propia en los años sesenta y setenta: tejanos, camisetas, zapatillas deportivas, cazadoras, prendas de punto mostraban al mundo las posibilidades de la globalización a través de una democracia vestimentaria plena.

La década de los noventa, iniciada con la primera guerra del Golfo como espectáculo -mediocre- en directo, fue la confirmación de que la indumentaria ya no hablaría nunca más de países y estilos cerrados. La moda había sido capaz de integrar todas las culturas, todos los saberes, todos los gustos, todos los estilos, todas las habilidades. En Nueva York se vestiría como en Johanesburgo; en Berlín, como en São Paulo; en México, como en Moscú, Delhi, Tokio, Madrid… mientras Pekín se preparaba, con sus actuales ricos multimillonarios, para ser el centro del lujo y la moda mundial. Los expertos que constatan que China hoy controla el 30% del comercio textil mundial, pronostican que en 2010 los chinos abarcarán el 50% de ese comercio, incluida la moda, con 200 nuevas marcas chinas. Esta realidad y estas previsiones marcan ya las modas de mañana.

La indumentaria es siempre reflejo de la evolución social y del equilibrio geoestratégico de poderes económicos, políticos y sociales. Antes de que las ciudades más populosas del mundo y sus centros comerciales se parecieran como gotas de agua gracias a esas cadenas de tiendas y de restaurantes globales, la indumentaria ya era universal. Especialmente los jóvenes y sus ídolos musicales marcarían con sus estilos de vestir esta globalización imparable que hoy se materializa en la mezcla de razas y culturas que también ha llegado a las ciudades españolas.

Cuando, en 1980, en un pequeño poblado del Amazonas peruano, vi a unos jóvenes que cubrían su taparrabos autóctono con una camiseta del Travolta de Saturday night fever (1977) comprendí que algo estaba moviéndose con mucha rapidez en nuestro mundo: la indumentaria era tan sólo una avanzadilla de los cambios sociales que comenzaban a producirse. La mezcla de vestidos, estilos y tendencias era imparable desde el momento en que el mundo comenzó, no sólo a compartir líderes, ídolos y modelos estéticos, sino a comunicarse y a viajar masivamente.

Un nuevo lenguaje planetario se había fraguado pacientemente, a través del vestido, a lo largo de todo el siglo XX. Una nueva industria, la de la confección, marcó la segunda parte del siglo pasado poniendo al alcance de muchos lo que antes fuera exclusividad estética. En los años noventa, la deslocalización industrial permitía el consumo indiscriminado y pleno de modas. Porque, efectivamente, la moda ya era algo muy nuevo en su historia: plural, diversa, barata y hasta caótica.

No había -ni hay ya- una moda, sino muchas. Ahora lo llamamos tendencias. Las temporadas intentan ordenar el caos y elaborar estilos estéticos indumentarios para una enorme masa de consumidores con gustos diversos. Las revistas son los catálogos de esos estilos. Las celebridades son vehículos idóneos para ejemplarizarlos. Los Oscar de Hollywood y las pasarelas de París realizan las mayores operaciones de marketing que afianzan marcas y prestigios que servirán para orientarse dentro del magma de posibilidades. Ahora mismo, la moda, entendida como esa norma social que tendía a homogeneizarnos en nuestros vestidos, no existe, ha dado paso a una enorme pluralidad de opciones. También el mundo ha evolucionado en esa dirección: la diversidad social es una evidencia que obliga a la mayor tolerancia.

Vencida, pues, la vieja dictadura de la moda a través de la pluralidad y la libertad de tendencias, queda la paradoja: ¿por qué en un mundo tan aparentemente mezclado y libre de imposiciones se acata la nueva dictadura del culto a un canon homogéneo del cuerpo bello? ¿No es ésta la última conquista definitiva de la moda? ¿Cómo son las mujeres combativas y rebeldes de Miuccia Prada? Seguro que delgadas, esbeltas y deportistas aunque tengan aspecto de desafiar al mundo vestidas de negro riguroso o inventando algo anticonvencional. He aquí el más profundo desafío a todo análisis: el vestido ya es libre, pero esa libertad es tan sólo el disfraz de un cuerpo sujeto a los más férreos controles. ¿Estamos ante el triunfo barroco del disfraz de una dictadura subterránea e íntima? ¿La libertad es tan sólo apariencia, vestido? ¿Y por qué la moda jugaría a este juego si no es para reflejar, una vez más, la realidad social?

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