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Decidir volverse loco

Javier Marías

Como sabemos bien en España desde 1605, año (quizá ya se haya olvidado) de la publicación del Quijote en su Primera Parte, hay una importante diferencia entre volverse loco y fingirse loco, aunque lo segundo pueda acabar dando paso a lo primero, a fuerza de insistencia, y entonces ese fingirse loco se convierte a posteriori en una tercera cosa: decidir volverse loco, que es lo que probablemente, a la postre, y a la luz de ciertos detalles en el texto cervantino, le ocurrió a Alonso Quijano: ni se volvió loco sin más ni se lo fingió con cinismo, sino que más bien decidió volvérselo. La misma impresión dan, desde hace como mínimo treinta meses, los principales dirigentes del Partido Popular, bastantes de los secundarios (que obedecen órdenes y tics ciegamente) y buena parte de la prensa (que parece dictarlos), en lo relativo a los atentados del 11-M de 2004 y a las supuestas conspiraciones para primero llevarlos a cabo y luego impedir u ocultar el esclarecimiento de los hechos; quiere decirse de los hechos según ellos quisieran que fuesen o que hubieran sido.

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La autoría intelectual del 11-M corresponde a "líderes de la insurgencia iraquí y de Al Qaeda"

De la misma manera que el loco está obligado a creer que todos los demás son los locos o malvados, por no darle la razón, y que él es el único cuerdo, al mentiroso resuelto a sostener sus embustes contra todo mentís y evidencia, no le queda más remedio que tachar de mentirosos a cuantos no le creen y le llevan la contraria. Para persistir en ello le conviene decidir creerse sus propias mentiras (no es nada fácil, pero tampoco imposible), y desde luego abandonar todo sentido del ridículo y de la vergüenza. El Partido Popular mintió, sin el menor atisbo de duda, cuando se empeñó en atribuir a ETA aquellos atentados, entre la fecha de su comisión y la de las elecciones generales, tres días más tarde. También había mentido palmariamente meses antes, como Bush y Blair, al afirmar que Sadam Husein poseía armas de destrucción masiva y que su régimen tenía que ver con Al Qaeda y por lo tanto con los ataques contra Nueva York y Washington en 2001. Muchos, aunque inexpertos, sabíamos que no era así y así lo dijimos. Ahora ya lo sabe y reconoce hasta el Senado de los Estados Unidos, pero todavía no he visto que lo reconozcan ni sepan los señores Rajoy, Aznar, Zaplana y Acebes, ni el resto de sus contagiados.

Pero en todo este disparate o resentimiento relativo a nuestros atentados, quienes se empecinan en la existencia de una trama, en la que habrían participado ETA y Batasuna, el PSOE, los servicios secretos españoles, marroquíes y franceses (?), fiscales, jueces, investigadores, confidentes, mineros, guardias civiles y policías que entonces estaban al servicio del PP y comandados por el Gran Embustero Acebes que llamó miserable a medio mundo, incluyéndose a sí mismo; en todo este disparate, digo, se olvida algo esencial de continuo. Supongamos por un momento que hubiera habido tal conspiración abigarrada: según los locos voluntarios del PP y de varios periódicos y radios, su fin último, y exitoso, habría sido desalojar del poder a ese partido, que en las anteriores elecciones de 2000 había obtenido la mayoría absoluta. Lo que se olvida es que un complot semejante habría sido cosa de idiotas o asimismo de chiflados, porque nadie podía prever, en modo alguno, que los resultados del 14-M fueran a ser los que fueron, ni antes ni después de los atentados. El PP y sus amos hablan de ello como si se tratara de una cuestión matemática: se produce una matanza de casi doscientos muertos, y automáticamente los españoles quitarán el poder a quienes lo tenían. Nada más lejos de la realidad. El 14-M, durante la espera del recuento, nadie tenía la menor idea de lo que éste iba a deparar. Cabía desde una nueva mayoría absoluta del PP hasta que este partido perdiera, como así fue. Pero en esta última posibilidad (todo se olvida), debían de creer a lo sumo Zapatero y sus más fieles, nadie más. Nadie sabía entonces cómo iban a reaccionar los votantes. Recuerdo haber ido a almorzar aquel día a casa de mi padre, con hermanos, cuñadas, sobrinos y sobrinas, y haberme encontrado con datos desconcertantes en mi propia familia: algún miembro que había votado al PP anteriormente pensaba seguirlo haciendo, pero también otro que jamás lo había hecho e iba a estrenarse, en consecuencia; y yo, que nunca había votado al PSOE en unas generales, iba a otorgarle por primera vez mi papeleta, por la simple razón de que prefería cualquier cosa antes que continuar con el mentiroso PP al frente. Estoy seguro de que muchas otras familias resultaron igual de imprevisibles.

El PP y quienes lo aterrorizan se han empeñado en algo muy propio de los locos: puesto que pasó lo que pasó en aquellas elecciones, alguien debió preverlo y calcularlo. Y puesto que el resultado fue 4, alguien conspiró un 2+2 o un 1+3 o un 0+4. A ese alguien lo tendrían que considerar un genio, qué menos. Pero lo que también salta a la vista es que ni Rajoy ni Aznar ni Zaplana ni Acebes ni sus dueños se creen una sola palabra de las que sueltan machaconamente al respecto. Es decir, aún no han cruzado la línea que los llevaría a creerse sus mentiras de veras y a volverse locos. No sé si para su suerte o desgracia, todavía están en la fase en que tan sólo han decidido volvérselo.

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