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Columna
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Córtense las uñas antes de entrar

Lluís Bassets

La Unión Europea contará el próximo 1 de enero con casi 30 millones de habitantes y 340.000 kilómetros cuadrados más que significan la continuidad territorial desde el Alentejo hasta las puertas de Estambul. Con la incorporación de Rumania y Bulgaria, Europa parece ya el camarote de los hermanos Marx, donde hay que cortarse las uñas antes de dar paso a más gente. Es una Europa ancha y deshilachada, incapaz de tomar decisiones en multitud de cuestiones que afectan diariamente a la vida de sus ciudadanos. Las que toman los Estados nacionales apenas valen en un mundo global que revienta las costuras de las fronteras y disuelve las soberanías. Cuando debe tomarla la UE, no hay forma de hacerlo porque en muchas cuestiones trascendentes se requiere la unanimidad. La Constitución que debía facilitarlo está ahí averiada en el aparcamiento, sin que nadie sepa como repararla. En una comunidad tan amplia, de 27 miembros bien dispares, se ha perdido todo sentido de familia y lo único que rige es el interés particular de cada uno. Y con frecuencia, los gobiernos echan gasolina antieuropea en la hoguera populista.

No se quiso hacer la Europa de varias velocidades pero se está obteniendo una Europa de asimetrías monstruosas. De una parte, hay una Comisión Europea que tiene los poderes ejecutivos de un gobierno respecto al mercado único, y especialmente en competencia. De la otra, nadie tiene capacidad de resolución en defensa, seguridad, exteriores, políticas sociales y económicas, inmigración o fiscalidad. Cuando el Gobierno español comete un error tras otro en su desquiciado e inútil esfuerzo por evitar la entrada de E.ON en Endesa, la comisaria Nelly Kroes puede atizar al pecador hasta dolerle la mano en defensa de la libre competencia y de la libertad de establecimiento de las empresas. Pero ay de los europeos si se enfrentan a cuestiones de urgencia política o que afectan a la vida y al bienestar diario, sea la guerra de Líbano, las viñetas de Mahoma, o los cayucos. Todo funciona muy bien a la hora de defender a los accionistas y poco, mal y despacio cuando hay que defender a los consumidores o a los ciudadanos.

El envite más trascendente en el que está comprometida ahora mismo Europa nada tiene que ver con la Comisión, poco con la Unión Europea y nada con la Alianza Atlántica. Se trata de la participación europea en el contingente de Naciones Unidas en el Líbano, donde tropas italianas, francesas, alemanas y españolas han recibido la misión de garantizar la seguridad de las poblaciones del sur del Líbano y del norte de Israel e impedir que se encienda de nuevo la guerra entre Hezbolá y el ejército israelí. Si la estabilización es un éxito, cabe imaginar que un esfuerzo similar pueda extenderse a Gaza y Cisjordania para garantizar un proceso de paz entre palestinos e israelíes ya definitivo y eficaz. Así es como se hace Europa, en una acción tan arriesgada y costosa en la que sólo están cuatro estados miembros y Naciones Unidas.

En las campas de Valmy, en la ruta que va de París hacia Alemania, tuvo lugar el 20 de setiembre de 1792 lo que ha pasado a la historia como un mito fundacional de la Francia republicana y pudiera ser ahora mismo el símbolo del desquiciamiento europeo. Un ejército austro-prusiano, trufado de nobles franceses exiliados, vio interrumpida su marcha hacia la capital en una batalla que abrió las puertas a la proclamación de la República, al día siguiente. Las ideas de soberanía popular, de nación de ciudadanos y de ejército de conscripción popular -la nación en armas- es lo que celebra el mero nombre de esta victoria. El día del aniversario, quienes invadieron el lugar para celebrar un mitin electoral fueron las huestes de Le Pen. La extrema derecha populista y xenófoba, antieuropea y heredera de la contrarrevolución, los enemigos de Valmy que llamaban a la República La Gueuse (la indigente) son los que ahora quieren apoderarse de la nación y de la ciudadanía. Por debajo, la nación se extingue y, por arriba, la Europa política sigue desaparecida.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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