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Adicto al trabajo

El actor californiano Nicolas Cage no para quieto. Y podría, porque tiene en su mano la capacidad de pedir 20 millones de dólares por película y que se los den. Pero él cree que aún no se ha ganado su tiempo de descanso. Vuelve con 'World Trade Center', de Oliver Stone

Nicolas Cage ama la muerte. Quizá no llega a la categoría de novio como dicen en la Legión, pero el actor, ganador de un Oscar por Leaving Las Vegas y criticado hasta la saciedad por venderse al oro de Hollywood con superproducciones al estilo de 60 segundos, dice que piensa en la parca como amiga, "como alguien que me recuerda que tengo que seguir trabajando hasta que me gane el derecho de poder descansar". Extraño derecho en boca de un hombre que desde hace años tiene en su mano la capacidad de pedir 20 millones de dólares por película y que se los den. Porque los estudios saben que, salvo algún despropósito en taquilla tipo Windtalkers o La mandolina del capitán Corelli, el público siente debilidad por las locuras de Cage, suicidios artísticos tipo Adaptation, el ladrón de orquídeas, que le dan la gloria, o La búsqueda o La roca, que le dan la fama. Ambas vertientes aseguran su carrera, pero, al parecer, no su descanso.

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Con Cage siempre hay donde elegir, y mientras otras estrellas con Oscar y cheque en el bolsillo se limitan a uno o dos proyectos anuales, este miembro del clan Coppola no para. Como muestra, el estreno de World Trade Center, filme de Oliver Stone donde Cage interpreta a una de las personas rescatadas con vida de los escombros de las Torres Gemelas, que vendrá seguido del filme de horror The wicker man y Next, basado en una novela de Philip K. Dick que rueda en EE UU.

Es más, Ghost rider (El motorista fantasma), la primera película de superhéroes que protagoniza este fanático de los cómics, ya está en posproducción. Y su siguiente destino es Bangkok, donde rodará su primera "cinta interracial", como la llama, único occidental en un reparto asiático a las órdenes de Danny y Oxide Pang con Bangkok dangerous (Time to kill). Todo antes de comenzar en 2007 el rodaje de la segunda parte de La búsqueda, primera secuela de su carrera.

Pausado y tranquilo, el pelo largo pero engominado, sus tatuajes cubiertos por una camisa blanca en la que ha dejado caer una chaqueta negra, la locura queda para su mirada, esos ojos grandes de los que tanto se ha hablado en sus 25 años de profesión. Ahora tiene 42, dice, un momento como otro cualquiera en la crisis de los cuarenta para intentar explicar su continuo quehacer recurriendo a los clásicos. Por ejemplo, Thomas Jefferson, tercer presidente estadounidense, del grupo de los llamados "firmantes de la Declaración de la Independencia". "Él siempre pensó que malgastar un solo minuto de vida era un pecado. Por eso dormía frente a un reloj", recapitula mientras se acaricia el labio. ¿Otro ejemplo? "Humphrey Bogart. Cuando le preguntaron cómo lo había hecho para tener la carrera que tuvo, su respuesta fue sencilla. 'Trabajo todo el tiempo".

¿Es la avaricia el motor de su ritmo de trabajo? Sean Penn así lo dijo en crítica al que fue su amigo desde que ambos debutaron en 1982 con Aquel excitante curso y a quien censuró por vender su talento en busca de cheques con más ceros. Pero cuando le interesa el proyecto, por ejemplo, Adaptation (sólo cobró dos millones de dólares), Al límite (un millón) o incluso ahora World Trade Center (del que ha donado un millón de dólares a los damnificados del huracán Katrina), sabe apretarse el cinturón. ¿Ego? Indudable. Y según Patricia Arquette, su primera esposa, la popularidad de Cage fue uno de los elementos que se entrometieron entre ellos. "Me casé en el momento en el que se convirtió en superestrella, un nivel de fama que lo hizo difícil", confesó tras su separación.

Para atraer la atención de los paparazzi, Cage no necesita películas. Con su vida privada le vale. Momentos álgidos: su matrimonio de tres meses con Lisa Marie Presley o sus terceras nupcias con la camarera coreana Alice Kim, 20 años menor, a quien conoció en un restaurante y con la que se casó a los dos meses de su divorcio con la hija del rey del rock. Carnaza suficiente para vivir una vida longeva en la prensa rosa sin matarse a trabajar. Pero no. Entonces, ¿cuál es su motivación? "Es algo cada vez más personal", confiesa. "Es algo musical, como el tempo de una melodía que no cesa, allegro, non troppo, ya sabes, más rápido o calmado, pero parte de mi expresión. Comencé a trabajar a los 17, cuando me iba un ritmo más de punk-rock. Pero ahora lo que escucho es Chopin".

En el caso de 'World Trade Center', la música le llegó caída del cielo. "Unos seis meses antes de recibir la llamada de Oliver había estado pensando en cómo aplicar mis habilidades a algo que sirviera de ayuda, de catarsis. He hecho muchos filmes entretenidos, y eso es importante porque en estos tiempos uno necesita también algo de evasión. Pero me apetecía algo más profundo", admite de su elección en este proyecto polémico que los medios conservadores ven como un filme conciliatorio y al que otros cuestionan por el momento de su estreno, en el quinto aniversario de los atentados terroristas, e incluso su ética al convertir en carne de Hollywood acontecimientos tan cercanos y trágicos.

No todas las elecciones de Cage son una epifanía, pero casi. The wicker man, nueva versión del filme de horror del mismo título que dirige Neil LaBute, fue para el actor un homenaje personal a su amigo y rockero Johnny Ramone, el fallecido líder de los Ramones. En Ghost rider, Cage se dejó llevar por sus más bajas pasiones y, tras no poder ser Superman a las órdenes de Tim Burton, ni Iron Man o el Green Goblin de Spider-Man, finalmente la película que dirige Mark Steven Johnson le convierte en un superhéroe retorcido, de esos que tanto le gustan desde su infancia. "Aprendí a leer con los tebeos y siguen siendo algo muy cercano a mi corazón [a su segundo hijo le ha bautizado Kal-El, como se conoce a Superman en su planeta]. Pero Ghost rider es más, es una historia con algo de Fausto, con un superhéroe espiritual a caballo entre el mundo de los vivos y el de los muertos". Y Bangkok dangerous la ha rodado también por su hijo Kal-El, fruto de su último matrimonio. "Así, cuando me pregunte: '¿Papá, por qué nunca has trabajado con actores asiáticos?', yo le podré decir: 'Aquí la tienes", afirma.

Como dice Jerry Bruckheimer, su amigo y el productor que le descubrió, además de bueno o estrambótico, es taquillero: "Uno nunca sabe lo que piensa hacer, y eso es lo que le hace interesante". Lo mismo ocurre en los rodajes: sus directores son sus mayores fans. "Uno de los mejores de su generación", resume Stone. Ridley Scott le describe como "un verdadero camaleón". John Madden, como "valiente pero disciplinado". Ye John Woo no puede resumir su admiración. "Siempre sabe lo que hace y lo hace sin ningún ego. Siempre te sorprende. Tiene esa hombría mezclada con una sensibilidad que es atractiva a hombres y mujeres. Recurriendo a un símil, Nicolas te devuelve a la memoria a un Jimmy Stewart, el mismo corazón y la misma elegancia en su interpretación".

Martha Coolidge lo dijo cuando el entonces neófito Nicolas Kim Coppola, nieto del compositor Carmine Coppola, sobrino del realizador y genio Francis Ford Coppola, no era más que un actor más a la búsqueda de papel: "Voy a hacer de ti una estrella". No lo consiguió en su primera película, Valley Girl, pero sí después. Hubo nepotismo, claro está, y el clan Coppola le dio ese primer empujón con secundarios en La ley de la calle o Cotton Club, y protagonista en Peggy Sue se casó, pero Cage prefirió labrarse la carrera por su cuenta, cambió su apellido por el de Cage en homenaje al compositor John Cage y al único superhéroe negro, Luke Cage, víctima de la depresión y la inseguridad. "Creo que todos entendieron mis razones. Todo lo que los agentes querían de mí era hablar de Francis esto y Francis lo otro".

El clan sigue unido, dice, aunque en las reuniones familiares no se habla de trabajo, sino de comida. Como buen Coppola, Cage siempre habla de ella a pesar o quizá por ser un fanático de la forma física: entrena a diario especialmente, si puede, nadando en el océano, una de sus debilidades. "Tiendo a comer más pasta de la que debo, mi pizza con mi vino, eso no me lo quita nadie. Y me da vergüenza, soy el único hombre de mi familia que no sabe cocinar. Pero soy un maravilloso friegaplatos".

Descrita por él, su carrera suena a un variado menú gastronómico. Están sus comienzos punk-rock, dramas en los que es difícil imaginar al James Stewart al que tanto se parece cuando sonríe. Pero el protagonista de Historias de Filadelfia nunca se partió un diente como él a propósito para Birdy o se comió una cucaracha viva (tres, fueron tres tomas) como hizo en Besos de vampiro. Luego está su "periodo soleado", una trilogía de comedias románticas (Luna de miel para tres, Te puede pasar a ti o Tess y su guardaespaldas), o su etapa de acción (La roca, Con Air y Cara a cara), a un año de haber ganado el Oscar en 1996 por la tortuosa Leaving Las Vegas.

Y el menú evidencia que Cage nunca ofrece sabores fáciles al espectador. "Prefiero que se sienta un poco incómodo. No me gusta relajarme con lo que hago porque entonces no doy lo mejor de mí. El público agradece que explores el mundo del personaje, que te pongas sus zapatos, aunque aprieten", explica. En World Trade Center pone en práctica esa técnica hasta el punto de que John McLoughlin tuvo sus dudas sobre Cage. El superviviente número 19 de los 20 que fueron rescatados el 11-S con vida de las Torres Gemelas había dado el visto bueno a Cage para revivir su tragedia. Le veía características de estrella, pero sobre todo de hombre de la calle. Pero cuando en una de sus múltiples reuniones previas al rodaje vio cómo el actor imitaba su cojera le tomó por "un listillo".

Ahora, sin embargo, todo son alabanzas. "Fue una gran responsabilidad: estaba reflejando a un héroe contemporáneo que está con vida. Eso me creó cierto nerviosismo, pero me ofreció algo que no siempre tienes: la posibilidad de grabar todos y cada uno de sus movimientos, hacerle miles de preguntas, poder volver a ellas una y otra vez, extraer su acento, su cadencia, sus gestos, su andar. Un proceso intimidante y a la vez liberador", detalla el intérprete de un rodaje no apto para claustrofóbicos. "El hecho de no moverme me permitió buscar el personaje dentro de mí y utilizar mi imaginación para recrear lo que debió de ser la experiencia de John sin hacer uso de esos elementos que tomamos por sentado en una comunicación, como las manos o el movimiento de tu cuerpo".

Y con World Trade Center no quiere discusiones políticas. "Eso eclipsaría la historia de estos hombres y su sacrificio, prefiero respetar la neutralidad de la cinta", afirma. "Quise hacerla pensando en los jóvenes que siguen a la espera de respuestas". La película no da respuestas, y Cage tampoco. "Todo lo que diré es que no estoy contento con la guerra de Irak", afirma. Nunca ha sido un activista, aunque en los últimos años y de forma discreta ha incluido en su agenda un calendario interesado por los problemas sociales, en especial por la existencia de niños soldados. Así, ha donado dos millones de dólares a Amnistía Internacional. "Mi forma de atacar estos temas sigue siendo cuidadosa porque el manjar de uno es el veneno del otro. Y no me gusta ser político", reitera. Tampoco hablar de familia, matrimonios o hijos. Pero ofrece pequeñas muestras de lo que parece ser el descanso del guerrero. "Mi esposa permanece conmigo en los rodajes, de viaje. Es un gran apoyo". O explica de su primogénito (Weston, de 16 años, de su relación con la modelo Kristina Fulton), del que siempre compartió custodia y con el que ahora planea la publicación de una colección de tebeos, Cajun-Cage Comics: "Nunca pasaron dos semanas sin vernos; abandoné proyectos que me habrían llevado a Nueva Zelanda como El señor de los anillos o Matrix para estar con él. Pero debo decir que con Kal-El me siento más relajado que cuando fui padre con 27 años".

En apariencia, el Nicolas Cage de ahora suena a versión domesticada del que protagonizó Corazón salvaje. Hasta se permite bromear con su supuesta obsesión con Elvis Presley, supuesta porque asegura que fue una opción artística que tomó para la película de David Lynch en la que llegó a pensar en darle a Ripley un tono más estilo Warhol. "Y si hubiera sabido que me iba a casar con su hija, definitivamente lo hubiera hecho", bromea. Es más, incluso ha vendido la colección de cómics que atesoró durante años y hasta ha subastado algunos de los coches de su colección. "Ahora está muy mermada, pero son un arte que adoro". Pero si sus nuevas inversiones inmobiliarias suenan serias (en Beverly Hills o Nueva Orleans), basta conocer otras para salir del error: la compra de un castillo en Inglaterra por sus vinculaciones al Rey Arturo y Camelot, o la de la isla Leaf Cay, del archipiélago Exuma, en las Bahamas, por tres millones de dólares.

Y entre sus proyectos como actor y director está vestirse de lamé y brillantina para hacer de Liberace, el pianista con peor gusto y mejores dedos que salió de Las Vegas en los cincuenta, una figura estrambótica que nunca reconoció su homosexualidad y sobre la que Cage es categórico. "Mintió siempre, pero nunca hubiera existido un Elton John de no ser por Liberace", resume. Cage sigue tan motivado como siempre. El fin de su "periodo prolífico" parece estar lejos, incluso como productor, detrás de Saturn Films, o director. "No soy de los de tumbarme en la piscina con una margarita. Me mantengo en juego. Porque quiero ganar y también perder".

Y ahí sigue enzarzado en "la búsqueda de buenos proyectos y guiones, algo cada vez más raro", comenta. "Me gustaría encontrar esa película que equilibra el arte y el comercio como sucedía en los setenta. Como El Padrino. Nunca ha caído en mis manos algo así". Ni como Al este del edén, la película que le hizo ver que sin duda lo suyo era el cine. Aún no ha llegado el tiempo de descanso para Nicolas Cage.

'Word Trade Center', de Oliver Stone, se estrena en España el 29 de septiembre.

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