Explosivo fado en Lisboa
Carlos do Carmo y Camané enseñan la pujanza de la poesía y la música popular portuguesa
Probablemente los dos mejores intérpretes masculinos del fado actual, Carlos do Carmo y Camané, regalaron el sábado en Lisboa un maravilloso recital de fados de todos los colores y sabores. Al aire libre y ante unas 3.000 personas, a la vera del Tajo y mirando a la Torre de Belém, cantaron más de 30 canciones. Fue una borrachera de fados, casi todos con Lisboa, seguramente el lugar más cantado del mundo, como protagonista. El concierto celebraba los 750 años de la fundación de la ciudad, y los lisboetas no se querían ir de allí. Al acabar muchos lloraban como niños.
Turnándose en solos y a ratos a dúo; acompañados por sus respectivos tríos de guitarra, viola y contrabajo, o por el piano enduendado del jazzista Bernardo Sassetti, o por todo eso a un tiempo más la joven orquesta Sinfonietta de Lisboa, los dos fadistas (casi siempre juntos sobre el escenario) dictaron una lección de arte y sentimiento con un formato de espectáculo, el concierto a dos voces, rarísimo en el fado.
Dictaron una lección de arte y sentimiento con un formato de espectáculo
Camané, que anda por los 40 años, siempre ha contado que empezó a escuchar fado a los seis o siete con los discos que había en su casa, y que entre sus favoritos estaban los de Carlos do Carmo, que tiene 66 años. Éste, por su parte, recuerda esto: "Oí cantar a Camané cuando tenía 11 años. Nunca me ha gustado que los niños canten fado porque es una música que requiere haber vivido mucho. Pero él siempre fue diferente".
Pesó mucho más la vieja admiración mutua que los superegos de dos estrellas consagradas. Tras haber ensayado "un par de noches", según contaba antes del concierto Camané, y haber hablado "por teléfono una vez cada hora en la última semana", según bromeó al acabar Do Carmo, los dos artistas se entregaron a un juego que parecía mucho menos un duelo artístico (aunque también lo fuera, no se notó) que un encuentro lleno de complicidad.
A veces intercambiándose el repertorio, otras compartiéndolo, y otras más haciendo cada uno sus propios fados, los dos mostraron toda la riqueza y variedad de estilos, ritmos, poesía y estados de ánimo que guarda la música popular portuguesa.
Por encima de todo, los textos. Poemas de Pessoa, José Saramago, Pedro Homem de Mello, José Carlos Ary dos Santos, João Linhares Barbosa, João Ferreira-Rosa, Frederico Brito. En la primera parte levantaron un monumento al fado antiguo y castizo (Fado Pedro Rodrigues, Fado Perseguiçao, Fado das Horas, Fado Alejandrino y Alejandrino antiguo, Fado Alfacinha, Fado Alberto...); en la segunda hicieron una exhibición del moderno fado musicado (con mucho despliegue de violines); en la tercera, a solas con el piano de Sassetti, mostraron sus aportaciones personales al fado clásico (magnífico el estreno de Do Carmo de un viejo tema compuesto por Marceneiro con un poema de Fernando Pinto do Amaral); y en la cuarta hicieron encaje de bolillos con dos fados tradicionales (mouraría y vianinha).
Al final, con la apoteosis, firmada a estrofa por barba, del chulo, anhelante y arrastrado Fado do Cravo (clavel), la gente lloraba puesta en pie. Antes, el público había cantado, espléndido de oído y volumen, fragmentos de las canciones más conocidas de Carlos do Carmo: Canoas do Tejo, O Cacilheiro, Lisboa menina y moça, y, sobre todo, el himno de Ary dos Santos con el que fundó el fado moderno (Un homem na cidade, 1976: "Agarro a madrugada / como se fosse uma criança, / uma roseira entrelaçada, / uma videira de esperança").
Sin nada que demostrar a estas alturas (dice que con sus nietos disfruta más que con nada), Do Carmo compareció sobrado de arte, humor y tablas. Afilado como un crooner, atildado como un lord británico, su rigor, su deje irónico, su delicadeza, su serenidad y su facilidad sin artificios convierten cada frase en una creación.
Camané jugó el papel de alumno aventajado consciente del magisterio de su partenaire. Pero tiene lo suyo y en abundancia: una dicción prodigiosa, un repertorio formidable y nada fácil, una técnica perfecta, una voz fantástica. Y aunque quizá sea verdad lo que dicen sus críticos, que siempre canta exactamente igual, resulta difícil inventar razones para pedirle que cambie. Su Fado de Mouraria, Saudades trago conmigo, fue memorable como siempre.
La estrella femenina de la noche fue la gran dama del teatro portugués, Eunice Muñoz. Leyó dos poemas (uno de Sophia de Mello Breyner y otro de Alvaro de Campos) y dejó una certeza: se puede recitar parecido, pero no con más emoción y más música.
Los poetas, Lisboa, la sonoridad del idioma portugués, el fado. Carlos do Carmo y Camané deberían animarse a pasear juntos por el mundo ese mensaje. O en fin, grabar un multimedia. El mejor publicista no sería capaz de encontrar una campaña de promoción mejor para la capital del fado.
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