Ópera de verdad
Zubin Mehta dirige en Múnich un vibrante 'Fidelio' con un destacado reparto vocal
Hacía varios meses que se habían agotado las localidades, pero la esperanza es lo último que se pierde, y los aspirantes a entrar en el club de los elegidos formaban una especie de manifestación con sus carteles de Suche Karte. Un aficionado recién llegado de Bilbao había venido a probar suerte y encontró una entrada en la reventa. Estaba feliz.
El de Múnich es un festival de ópera diferente a los otros y en sus cinco semanas de duración permite ver 29 títulos líricos distintos de todas las épocas y estilos. Al fondo de armario del teatro Nacional de la capital bávara se añaden un par de producciones nuevas cada año. Hay óperas que se repiten festival tras festival y alcanzan así la categoría de clásicos de la ciudad. Fidelio, sin ir más lejos. Ya no se conoce por el Fidelio de Mussbach sino por el Fidelio de Múnich. O las óperas de Händel, siete en esta edición: Julio Cesar, Xerxes, Orlando, Ariodante, Rodelinda, Alcina, Rinaldo. Son los Händel de Múnich, que tanto prestigio internacional han adquirido. En el caso de Fidelio había este año un valor añadido para los españoles, pues tanto el director musical como los principales cantantes son los mismos que inaugurarán escénicamente el próximo 25 de octubre el nuevo teatro de la ópera de Valencia con este mismo título. La segunda quincena de julio el festival se ve incrementado por los aficionados que van camino de Bayreuth o Salzburgo.
Perfecta integración
La representación de Fidelio en Múnich -dirigida por Zubin Mehta con un reparto encabezado por Waltraud Meier, Peter Seiffert y Matti Salminen y en una estilizada puesta en escena de Peter Mussbach- fue, digámoslo de entrada, espléndida, entre otras razones porque se integraban y complementaban a las mil maravillas los valores orquestales, vocales y teatrales, algo que debería ser una cuestión de obligado cumplimiento en la ópera, pero que lamentablemente cada vez es más raro. No es pues de extrañar el entusiasmo delirante del público, que pateó sonoramente a Mehta, Meier, Seiffert y Salminen al final, y ya se sabe que en Centroeuropa un pateo es la máxima manifestación de entusiasmo, algo así como cortar dos orejas en una plaza de toros de fuste.
Zubin Mehta, Generalmusikdirektor de la Bayerische Staatsoper, imprimió tanto fuego a su lectura de la única ópera de Beethoven, que parecía que estaba haciendo una oposición para obtener un primer puesto de trabajo. Vibrante en todo momento, con una visión absolutamente teatral y limitadamente sinfónica, defendió por encima de todo los valores ligados a la libertad, que tan importantes son en esta ópera. Sacó petróleo de la orquesta, pero los cantantes en ningún momento se vieron perjudicados, aunque no fuese la de Mehta una dirección típica de concertador. Además de la clase de Meier, el empuje de Seiffert o la maestría de Salminen, sorprendió la frescura de la estupenda Aga Mikolaj como Marzelline. Peter Mussbach hizo una dirección teatral y plástica esteticista pero con sentido, mirando por el rabillo del ojo a las geometrías de Appia o a la elegancia del neoclasicismo, pero sin perder de vista la utilización de los encuadres de corte cinematográfico o el eclecticismo en la composición a varios niveles del escenario. Se integró su propuesta con las aportaciones musicales y el espectador salió enriquecido.
Babelia
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