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Reportaje:Escalada militar en Oriente Próximo

Olmert saca la artillería

El primer ministro israelí pone el conflicto en manos de los militares para demostrar firmeza ante sus rivales y liquidar a Hezbolá

Israel y Hezbolá combaten a muerte en el sur de Líbano, un foco en el que convergen los odios de los países de Oriente Próximo. Lo que comenzó el 12 de julio con un ataque de la guerrilla chií a una base militar israelí y la captura de dos soldados ha derivado en un conflicto regional. Una crisis que supone el bautismo de fuego para el recién llegado primer ministro, Ehud Olmert, que ha cedido las riendas a los militares para que cumplan un objetivo nítido: aniquilar el arsenal de Hezbolá mediante una demostración de fuerza que a nadie haga dudar de cuál es la potencia militar hegemónica. Necesita mostrar firmeza. Lo exige la opinión pública. Su futuro político depende del desenlace de este embrollo, que nadie osa esbozar.

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Los planes del delfín de Ariel Sharon pasaban por suceder al ex general en 2010. El derrame cerebral masivo sufrido por Arik el 4 de enero adelantó el calendario. Sin un pasado militar cargado de galones, como es tan habitual en la política israelí, Olmert afrontó las elecciones del 28 de marzo con la retirada parcial de Cisjordania como base fundamental de su programa. Pero los cohetes Kassam de las milicias palestinas han caído sin cesar sobre el sur de Israel. La brutal invasión de Gaza, aún en curso, no los ha detenido. Causan escasos daños, pero la extrema derecha israelí se cebaba en sus ataques al jefe del Ejecutivo. "Si abandonamos Judea y Samaria (Cisjordania), los cohetes lloverán sobre Tel Aviv", repetían.

Y en eso llegó la captura, cuatro semanas atrás, del soldado judío Gilad Shalit en una base próxima a la franja mediterránea. Olmert reaccionó contundentemente: "No negociaremos con los terroristas". Su respuesta la podría haber firmado su patrón. Gaza fue arrasada, sus infraestructuras civiles, hechas añicos, y más de 150 palestinos han muerto desde el 25 de junio. Ahora, Israel afronta el desafío de Hezbolá, respaldado por Siria e Irán, que la utilizan como herramienta para sus intereses estratégicos. Son palabras mayores. La milicia chií libanesa pretende el canje de prisioneros árabes recluidos en Israel por los uniformados cautivos, teniendo siempre en mente que Israel es un enemigo que, dicen, ocupa una pequeña porción de su territorio: las granjas de Cheba.

Olmert no puede concluir el conflicto sin aparecer como claro vencedor. En Israel, a diferencia de los países árabes de su entorno, la opinión pública sí cuenta. De momento, los israelíes hacen piña en torno a su jefe de Gobierno, que goza de una popularidad que roza el 80%. Siempre ha sido así en las fases cruciales de la historia de Israel. Pero todo dependerá de cómo se ponga el punto final a este episodio. "El problema con estos flechazos entre el Gobierno y la población es que suelen ser breves", ha escrito el analista de Haaretz Yoel Marcus.

Los Katiusha barren a diario Galilea. Y en épocas turbulentas nadie se atreve a arremeter contra el primer ministro. El Ejecutivo pregona a diario su meta: impedir que en el futuro Hezbolá pueda atacar el norte del país. Avi Pazner, portavoz del Gobierno, aseguraba ayer: "No toleraremos una situación como la previa al 12 de julio". Al igual que en Gaza, los ataques de la aviación israelí sobre Líbano han sido demoledores. Una demostración de fuerza que concita apoyos casi unánimes en Israel.

Por el momento, Olmert actúa con perfil bajo. Ha delegado en los generales la dirección de la guerra. Tienen vía libre. Pero, a largo plazo, no se ve cómo puede perder Hezbolá. Ni se ve cómo puede ganar Israel. Hezbolá es una guerrilla -un grupo terrorista, dice Israel-, pero también una ideología arraigada en una población chií que regresará a sus casas. Ya siguieron la vía de la fuerza desproporcionada Menahem Begin y Ariel Sharon en los últimos 25 años. Y no lograron frenar a milicias de uno u otro signo y a las poblaciones de los Estados del entorno, que observan cómo la legalidad internacional se impone a los países árabes -ahora, los portavoces israelíes esgrimen la resolución 1.559-, pero se ignora cuando el destinatario es Israel, ocupante de Cisjordania, Gaza y la meseta del Golán desde hace 39 años.

"En la actual espiral de violencia contra las milicias palestinas y Hezbolá, el Gobierno y el Ejército dicen querer restaurar el poder de disuasión, supuestamente perdido, contra las organizaciones terroristas. Pero si pensamos en conflictos pasados y en el modo beligerante en que se han manejado, la idea de la disuasión ha caducado. Israel no ha disuadido a sus enemigos desde 1967", opina Dov Tamari, analista de Yediot Ajoronot.

En ello incide Hasan Nasralá, líder de Hezbolá: "Habrá sorpresas desagradables para Israel". Y los generales, que fracasaron a la hora de impedir la captura de los soldados judíos, a pesar del estado de alerta máxima, también reciben críticas. ¿Fueron capaces de prever que Hezbolá podría lanzar cientos de cohetes durante semanas y matar a docenas de israelíes? ¿Previeron la posibilidad de que la milicia pudiera forzar a decenas de miles de personas a vivir en los refugios o a abandonar el norte del país? Los militares podrán pagar un precio y su trascendencia será menor, pero Olmert se enfrenta a una prueba de fuego en el arranque de su mandato. Los halcones de la derecha radical aguardan el momento para cobrarse la pieza.

Ehud Olmert, en el Parlamento israelí en Jerusalén el pasado 4 de mayo.
Ehud Olmert, en el Parlamento israelí en Jerusalén el pasado 4 de mayo.REUTERS

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