Bush veta el progreso
El amplio margen de votos por el que el Senado estadounidense aprobó el martes una ley favorable a la investigación con células madre -un texto similar a los vigentes desde hace años en Reino Unido, Suecia, Bélgica o España- da una buena idea del coste político que asume el presidente Bush con su rechazo a ese conocimiento. El resultado (63-37) implica que 19 senadores republicanos sumaron su voto a los demócratas, como ya habían hecho otros 50 congresistas del partido de Bush el año pasado, cuando la misma ley fue aprobada por la Cámara de Representantes. Si se añade que estas investigaciones cuentan con un apoyo ciudadano cercano al 70%, estimulado por los principales científicos del país y por media docena de celebridades de la pantalla, sorprende aún más que haya elegido precisamente esta ley para ejercer por primera vez su derecho a veto, como hizo público anoche desde la Casa Blanca.
La explicación no es que Bush haya sufrido un acceso de fervor fanático -pese a todos sus esfuerzos por aparentarlo y montar una cruzada contra el asesinato de los embriones congelados en las clínicas de fertilidad-, sino un cálculo muy cuidadoso con vistas a dos elecciones que no le afectan personalmente, las legislativas del próximo noviembre y las presidenciales de 2008. Los estrategas republicanos han calculado que el riesgo de perder apoyos entre los sectores liberales de su electorado es mucho menor que el beneficio de complacer a la derecha religiosa. Y seguramente han hecho bien sus números.
Pero hay costes políticos más difíciles de calcular. El veto presidencial afecta de manera crítica a la asignación de los fondos públicos para la ciencia, perjudica la libertad de investigación de miles de profesionales de primera línea e hipoteca la futura competitividad de la industria biotecnológica estadounidense. Bush es el responsable de que la mayor maquinaria de investigación biomédica del planeta, los Institutos Nacionales de la Salud de EE UU, hayan tenido que permanecer al margen de este campo durante los últimos cinco años. La exasperación de los científicos contra la irracionalidad de su presidente, que ya era grande, se acentuará tras el veto de ayer, y las encuestas demuestran que sus conciudadanos están predispuestos a escuchar sus argumentos.
La investigación pública con células madre seguirá bloqueada esta legislatura -el veto de Bush es aritméticamente insalvable-, pero, gane quien gane las próximas presidenciales, es muy improbable que se atreva a perpetuar esa anomalía.
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