Muerte en Afganistán
Un soldado murió y otros cuatro resultaron heridos el sábado en el oeste de Afganistán en el primer ataque mortal contra un contingente militar español desde su llegada al país centroasiático en 2002. El ministro de Defensa, José Antonio Alonso, explicó ayer que la hipótesis más probable es la de una mina anticarro activada a distancia por guerrilleros talibanes cuando pasaba el convoy en el que viajaban. Alonso ha dicho acertadamente que la tragedia, por dolorosa que sea, no va a modificar los planes del Gobierno de mantener los 700 soldados que forman parte de la ISAF, la fuerza internacional dirigida por la OTAN.
La misión fue aprobada por la ONU tras la caída del régimen talibán a finales de 2001 y ha sido refrendada en dos ocasiones por el Parlamento español. La última, hace tres meses, cuando se decidió reforzarla con otros 150 efectivos a petición de la Alianza Atlántica, cuyo secretario general se entrevista hoy en Madrid con el Gobierno. En un principio, la operación, centrada exclusivamente en Kabul, la capital, y el oeste, tenía un carácter de estabilidad y de ayuda a la reconstrucción. Al tiempo que ha ido incrementándose en volumen -cuenta con unos 9.000 soldados y se prevé que llegue a unos 15.000 en los próximos meses- han aumentado también los riesgos. Y todo parece indicar que se acentuarán cuando el despliegue se extienda a partir de agosto al sur, donde la actividad de la insurgencia es mayor. El contingente de EE UU, de unos 20.000 soldados, actúa en esa zona y también en el este, el área sin duda más peligrosa y que colinda con Pakistán. Washington quiere reducir su presencia y ser reemplazado en buena parte por la ISAF. Pero no puede descartarse que el recrudecimiento de las actividades de la guerrilla desde principios de año obligue a la Administración de Bush a revisar su estrategia.
Pese a este panorama tan complicado, sería un gran error diplomático que el Gobierno español decidiera retirar sus efectivos como ya se ha apresurado a solicitar Izquierda Unida. IU ya lo hizo hace un año a raíz del accidente del helicóptero en el que murieron 17 soldados. Esta misión, muy distinta a la de Irak, continúa teniendo un carácter de paz, por paradójico que suene, y está avalada por la ONU, tras la caída de los talibanes, para propiciar la democracia. Sin embargo, no deja de ser frustrante ver cómo el Gobierno de Karzai sigue sin cortar los lazos con el narcotráfico y los señores de la guerra. Pero sería aún peor una salida de la fuerza internacional, que abandonaría el deprimido país a su suerte y a un muy probable retorno de la locura talibán.
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