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Crítica:FESTIVAL DE AIX-EN-PROVENCE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Rattle comienza 'El anillo'

Hace ocho años, en el verano de 1998, debutaba Stéphane Lissner como director del festival lírico de Aix-en-Provence. Como tarjeta de presentación trajo debajo del brazo un Don Giovanni, apadrinado por Claudio Abbado y Peter Brook, que sirvió asimismo de plataforma de lanzamiento al entonces jovencísimo director de orquesta Daniel Harding. Lissner venía del teatro Châtelet de París y estuvo a punto de conducir los primeros años del Teatro Real de Madrid, pero, en fin, eso es otra historia.

Anteayer comenzó su última edición de Aix, con un proyecto ambicioso donde los haya: una coproducción de El anillo del nibelungo, de Wagner, con el Festival de Pascua de Salzburgo, con la Filarmónica de Berlín en el foso dirigida por Simon Rattle y la dirección escénica de Stéphane Braunschweig. Las diferentes jornadas, una por temporada, se representan primero en Aix y en la Semana Santa siguiente en Salzburgo. Estos días abre el fuego en el teatro del Arzobispado del festival provenzal El oro del Rin. El resto de las jornadas, a partir de finales de junio de 2007, verán la luz en una nueva sala que se está terminando de construir en Aix.

La unión Salzburgo-Aix ha resultado letal y supone un revulsivo en la política de coproducciones, más si me apuran por cuestiones artísticas y organizativas que económicas. La presencia en el foso de la Filarmónica de Berlín es un factor cualitativo de dimensiones increíbles y pone Aix en lo más alto. Como era de esperar, la orquesta fue aclamada cuando subió al final al completo al escenario en el turno de saludos. Tocaron maravillosamente y Rattle dirigió con brillantez, fascinación, sentido narrativo en profundidad y ausencia de retórica. La puesta en escena se queda un par de pasos atrás respecto a la magia de la propuesta musical. Su sobriedad racionalista es de agradecer, pero en su combinación de realismo, ensoñación y simbolismo interior, la teatralización y la visualización plástica se manifiestan con distanciamiento, no sustituyendo los apoyos videográficos los elementos imprescindibles asociados al placer de contar. Están bien en su globalidad los cantantes, con un puesto de honor para Duesing, Gambill, Larson y White.

Anna Larson y Wilard White, en <i>El oro del Rin.</i>
Anna Larson y Wilard White, en El oro del Rin.ELISABETH CARECCHIO
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