El Papa y Valencia
El Papa visita Valencia. Con la movilización que está desplegando el Consell a cuenta de su caja y sus efectivos es imposible que quede alguien que no esté al corriente y que no haya definido ya su posición. Valencia ha sido acolchada en blanco y amarillo para guarecer al Pontífice, incluso parece que quiera anticiparle el cielo con un omnipotente aparato de aire acondicionado. Todo transcurre con un enorme consentimiento social y político que hace que el PP acabe consagrando el acontecimiento religioso como el más importante logro de la legislatura y pase la urna como si se tratase del cepillo. Con el abuso de los medios a su alcance, se diría que el PP trata de desequilibrar de nuevo a su favor el pulso contradictorio del alma valenciana, que basculó tradicionalmente entre la radicalidad del fervor religioso y la del anticlericalismo. La Valencia que el PP ofrece al Papa está más cerca del Vaticano que de la olla anticlerical ateniense de Vicente Blasco Ibáñez, aquella en la que Félix Azzati le declaraba la guerra a Dios en uno de sus habituales e incandescentes artículos de El Pueblo y en la que los republicanos saboteaban a garrotazos el rosario de la aurora en nombre de Voltaire. Sin embargo, la ciudad que sirve en bandeja el PP a Benedicto XVI también contiene transformados todos los ingredientes que definieron la otra cara de la ciudad. La guerra civil, sus atrocidades y sus miedos acabaron fusionando en una misma pasta estética y sentimental aquellas dos ciudades incompatibles cuya crispación ocupó varias sesiones del Congreso de los Diputados y que a punto estuvo de estallar cuando Azzati le gritó a Peris Mencheta que la Virgen de los Desamparados no era la patrona de la mayoría de los valencianos porque no tenía votos (la Liga Católica alcanzaba los 5.000 frente a 22.000 que reunía la biodiversidad republicana). Visto en perspectiva, Azzati hizo más por el fervor a la Madre de Dios que el padre Conejos, que fue quien organizó el acto multitudinario de desagravio y que derivó en la actual fiesta de la Virgen de los Desamparados. Sin duda hoy Azzati llevaría la mochila del peregrino, del mismo modo que el periódico desde el que Luis Morote combatía a la "chusma clerical", El Mercantil Valenciano, ahora regala una bandera vaticana a sus lectores con opción a un DVD sobre la vida y milagros del pontífice. En sólo cien años Voltaire sujeta su estómago con un cíngulo en Valencia y a Blasco Ibáñez lo jalea Rita Barberá, incluso lo leen hasta los obispos auxiliares. En esa extraordinaria capacidad de adaptación reside sin duda el genio valenciano.
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