Con el corazón en un puño
Esta vez sí. El Teatro Real ha conseguido, al fin, un espectáculo rotundo, equilibrado en sus diferentes apartados, sensible, inteligente. De los que despiertan emociones y ponen el corazón en un puño. De entrada, la música que Poulenc compuso para Diálogos de carmelitas es de una eficacia operística extraordinaria. Sus maestros, a los que el compositor reconoce desde la dedicatoria de la partitura, son algunos de los que están en la quintaesencia del género lírico: Monteverdi, Verdi, Mussorgski y Debussy. El cuidado de la prosodia francesa está emparejado con la expresividad dramática. Y luego todo está bañado por un derroche melódico excepcional. La historia está basada en un hecho real, la ejecución de 16 monjas carmelitas en Compiègne en 1794, en pleno apogeo de la Revolución Francesa.
Diálogos de carmelitas
De Francis Poulenc. Con Andrea Rost, Patricia Petibon, Christopher Robertson, Raina Kabaivanska, William Burden, Barbara Dever y Gwynne Geyer, entre otros. Director musical: Jesús López Cobos. Director de escena: Robert Carsen. Escenógrafo: Michael Levine. Figurinista: Falk Bauer. Producción de la De Nederlandse Ópera de Amsterdam (2002). Orquesta Sinfónica de Madrid. Teatro Real. Madrid, 8 de junio.
Pues bien, tanto la parte musical como la teatral están expuestas, en las representaciones que comenzaron ayer, con un criterio adecuado al servicio de la obra. López Cobos construye el entramado orquestal de una manera nítida y ordenada, dosificando detalles y sin perder nunca la tensión. Su contención en esta ocasión no entorpece la atmósfera musical, ni rebaja el desarrollo de los sentimientos líricos. La Sinfónica de Madrid responde en líneas generales a pesar de algunas asperezas puntuales. En cuanto a la producción escénica que, procedente de la Ópera de Amsterdam, dirige el canadiense Robert Carsen, lo primero que hay que señalar es su profundidad teatral. No hay prácticamente escenografía, y todos los movimientos y composiciones están en función de los personajes. A nivel de evolución individual, los cantantes-actores sienten, dudan o sufren, y a nivel de trasfondo colectivo los efectos de masas de la Revolución Francesa se mascan desde la primera escena y alcanzan en la última toda su carga emotiva con el martirio de las 16 mujeres a los sones de una Salve Regina estremecedora. Pero todo está narrado con una sencillez ejemplar, a base de la fuerza expresiva de pequeños objetos o de efectos luminotécnicos precisos y suavemente descriptivos. En estas condiciones los cantantes pueden dar de sí a tope sus virtudes teatrales sin renunciar lo más mínimo a las vocales. En conjunto están teatralmente inmensos y cantan suficientemente bien. Raina Kabaivanska compone una Madre Superiora sin excesos melodramáticos, lo que es de agradecer, pero con capacidad de conmocionar en la manifestación de sus dudas, el miedo a la muerte y la pérdida de la fe. Andrea Rost desarrolla con convicción la evolución del personaje de Blanche, desde la fragilidad y debilidad iniciales a la resolución final sumándose con firmeza al martirio. Patricia Petibon, por contraste, otorga una enorme vitalidad al personaje de sor Constance. Las emociones vienen en gran medida de esas dobles capacidades líricas y teatrales de los cantantes. Las aportaciones orquestales y teatrales crean el clima para ese desarrollo emocional y lo hacen en esta ocasión sin apabullar, con sentido de la medida y sin protagonismos que no estén al servicio de la historia que se está contando.
El público aguantó al final ese minuto de silencio siempre deseado para no romper con los aplausos bruscamente la concentración y el recogimiento emocional. Bravo.
Babelia
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